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En busca del alma perdida

¿Procede del cielo o se asienta en el cerebro? Guillermo Serés repasa dos mil años de arte y literatura para relatar cómo ha visto cada época un concepto decisivo en Occidente

Un ángel se hace cargo del alma del fallecido, en un fragmento de “El entierro del conde Orgaz”, del Greco.En busca del alma perdida

La erudición no tiene buena prensa. En la escuela llamamos aplicados a los que estudian de más y cuando pasan a mayores, terminamos tachándolos de ratones o ratas de biblioteca. Cómo será la cosa que el mismísimo Cervantes dictó sentencia contra los que “se cansan en saber y averiguar cosas que después de sabidas y averiguadas, no importan un bledo al entendimiento, ni a la memoria”. Pero el conocimiento verdadero sólo se alcanza con el trabajo diario y silencioso, que luego ha de iluminarse con inteligencia.

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EL ALMA Y SU NATURALEZA

Pues imaginen los afanes y los días que Guillermo Serés se habrá metido entre pecho y espalda para poner en pie lo que desde la antigüedad hasta la ilustración han elucubrado los seres humanos en torno al alma y su naturaleza. Hace falta un ejercicio desmesurado de erudiciones y lecturas inverosímiles pero también de discernimiento y rigor, para condensar esos dos mil 500 años de pensamiento, literatura y arte y presentarlos a los lectores como una historia ya sin piel y sin espinas.

No es la primera vez que el profesor Serés nos abruma con su sabiduría, pues este libro es primo hermano de otro que vio la luz hace casi un cuarto de siglo, “La transformación de los amantes. Imágenes del amor de la antigüedad al Siglo de Oro”, un ensayo ya clásico e imprescindible para quien quiera saber cómo los amantes se transmutan uno en otro e intercambian sus almas así, como si nada. 

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VISTA DESDE EL ARTE

El cristianismo irrumpió en ese panorama para apropiarse de algunas ideas de los paganos y condenar otras, en especial las que atendían a la condición material y mortal del alma o a su transmigración en diferentes vidas. Por el contrario, los cristianos insistieron en la noción de un alma creada con el hombre, nacida para la eternidad y decisiva en su salvación o su condena.

Entre la Edad Media y el primer Renacimiento se acumulan reflexiones filosóficas y teológicas con las explicaciones que ciencia y medicina dieron del alma, que unas veces, como quería Miguel Servet, se asentaba en los espacios vacíos del cerebro; otras, según supuso Pedro Mexía, participaba del semen que descendía desde el cerebro hasta los órganos sexuales y otras se embargaba de melancolía. Es decir, de eso que hoy llamaríamos depresión. Los neoplatónicos imaginaron que la belleza del cuerpo manifestaba de modo palpable la del alma y aún llegaron a considerar que había un orden cósmico con el que el alma armonizaba por medio de la música. Y de ahí partieron místicos como santa Teresa o san Juan de la Cruz para perfilar los deleites que sentían en sus encuentros con Dios.

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SIEMPRE JOVEN

Uno de los principales aciertos del libro es el de ofrecernos una imagen viva de todas estas entelequias, plasmándolas en versos, en grabados o en lienzos. Unas veces son las palabras de Quevedo, de Lope, Aldana o de Fray Luis; otras, los trazos de Velázquez, que dio al alma la forma de un niño, o los del Greco, que pintó al conde de Orgaz subiendo al cielo ya sólo alma con la apariencia de recién nacido y en los brazos de un ángel.

Y es que el alma (la conciencia que de nosotros mismos tenemos) se nos presenta para siempre joven. 

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EL MISTERIO QUE ENCIERRA EL ALMA

Podrá decirse que todo son delirios, que estas gentes eran idiotas o ignorantes; pero erraríamos porque estamos ante sabios verdaderos que procuraban comprender el funcionamiento y la complejidad de la vida humana. las razones de nuestra existencia. Y en esas andamos, aunque a tientas.




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