El único artilugio capaz de salvar al ser humano es la poesía
Carmen Castellote, la última poeta viva del exilio republicano
La última poeta viva del exilio republicano nació en 1932 en Bilbo, hija del militante comunista Ricardo Castellote y de la zeberiarra y futura cocinera profesional María Labat Zabala. Poco después del bombardeo de Gernika, en 1937, sus padres la embarcaron en el Habana rumbo a Leningrado, junto con otros centenares de niños de la guerra. Iban a ser unos meses, pero Carmen jamás ha vuelto a pisar Bilbo.
“No quiero que hables de mí, habla de mi poesía”, pide. Pero no es tan fácil, porque su vida es increíble, y porque su poesía habla de ella y de sus mundos; de los de fuera, a menudo crueles pero a veces tiernos, y de los de dentro, íntimos y ricamente poblados recovecos en los que se interroga constantemente acerca de una identidad que, desde luego, no debió de ser fácil construir.
El primer poemario de Castellote, Con suavidad de frío, vio la luz en México en 1976 y ahora abre la edición de su poesía completa, publicada bajo el título Kilómetros de tiempo (Torremozas). Un recorrido tan bello como estremecedor a través de aquella huida, poblada por trenes, mares y ancianos “que atan sus raíces a la choza, como los firmes capitanes que hunden su barco aún vivo”, porque “dos muertes no hay, mas una no es posible evitarla”.
La niña huye de la guerra mientras la infancia huye de la niña. El recuerdo de los aviones pisándole los talones, el hambre, la sed y las múltiples pérdidas marcan para siempre su biografía.
Acabada la guerra, regresaron a Moscú, donde Castellote siguió su itinerario académico y vital, con la casa de estudiantes como eje gravitatorio.
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Allí conoció a un joven polaco llamado Tadeusz Wolny, se licenció y cursó estudios de posgrado en historia, aunque siempre permaneció ligada a la literatura.
Tanto, que en 1987 recibió la medalla Pushkin como reconocimiento a un ensayo acerca de la literatura rusa. Tenía que llover mucho, sin embargo, antes de llegar a aquellos años. La vida se aceleró en 1957, cuando se casaron en la misma casa de estudiantes y se mudaron a Polonia, donde nació su hijo Wlady. No tenía ni dos años cuando volvieron a cambiar de tercio, pero esta vez rumbo a México.
En México vivían –exiliados desde 1939– los padres de Carmen. Más de dos décadas sin verse. Embarcaron a una niña de 5 años en Bilbo y recibieron a una madre de casi 30 en México. “El exilio rompe muchas cosas”, rememora Castellote, quien sin embargo habla de su padre con un cariño infinito. Está presente, de hecho, en varios de sus poemas, con uno dedicado especialmente a él con motivo de su fallecimiento.
Castellote se introdujo rápidamente, de la mano de su padre, en el círculo del exilio republicano en México, donde conoció a poetas de la talla de Luis Cernuda o León Felipe y trabó gran amistad con Juan Rejano, mientras trabajaba en la editorial Uteha. Een México, Castellote, superados los 40 años y con un engrasado castellano, en buena medida oxidado, empieza a publicar sus poemarios.
En su obra es evidente la gratitud hacia el país de acogida, en el que la “acunan los volcanes” y se llega a sentir, a ratos, “una más entre las palmas”.
“Puse en tus hombros mi nostalgia y busqué la cumbre más próxima al miedo para inventar sueños en la altura”, le canta a México.
Carlos Olalla, el culpable
“Él es el culpable de mi descubrimiento”, lo dice riendo porque Carmen Castellote sólo tiene palabras de amor y agradecimiento para Carlos Olalla, principal responsable de que estemos hablando de la última poeta viva del exilio republicano. Hombre de artes, actor y escritor, en 2018 Olalla estaba buscando material para preparar un monólogo sobre las mujeres y el exilio republicano cuando se topó, en Internet, con tres versos sueltos de Castellote.
Quedó cautivo, tanto de los poemas como de la aparente ausencia de cualquier información sobre la obra de esta niña de la guerra que, por lo visto, había vivido en México.