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El primer filósofo moderno

Una nueva edición de ‘Discurso del método’ de Descartes, suma a una brillante traducción las versiones francesa y latina

Durante uno de mis primeros cursos como profesor universitario, asistió a mis clases un muchacho incluido en cierto programa de rehabilitación al que habían recomendado hacer algunas asignaturas de filosofía para resocializarse.

Portada del “Discurso del Método”.El primer filósofo moderno

Una tarde me lanzó esta pregunta: “¿pero tú has leído el “Discurso del método”?”. Durante el instante (que me pareció eterno), en el que estuve pensando cómo responderle, como dicen que les sucede a los ahogados, inundaron mi memoria, como en una película, no las imágenes de mi vida, sino las de la experiencia de mi primera lectura de este texto de Descartes que desde hace siglos circula separado de los ensayos científicos a los que originalmente sirvió de prólogo y que por su razonable tamaño, tantas veces me acompañó en autobuses y vagones de metro en el bolsillo de la chaqueta.

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LA CLARIDAD Y LA DISTINCIÓN COMO ESTILO

Parece inevitable, cuando se pe­netra en sus páginas, quedarse mudo de asombro ante la sencillez y la precisión con las que este caballero, que ha hecho de la claridad y la distinción la exigencia primera de su estilo intelectual y que está lo bastante bien educado para no presentar sus logros como doctrinas obligatorias para sus semejantes, sino como meras decisiones personales, sin más ayuda que la de su entendimiento y después de desprenderse de todas sus creencias y hábitos, de las opiniones heredadas y hasta de sus sentidos a veces engañosos, emprende una tarea para la que otros han necesitado miles de páginas tortuosas y oscuras, llenas de citas y argumentos de autoridad y la resuelve con decisión, modestia, aparente facilidad y admirable brevedad, pero también de forma del todo concluyente.

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SENCILLO Y BRILLANTE

Quizá por poseer la jovialidad intelectual de quien no llegó a viejo, Descartes, además de ser el primer filósofo moderno, es también el menos pesado, el que siempre está intentando aligerar la gravedad de las hondas cuestiones que trata y no le duelen prendas a la hora de abandonar sin melancolía alguna de ellas por encontrarla irresoluble o de recomendar a quienes quieren seguir sus pasos, en beneficio de su salud mental, no dedicar a la metafísica más de unas pocas horas al año.

Por supuesto, el lector que avance hasta al final del ‘Discurso’ encontrará motivos para reflexionar sobre las soluciones de Descartes y para discutir sus resultados, algo a lo que, por mucho que le pareciese un empleo del tiempo poco aconsejable, él siempre estuvo dispuesto, pero del flechazo producido por la brillante naturalidad del método y su contundente sencillez es posible que no se recupere ya nunca.




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