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“El pueblo de París queda convocado a las elecciones comunales”

‘Historia de la Comuna de París de 1871’, obra capital de Prosper-Olivier Lissagaray, llega a las librerías coincidiendo con el 150º aniversario de la revuelta

El periodista francés Prosper-Olivier Lissagaray es fundamentalmente recordado por su obra ‘Historia de la Comuna de París de 1871', en la que cuenta con todo detalle el desarrollo y final de la revuelta que estalló en París el 18 de marzo de ese año, de la que este jueves se cumplen 150 años. Fue reprimida solo dos meses después, el 28 de mayo, pero se convirtió en un hito de la historia de la izquierda europea. Capitán Swing recupera ahora esta crónica, en traducción de Blanca Gago. El libro se publicó originalmente en Bruselas en 1876 y, como explica el escritor y editor francés Éric Hazan en el prólogo, Lissagaray, que había participado en el movimiento revolucionario, lo escribió para “combatir las calumnias y mentiras que la burguesía victoriosa arrojó cual cubo de agua sobre los comuneros derrotados”.

‘Calle de París en mayo de 1871’, Maximilien Luce (Museo de Orsay).“El pueblo de París queda convocado a las elecciones comunales”

La historia de la clase obrera desde 1789 habría de ser el prólogo de esta historia. Pero el tiempo apremia, las víctimas se arrastran hacia sus tumbas y la perfidia de los liberales amenaza con superar las gastadas calumnias de los monárquicos. Por ello me limitaré, de momento, a esbozar unas breves frases estrictamente necesarias a modo de introducción.

¿Quién hizo la revolución del 18 de marzo? ¿Qué papel desempeñó el Comité Central en la misma? ¿Qué era la Comuna? ¿Cómo es que cien mil franceses faltan en su país? ¿Quién es el responsable? Legiones de testigos responderán a estas preguntas.

No hay duda de que habla un exiliado, pero un exiliado que no fue ni miembro, ni oficial, ni funcionario de la Comuna, que se ha pasado cinco años tamizando la evidencia, que no ha osado expresar evidencia alguna sin la más absoluta certeza, que contempla el acecho del vencedor a la mínima exactitud para negar el resto, que no sabe proferir mejor lamento para los vencidos que el relato sincero de su historia.

Una historia que, por otra parte, se debe a sus hijos, a todos los trabajadores de la tierra. El niño tiene derecho a conocer el porqué de las derrotas paternas; el partido socialista, las campañas hechas bajo su estandarte en todos los países. Aquel que cuenta al pueblo falsos mitos revolucionarios, aquel que se divierte con historias sensacionalistas, es tan criminal como el geógrafo que osara elaborar falsos mapas para los navegantes.

Londres, noviembre de 1876.

“Nuestros corazones rotos apelan a los vuestros”

Los alcaldes y adjuntos de París y los diputados del Sena a la Guardia Nacional y a todos los ciudadanos.

El Comité Central convoca elecciones. Los alcaldes de París y los diputados del Sena se alzan contra él.

París solo se enteró de su victoria el 19 por la mañana. ¡Qué cambio de decorado tras las innumerables escenas que se habían sucedido en los últimos siete meses! La bandera roja ondea en el Hôtel de Ville y, con las brumas de la mañana, se han evaporado el ejército, el Gobierno y la administración. De las profundidades del faubourg Saint-Antoine y la oscura rue Basfroi, el Comité Central se eleva a la cima de París ante el resplandor del mundo. Así se desvaneció el Imperio el 4 de septiembre y los diputados de la izquierda pudieron recoger el testigo del poder abandonado.

El honor y la salvación del Comité se asentaban sobre un único propósito: devolver el poder a París. Si hubiera sido una institución sectaria y prolífica en decretos, el movimiento habría terminado como el del 31 de octubre. Por fortuna, este estaba compuesto por recién llegados sin pasado ni pretensiones políticas, indiferentes a los sistemas y preocupados, sobre todo, por salvar la República. En esas vertiginosas alturas, lo único que los sostenía era una idea lógica y parisina por excelencia: asegurar la municipalidad de París.

Ese había sido el asunto preferido de la izquierda bajo el Imperio, y por ahí Jules Ferry o Picard se habían ganado a la burguesía parisina, muy humillada por la minoría en la que había permanecido durante ochenta años y escandalizada por los chanchullos de Haussmann. Para el pueblo, el Consejo Municipal era la Comuna, madre de los oprimidos y garantía contra la miseria.

A las ocho y media, el Comité Central está reunido. Preside la sesión Édouard Moreau, un total desconocido, un pequeño comisionista que a menudo expuso con gran elocuencia el pensamiento del Comité. «Yo no estaba de acuerdo con la idea de instalarnos en el Hôtel de Ville —dice Moreau—, pero ya que estamos aquí, es necesario regularizar la situación cuanto antes y ofrecerle a París lo que quiere: convocar elecciones en un breve plazo, abastecer los servicios públicos y preservar a la ciudad de cualquier sorpresa». Otros dicen: «Hay que ir a Versalles, dispersar la Asamblea y llamar a Francia entera para que se pronuncie». A lo que el autor de la propuesta de Vauxhall responde: «Nuestro mandato se limita a asegurar los derechos de París. Si la provincia piensa como nosotros, que nos imite».

Algunos quieren liquidar la revolución antes de recurrir a los electores, otros se oponen a una fórmula tan vaga. El Comité decide proceder a las elecciones cuanto antes y encarga a Moreau que redacte una convocatoria. Mientras se está firmando, llega Duval:

—Ciudadanos, acaban de decirnos que la mayoría de los miembros del Gobierno aún están en París; la resistencia se está organizando en el primer y segundo arrondissements y los soldados marchan camino de Versalles. Hay que tomar medidas rápidamente, nombrar ministros, dispersar a los batallones hostiles y evitar que salga el enemigo.

En efecto, Jules Favre y Picard ya habían abandonado París, mientras que Jules Simon, Jules Ferry, Dufaure, Leflô y Pothuau habían huido la noche anterior. Los ministerios se trasladaban sin disimulo y largas filas de militares se deslizaban por las puertas de la orilla izquierda del Sena. El Comité seguía firmando documentos, y descuidó la clásica precaución de cerrar las puertas para atenerse a las elecciones. No vio la muerte rondar entre París y Versalles; pocos la vieron, de hecho.

El Comité seguía firmando documentos, y descuidó la clásica precaución de cerrar las puertas para atenerse a las elecciones. No vio la muerte rondar entre París y Versalles.

El Comité se distribuyó las tareas y envió a sus delegados a apoderarse de los ministerios y servicios, algunos de los cuales fueron elegidos pese a no formar parte del Comité porque eran reputados hombres de acción o revolucionarios. Así, Varlin y Jourde fueron a Finanzas, Eudes a Guerra, Duval y Raoul Rigault a la Prefectura de Policía, Bergeret a Interior, Édouard Moreau se encargó del Officiel y de la Imprenta Nacional y Assi obtuvo el gobierno del Hôtel de Ville. Cuando alguien del Comité mencionó una subida salarial, sus colegas protestaron.

—En una situación sin control ni freno resulta inmoral asignarse más dinero —dijo Moreau—. Hasta ahora hemos vivido con nuestros treinta sueldos, y eso nos bastará.

Se designó la permanencia de los miembros en el Hôtel de Ville y el Comité convocó una reunión a la una.

Fuera se oía el clamor de la multitud, rebosante de alegría. Un sol primaveral bañaba las risas de los parisinos. Era el primer día de esperanza después de ocho meses sombríos. Los curiosos pululaban ante las barricadas del Hôtel de Ville, en Montmartre y por todas las calles. Entonces, ¿quién hablaba de guerra civil? Solo el Officiel, que relataba los acontecimientos a su manera: «El Gobierno ya ha agotado todas las vías de conciliación», y hacía un desesperado llamamiento a la Guardia Nacional: «Un comité que se hace llamar Comité Central ha asesinado a sangre fría a los generales Clément Thomas y Lecomte. ¿Quiénes son sus miembros? ¿Son comunistas, bonapartistas o prusianos? ¿Tendrán la decencia de asumir la responsabilidad de sus asesinatos?». Las lamentaciones de los fugitivos solo conmovieron a unas pocas compañías del centro. Sin embargo, los jóvenes burgueses de la Escuela Politécnica —grave síntoma de lo que sucedería después— acudieron a apoyar a la mairie del segundo arrondissement y muchos estudiantes, hasta entonces vanguardia de la revolución, se pronunciaron en contra del Comité.



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