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El aullido de los Beats resuena en la era digital

Una exposición de Angiola Bonnani en la galería Brita Prinz plasma la continuidad en la sociedad actual de la opresión contra la que se rebelaron Allen Ginsberg y sus coetáneos

Cada época produce su poesía. Pero toda buena poesía trasciende su época. ¿Qué elementos definen una buena poesía? Son muchos, desde luego, pero uno de ellos es, sin duda, que represente las inquietudes, las esperanzas y las profecías o expectativas —el Zeitgeist, al fin— de la época en que se escribe.

Allen Ginsberg junto a otros poetas y escritores en el Albert Memorial de South Kensington, Londres, en 1965, antes de participar en un espectáculo poético en el Royal Albert Hall. De izquierda a derecha y de arriba abajo le rodean: Adrian Mitchell, Anselm Hollo, Harry Fainlight y Alexander Trocchi.El aullido de los Beats resuena en la era digital

De ese allí y entonces, surge la generación de poetas Beat. Lo que empezó como un movimiento literario, acabó convirtiéndose en uno social de dimensión internacional. La palabra Beat, utilizada por primera vez por Jack Kerouac, uno de los exponentes principales del movimiento, hacía referencia a estar golpeado, frustrado, agotado, pero también al influjo de la beatitud zen y a la unidad rítmica muy asociada con la música jazz, que fue el telón de fondo de esa generación. Una música que surgía justamente de los márgenes más golpeados, más perseguidos, más agotados. Los Beat (también llamados beatniks) no solo pusieron en tela de juicio los valores puritanos (la América de leche y miel) y corporativos, sino que los desafiaron a gritos. En 1955 un joven neoyorquino, intenso e iracundo, lee, en un café de San Francisco, un poema que toca profundamente la fibra de algunos miembros de esa generación que se siente encorsetada. Howl (Aullido) declamado de forma tan explosiva como corresponde a su contenido será desde entonces el poema/bandera, la protesta metafísica del movimiento. En él Allen Ginsberg disecaba el cinismo del país utilizando unas metáforas y un lenguaje que fueron inmediatamente juzgados obscenos. Se prohibió el poema, se enjuició a su autor y, por ello mismo, el propio Estado ayudó a incrementar el antagonismo Beat hacia todo lo que oliera a establishment.

En 1957, se publicó la novela que, a decir de muchos, lanzó a esta juventud que sabía lo que no quería, pero aún no lo que quería, a las carreteras del país. Jack Kerouac había escrito On the Road (En el camino) cinco años antes, en unos días febriles, sobre un rollo de telex de 36 metros de largo nunca corregido. Un viaje vagabundo y etílico por las rutas menos frecuentadas del territorio estadounidense, acompañado de otro personaje del panteón Beat, Neal Cassady. 

Tanto Aullido como En el camino eran textos/catarata exentos de rima uno, de trama el otro, pero unidos por la escritura directa, ausente de puntuación, arrebatada y espontánea que se inspiraba en la improvisación del jazz y describía estrictamente las aventuras o los sentimientos personales en el momento en que se les daba forma. 

Lo que Ginsberg enuncia en una estructura nunca ensayada antes —78 líneas de prosa poética— es una letanía colectiva, una laberíntica enumeración que incluye sus frustraciones personales y las de su generación, el análisis del capitalismo y sus consecuencias, la crítica al sistema de enseñanza, la alerta ante la destrucción del planeta Tierra, ante la violencia institucional, ante la exclusión social y política.

Se dice que la generación Beat propiamente dicha acabó con la prematura muerte de Jack Kerouac en 1969, pero la verdad es que el amplio grupo de poetas (Burroughs, Corso, Snyder, Kaufman, Jones, Di Prima…) que conformaron este existencialismo norteamericano, fueron la avanzadilla de la siguiente generación, la de los hippies, liderada por Timothy Leary, Bob Dylan y un largo etcétera. 

Ginsberg, con los años y sus incursiones por la India, pasó de joven enrabiado a gurú de inspiración budista, sin dejar de defender, hasta su desaparición en 1997, ninguna de sus ideas iniciales. 



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