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En la nube ya nadie leía, pero todos sabían leer

El visionario Julio Verne temía que el progreso aplastara la cultura. No tenía razón, no del todo

El libro perdido de Julio Verne se llama “París en el siglo XX” y cuenta la vida en la capital francesa en 1960: trenes elevados de alta velocidad, rascacielos, coches con motor de gas, ordenadores que parecen pianos, redes de cable que conectan cada casa y monopolios que controlan todo.

En la nube ya nadie leía, pero todos sabían leer

LA SEGUNDA OBRA DE VERNE NO SERÁ LA MEJOR…

… Pero leída hoy resulta impactante. En el 1960 que estaba 100 años por delante para el autor, la cultura está devastada. “Si bien ya casi nadie leía, por lo menos todo el mundo sabía leer e incluso escribir”. Las letras pintan poco ante el culto a las máquinas. Del teatro se ocupan funcionarios para “divertir a la población dócil” —no se prevé la televisión—. La lengua francesa está plagada de anglicismos. Casi nadie recuerda quiénes eran Voltaire o Montaigne.

Verne, visionario, estaba atento a las innovaciones que venían. Acertó de pleno al narrar el primer viaje a la Luna. Por contra, no hay un mundo subterráneo con dinosaurios vivos. Sorprende que alguien fascinado por la ciencia como él, que se recreaba en la descripción de máquinas que aún no existían, se pusiera tan sombrío al augurar un gran retroceso de las artes.

EL PROGRESO NO MATÓ A LA CULTURA

Le ha dado algún golpe, como el de la piratería. Y la ha devaluado, porque estamos poco dispuestos a pagar por creaciones mientras despilfarramos en dispositivos. La fragmentación de audiencias impide que se repitan fenómenos como el que fue el propio Verne. Vendrán nuevas formas de arte en soportes como la realidad virtual. Son tiempos mejores para lo audiovisual que para la lectura, pero hasta el libro de papel resiste bien.

Aún se recuerda a Voltaire, aunque a la mayoría le baste lo que dice de él Wikipedia. Quizás haya más cultura que nunca, pero una cultura low cost, de consumo rápido. No es la tecnología, no, es el frenesí en que vivimos.

Se pregunta Verne: “qué habría dicho uno de nuestros antepasados al ver esos bulevares iluminados con un brillo comparable al del sol, esos miles de vehículos que circulaban sin hacer ruido por el sordo asfalto de las calles, esas tiendas ricas como palacios donde la luz se esparcía en blancas irradiaciones”. Y da la clave: “los hombres de 1960 ya no admiraban estas maravillas. Las disfrutaban tranquilamente, sin por ello ser más felices, pues su talante apresurado, su marcha ansiosa, su ímpetu americano, ponían de manifiesto que el demonio del dinero los empujaba sin descanso y sin piedad”. Verne no se equivocó del todo. Su editor sí.




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