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En memoria de mi madre: Nereyda Salazar de Bueno

Nace el 20 de junio de 1934 en la ciudad de Dr. Arroyo, Nuevo León, un valle en medio de dos cordilleras

Llegó a nuestra querida Reynosa siendo muy niña (de unos seis u ocho años), junto a su familia, en busca de mejores condiciones de vida. Reynosense por adopción, quiso tanto a esta ciudad que jamás se movió de aquí. Su primaria la cursó en la escuela Josefa Ortiz de Domínguez, que se encontraba al parecer en la calle Hidalgo. Recordaba con gran cariño a la profesora María “J”.

En memoria de mi madre: Nereyda Salazar de Bueno

De niña en su ciudad natal contaba que  le gustaba subir a los árboles, y ella platicaba que  en un trayecto que ella recorría se encontraba una palma, a la que  daban como referencia, allá por la palma de Nere,  ya aquí en Reynosa  a los 10, 12 años  ayudaba a su madre a vender petróleo en el estanquillo.

Realizó estudios en la Academia Comercial Hidalgo, con  carencias, pero con muchos deseos de salir adelante. Hizo entrañables amigas con las señoras Bertha Ibarra, Gloria Ostos, Ruma de Alejandro e Imelda de Guardiola, sólo por mencionar a algunas de ellas de esa generación, con quienes vivió divertidas vivencias y  anécdotas de juventud. El director de esa academia  era el reconocido profesor De la luz.  Al terminar sus estudios  inmediatamente empezó a trabajar en las oficinas de Agricultura y Ganadería  ubicadas en el puente internacional,  donde realizó actividades de gestoría en los permisos de importación.

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El 28 de diciembre de 1956 contrajo matrimonio con el ingeniero Regino Bueno Rivas, con quien formó una familia de cinco varones y una niña: Sergio, Regino, Carlos, Eduardo, Fernando, Javier, Ricardo (†), Luis Manuel y por último la tan anhelada niña: Cecilia Isabel.

En los años 70, junto con su esposo, formaron parte de la fundación de la asociación cultural Ateneo de Reynosa, donde celebraban amenas sesiones culturales. Cuando sesionaban en su casa, le gustaba cocinar exquisitos platillos como lengua a la vinagreta para compartirlos con sus apreciables amigos ateneístas, como la licenciada Marina de Flores Ortiz, el doctor Guillermo Flores Ortiz, el doctor Jesús  Salinas Galindo y su esposa, la señora  Liberta de Salinas,  el señor Agustín Zambrano y su esposa, la señora Fina de Zambrano, el ingeniero Cadena y su esposa Eve de Cadena,  el señor Manuel Salinas, la profesora Graciela Durón, los profesores Juan Francisco e Isabel Brondo, y muchos otros  más. En la plaza Treviño Zapata presentaban películas para niños y jóvenes, participaban  los domingos en programas culturales que transmitían en la estación XEOR de radio local, difundiendo temas culturales y literarios con gran entusiasmo por compartir la cultura en nuestra ciudad, cerrando siempre  esos programas con la frase célebre: “nada une tanto  a los hombres, como la cultura”. 

En 1973 mi padre le entrega un capital e inicia el negocio  librería “Cecibel”. El nombre está compuesto de Cecilia Isabel. Tomando como ejemplo la librería “La Antorcha”,  se dirigió a la Ciudad de México directamente a las casas editoriales para adquirir su inventario de acervo literario para todos los niveles escolares, ofreciéndolos al público a precios accesibles.

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Dicen que las personas que son dueñas de una librería es porque gustan de la lectura y doña Nereyda tenía esa gran pasión. Decía que “los mejores amigos eran los libros". 

De niña le gustó  leer la revista “Pepín”. Por mencionar algunos títulos leídos por ella: “Las estrellas miran hacia bajo” y “Por quien doblan las campanas”, así como los libros de Carlos Fuentes, García Márquez, Juan Rulfo, José Ingenieros, Óscar Wilde, José Agustín, Pablo Neruda, Vargas Llosa, José Luis Borges, Julio Cortázar, Herman Hesse, Gibran Jalil Gibran , pero lo que más gusto de leer fue la Biblia, los grande profetas.

En nuestra casa había un librero lleno de enciclopedias. No había pretexto para ser ignorantes o neofitos.

Hoy, hace 46 años  que la fundó. Durante el trayecto de esas cuatro décadas pasó alegrías, tristezas, tiempos difíciles y éxitos. En todo este tiempo, aún en su avanzada edad,  siguió trabajando en su amada librería y continuó leyendo hasta el final de sus días. Un día le pregunté a mi madre cuáles habían sido sus sueños y me contestó que desde luego el haber formado una familia, pero de manera personal deseó haber conocido Europa y recorrerla en motocicleta. Ese sueño obviamente ya era imposible realizarlo por su avanzada edad. No obstante,  viajó a través de la lectura imaginado esos lugares con paisajes hermosos, los cuales constataba y gozaba cuando los veía en  alguna película recreando su vista, pero ahí no terminaron sus sueños. El segundo era construir un edificio para su  librería como los que  había visto en su viaje a Nueva York. Dios le permitió concederle ese deseo, construyendo un edificio ‘ad hoc’ a la librería de sus sueños. A marchas forzadas en siete meses pude regalarle ese sueño, ya que por su salud podría presentarse un deceso en cualquier instante, constatando en vida que sus esfuerzos no fueron en vano, donde  se ha promovido y contribuído a la formación de estudiantes y profesionistas por décadas, quienes ahora participan activamente en el desarrollo de nuestra comunidad, nuestro Estado y nuestro país. Como parte de su sentimiento altruista siempre donó libros a estudiantes de escasos recursos, acompañados de grandes consejos de mi madre.

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Doña Nereyda fue más que extraordinaria. En cada nacimiento de sus hijos arreglaba y decoraba elegantemente el moisés-canasto para recibirnos en casa. Confeccionaba con sus manos nuestra ropita de niños como pijamas de franela con dibujos de carritos de bomberos, de caballitos, muy abrigadoras, para mis hermanos y a mi vestiditos tejidos. En nuestros cumpleaños horneaba grandes pasteles riquísimos, aromando la casa con ese olor que una madre lo hace siempre que se trata de dar todo y más por sus hijos, hasta la muerte, llenándonos de mimos,  cariños y consejos, exhortándonos con severidad a prepararnos como profesionistas y personas de bien. Inculcándonos valores como la honestidad y la integridad, que tuviéramos un corazón de una condición humana  generosa con los necesitados y  enfocándonos en nuestras metas  y que nunca dejáramos de hacer el bien a nuestro próximo.

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Sus hobbies , pues el principal fue la lectura. Le gustaban las canciones de María Giber que mi padre le dedicaba en serenatas, el corte y confección, las manualidades, practicó deportes como el tennis y la natación, pero más  gustaba de cocinar en compañía de mi padre para su familia, preparándonos siempre esa extraordinaria cena navideña, que al paso de los años se convirtió en cena de fin de año. De entrada preparaba una crema de espárragos, el pavo lo horneaba con un relleno exquisito con su especial receta, el bacalao noruego a la vizcaína y no podía faltar el gran pastel con piña y cerezas como postre. Su mesa siempre lució con hermosos manteles y vajillas, sin faltar sus cubiertos y charolas de plata. Siempre nos atendió como a príncipes. Todo esto solamente lo compartía con su familia, nunca en presunción. Gozaba que la familia estuviera reunida y escuchar a algunas de sus nietas tocar el piano. Ya en los últimos años su nietos le ayudaban a preparar la cena de Año Nuevo. Disfrutaba ver a sus nietas hornear galletas. Se sentía orgullosa de los logros obtenidos por ellos y tuvo la dicha  de conocer y disfrutar de su bisnieto Sebastián y por supuesto no podía faltar el brindis de fin de año,  acompañado de los deseos y parabienes del Año Nuevo. 

Doña Nereyda fue siempre una gran promotora de la cultura. 

 

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Prov. 31-10-31

Mujer virtuosa y fiel sierva de Dios. El tiempo te alcanzó madre. Elogio de la mujer virtuosa. Mujer virtuosa, ¿quién la

hallará? Porque su estima sobrepasa largamente a la de las piedras preciosas.

El corazón de su marido está en ella confiado y no carecerá de ganancias.

Le da ella bien y no mal todos los días de su vida.

Busca lana y lino y con voluntad trabaja con sus manos.

Es como nave de mercader, trae su pan de lejos. Se levanta aún de noche y da comida a su familia y ración a sus criadas.

Considera la heredad y la compra y planta viña del fruto de sus manos.

 Ciñe de fuerza sus lomos y esfuerza sus brazos.

Ve que van bien sus negocios, su lámpara no se apaga de noche.

Aplica su mano al huso y sus manos a la rueca.

Alarga su mano al pobre y extiende sus manos al menesteroso.

 Abre su boca con sabiduría y la ley de clemencia está en su lengua.

Considera los caminos de su casa y no come el pan de balde.

 Se levantan sus hijos y la llaman bienaventurada y su marido también la alaba: muchas mujeres hicieron el bien, más tú sobrepasas a todas.

Engañosa es la gracia y vana la hermosura. La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.

Dadle del fruto de sus manos y alábenla en las puertas sus hechos.

Con amor eterno: 

tu hija 

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