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El cine resiste en el interior argentino

La apertura de la primera fábrica de robots en Europa reaviva el debate sobre la pérdida de empleos humanos y la obligación de los autómatas de pagar impuestos.

El cine Florencio Parravicini no se fue en silencio. Primero fue un estruendo como “de terremoto” y luego una nube de polvo. Toneladas de ladrillos se desparramaron entonces por la acera y mataron a tres personas.

Frente del cine Español, de la ciudad argentina de Chivilcoy.El cine resiste en el interior argentino

EN SU ÚLTIMA TRANSFORMACIÓN SE VINO ABAJO

El derrumbe del Parravicini pudo ser el de otros cientos de salas que terminaron convertidas en estacionamientos o iglesias evangélicas cuando no cayeron ante las topadoras para dar paso a negocios más rentables. Argentina llegó a tener en los años 70 unos dos mil cines. Hace 10 años se contaban 420 y hoy apenas superan los 300. La elegía de los cines del interior debe recuperar del olvido a aquellos que se fueron, pero iluminar también a los que resisten.

Los argentinos vieron la primera proyección de cine en el teatro Odeón de Buenos Aires en 1896, el mismo año que en Nueva York. En aquella época de esplendor, cuándo el país soñaba con ser una potencia sudamericana, la ciudad de Chivilcoy, a 160 kilómetros al norte de la capital, era centro de la pujanza ganadera. La historia de sus cines es réplica de esa grandeza de origen, reflejada en tres salas fundadas por las comunidades de inmigrantes italianos y españoles, una constante en otros pueblos del interior, donde los recién llegados competían entre ellos por el lujo de sus centros sociales y culturales. “Los edificios eran una copia de Hollywood, la fábrica de sueños. La gente quería vivir como vivían estos reyes que veían en la pantalla”, dice Jorge Russo, curador de ciclos de cine y reconocido colorista digital nacido en Chivilcoy.

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La platea y los palcos del cine Metropol, en el año 1930.

EL CORAZÓN DEL PUEBLO

La ciudad bonaerense tuvo así tres cines: el Metropol y el Savoy, fundado por los italianos y el Español, obra de los españoles. Los tres fueron el corazón del pueblo, en tiempos en que no había televisión y las salas atraían a miles de personas. Decir miles no es exagerar. “Nos criábamos en el cine. El Savoy tenía mil localidades y me tocó ver películas parado en los pasillos”, cuenta Luis Gandolfo, nacido en Chivilcoy hace 61 años y hoy administrador del Metropol y el Español, los dos supervivientes de aquella época dorada.

Los cines eran también la evidencia de las divisiones sociales de la ciudad. El Metropol pasaba cine europeo y norteamericano, el Español de género y el Savoy películas argentinas. “A ese iba la gente del campo. Mi padre era italiano y no sabía leer, entonces iba a ver cine hablado en español, sin subtítulos”, explica Russo.

Las salas nacieron enormes, lujosas, omnipotentes en ciudades que crecían. Y estaban siempre repletas. “No llegaban los canales de aire de la capital y el único entretenimiento era el cine; la ventana al mundo era el cine. Había además una comunión con la gente. Los lunes comentabas la película con el vecino o con tu compañero de colegio, porque todos habíamos visto la misma”, recuerda Russo.

Esas salas pronto padecieron las crisis recurrentes de la industria del cine, como en tantas otras ciudades del mundo. La primera llegó en los 50 con la televisión. El cine respondió con color y pantallas más grandes. En los 70 y 80, los cines resurgieron tímidos, hasta que la TV color y el video VHS los pusieron cerca de la agonía. Las salas de pueblo cerraron y sólo sobrevivieron las de grandes ciudades como Rosario y Córdoba. En los 90 nacieron los multicines en supermercados y centros comerciales, pero ya alejados del centro. Tucumán fue un buen ejemplo de ello.

La ciudad, capital de la provincia que lleva su nombre, llegó a tener ocho salas, todas alrededor de la plaza central. “Hoy sólo queda el Atlas. Es el único cine a la antigua, porque el resto está ahora dentro de centros comerciales”, cuenta Fabio Ladetto, jefe de espectáculos del diario La Gaceta de Tucumán.

El derrumbe del Parravicini llenó al periodista de tristeza, aunque asume que fue una muerte anunciada. “En los pueblos ya no quedan cines. El Parravicini era único, pensado como teatro, con una sala circular y palcos. No había otro igual en toda la provincia y todos los tucumanos tuvieron alguna vez una historia en él. Yo fui a ver ‘Todos los hombres del presidente’ con la escuela, en 1976”, recuerda.

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Programa del cine Metropol de los años 60.

EL ÚLTIMO GOLPE

Con la llegada de los equipos digitales vino el último puñetazo: el cambio de los viejos proyectores demandó inversiones millonarias, demasiado esfuerzo para modestos empresarios del interior. Fue la época en que Juan Gandolfo pensó que el Metropol y el Español morirían irremediablemente.

Pero el sueño resistió. “Estábamos entregados. Cuando fallece un tío político de mi señora y aparece un testamento con la herencia de un campo. Usamos el dinero para comprar un proyector digital, sistema 3D, los anteojos, una pantalla a medida hecha en Canadá”, cuenta Gandolfo, quien ganó una batalla, pero sigue en guerra.

Según el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, los últimos años fueron duros. En 2009, el primero con registros oficiales, había en Argentina 449 salas, pero con un reparto muy desigual. Mientras la provincia y la ciudad de Buenos Aires tenían 156 cines, provincias tan importantes como Tucumán y Mendoza tenían menos de diez.

En 2016, las proporciones no se alteraron, pero Argentina perdió en la cifra total 149 cines. El Metropol y el Español sobrevivieron gracias al esfuerzo personal de Gandolfo y su familia, que ven como día a día cae la cantidad de espectadores.

“En los 70 éramos una clientela cautiva. Ibamos y nos enterábamos en la puerta lo que íbamos a ver. Hoy es común dar funciones con una media de diez a 15 personas durante la semana y 80 los sábados y domingos. La época de oro no vuelve más, se perdió para siempre”. (EP)

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El cine Parravecini, reducido a escombros en el centro de Tucumán.




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