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El terrorismo y la lucha de clases

Ignacio Sánchez-Cuenca analiza la violencia política radical nacida en los años setenta. La ausencia de ETA y el IRA resta fuste a su estudio

Con motivo de los desórdenes en Barcelona y la quema de un furgón policial por parte de los manifestantes, representantes sindicales de las fuerzas de seguridad, y no pocos comentaristas de prensa, denunciaron lo que consideraban una acción típica de terrorismo urbano. 

Pintada en apoyo a las Brigadas Rojas en una calle de Milán en 1977.El terrorismo y la lucha de clases

Mientras progresaba entre nosotros esta discusión tan de actualidad cayó en mis manos el interesante libro de Ignacio Sánchez-Cuenca sobre Las raíces históricas del terrorismo revolucionario. 

El propio título de la obra me indujo a investigar por mi cuenta sobre el significado de dichos términos.

El uso de la violencia en política se remonta a los orígenes de la lucha por el poder. Solo la atribución formal del monopolio de la fuerza a los Estados ayudó a instaurar un cierto orden al respecto. 

El terrorismo político se asocia comúnmente a los procesos revolucionarios desde la implantación del Terror por la Revolución Francesa, aunque, bien mirado, además de revolucionario, este fue también un tipo temprano del llamado terrorismo de Estado. 

De entonces acá, el terrorismo y quienes lo practican han merecido toda clase de definiciones en los códigos penales y los acuerdos internacionales. 

Es evidente que no toda violencia política puede ser considerada terrorismo, y no todo terrorismo es revolucionario. Sin embargo, su nomenclatura es importante, sobre todo cuando nos internamos en el análisis de la guerrilla y los movimientos de liberación nacional. 

El presidente colombiano Álvaro Uribe libró, por ejemplo, durante años una batalla dialéctica para lograr que las FARC fueran consideradas como una organización terrorista, lo que facilitaría la colaboración internacional en su lucha contra ella.

El libro que comentamos es de hecho una investigación comparada del terrorismo ideológico emergente a partir de 1970 en algunos países desarrollados de Europa, Estados Unidos y Japón. Su autor define el terrorismo revolucionario como aquel que aspira a adueñarse del poder político de un Estado, mediante una “lucha armada de la izquierda llevada a cabo por organizaciones clandestinas (…) en adaptación de las tácticas marxistas de guerrilla al contexto de los países ricos”. Los activistas mataban en nombre de la lucha de clases y la defensa de los trabajadores.

Se trata de un trabajo académico riguroso que, como su mismo responsable dice, incorpora ideas de disciplinas diferentes, tal que la economía política, la historia, la sociología, las relaciones internacionales, la antropología o la psicología. A la búsqueda de parámetros que expliquen el desarrollo del fenómeno terrorista, incluye gran cantidad de informaciones estadísticas, gráficos y mediciones de todo tipo, en la estela de la práctica científica, para la que solo existe aquello que es mensurable. Eso aporta una rigidez excesiva a la lectura, hasta el punto de que el autor sugiere que su obra puede leerse de diversas maneras, como si de la Rayuela de Cortázar se tratara, e incluso invita a saltarse algún capítulo. No me parece empero una sugerencia acertada.

Su tesis es que el terrorismo que Europa padeció en la década de los setenta del pasado siglo constituye una manifestación tardía contra el avance del capitalismo y la democracia liberal

La tesis fundamental que defiende es que el terrorismo que Europa padeció en la década de los setenta del pasado siglo constituye una manifestación tardía contra el avance del capitalismo y la democracia liberal. Demuestra que padecieron más violencia los países que en el periodo de entreguerras renegaron del sistema liberal y se inclinaron hacia el autoritarismo. Mayo del 68 habría constituido una primera advertencia al respecto, pero en opinión del autor es preciso remontarse años más atrás para entender la violencia extrema de algunos grupos radicales de izquierda. 

Se llega a la conclusión de que ha habido más terrorismo en aquellos países que se incorporaron tarde y mal a la democracia después de la II Guerra Mundial. En el caso americano influyen además otros factores endógenos como el racismo, cuyas heridas nuevamente afectan hoy a la estabilidad política del país.



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