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El tecleo no es la única música que crean los escritores

Emily Brönte, Jack Kerouac, Kurt Vonnegut, Sylvia Plath, el sacrificado autor ‘pulp’ y hasta las rencillas entre literatos tienen canciones a su nombre, porque hay algo más ahí fuera que el sonido de las teclas

El año 1978, Emily Brönte se transformó en un hit pop que se radió hasta el infinito sin que eso pareciese contribuir a que las librerías se llenasen de futuros lectores de la más desdichada y talentosamente oscura de las hermanas Brönte. Kate Bush había escrito Wuthering Heights, su primer single, basándose enteramente en, claro, Cumbres borrascosas, una de sus novelas favoritas. Tenía entonces Bush 18 años. Impresionada por lo desatadamente irracional y romántico —en el sentido de cruel y salvaje y fatal, el del verdadero romanticismo— de la novela, Bush impregnó de la tenebrosidad de la obra prácticamente todo aquel visceral The Kick Inside, un primer álbum que colocó su marciana voz en el epicentro de la eclosión ecléctica de finales de los 70.

Foto clásica de Jack Kerouac subiendo el volumen de una radio de la época.El tecleo no es la única música que crean los escritores

La historia de Paperback Writer es divertida. El protagonista es uno de esos escritores de denostadas novelas que se ha venido un poco arriba y ha escrito una obra magna, de casi 1.000 páginas, y ha enviado una carta a un editor suplicando que la publique y contándole que se ha inspirado en otra novela, de un tal Lear —supuestamente el pintor Edward Lear, que solía escribir poemas y canciones sin sentido—. El mismo tono delirantemente absurdo tiene el fabuloso I’m Writing a Novel, de Father John Misty, en el que el narrador de la canción se jacta de estar escribiendo una novela, “algo que nadie ha hecho antes”, dice, literalmente el también Fleet Foxes. El tema está incluido en su muy irónico —siempre es así— y muy recomendable álbum de 2012, Fear Fun.

Lloyd Cole se encargó de dedicarle un tema a las rencillas entre escritores, Writer’s Retreat!, que suena tan encantadoramente apaciguador como todo su gustoso pop rock de armónica y guitarra amable. Luego están los artistas que tienen a escritores como amigos especialmente íntimos y no dejan de guiñarles el ojo desde todo tipo de temas. Es el caso de Tori Amos y Neil Gaiman. Hay menciones al segundo en canciones tan míticas como Horses y Tear in Your Hand —en esta última, Amos habla de una ruptura y nos saluda de parte de Neil, “Neil says hi by the way”, algo así como “por cierto, que Neil dice hola”—, pero es Space Dog la que contiene la frase que dio título a un álbum —Where’s Neil When You Need Him?— en honor del autor de Coraline.

Pero, en fin, el imprescindible álbum de grandes éxitos de la responsable de Under the Pink se tituló Tales of a Librarian —Cuentos de una bibliotecaria—, así que su amor por la literatura es evidente. Gold de Ryan Adams está repleto de homenajes a mujeres con las que ha salido —New York, New York es, y lo ha confesado en más de una ocasión, no tanto la ciudad como Winona Ryder, con quien tuvo un fugaz affaire— y con las que querría haber estado, como la poeta Sylvia Plath. En su lacónica Sylvia Plath suspira por haber podido acompañar a la atormentada escritora a todas partes —incluido en su viaje a España, en realidad, Benidorm, donde ella y Ted Hughes pasaron la luna de miel—. ¿Otro poeta? The Cranberries rinden tributo a su compatriota en la enorme Yeat’s Grave.

Lejos de la oscuridad que, en realidad, siempre rodeó a Dolores O’Riordan, Natalie Merchant y sus 10.000 Maniacs, homenajean a Jack Kerouac en Hey Jack Kerouac, que casi parece un pedazo del diario de la propia Merchant, o mejor, una carta destinada a ser leída por “la estrella más brillante” de los beatniks, a quien le pregunta por su madre —y todo lo que debió llorar— y por aquellos que ensombreció su radiante fulgor. De la soledad y todo lo que rodea al lado no especialmente amable de lo literario habla la noventera —y algo grungie— Mr. Writer de Stereophonics. Y hablando de los noventa, los míticos Green Day le dedicaron una de sus cápsulas pop punk a Salinger. Su título tenía forma de pregunta —Who wrote Holden Caulfield?— y era, claro, como el resto, una pequeña declaración de intenciones.



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