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El arte sin requisitos de Félix González-Torres

Arco 2020 ha decidido poner en marcha la licuadora y, rebajando la dosis de limón, sustituir el “país invitado” por la obra y la impronta de este artista nacido en Cuba y muerto de sida en Estados Unidos a los 39 años

It’s Just a Matter of Time, de Félix González-Torres (1992).El arte sin requisitos de Félix González-Torres

Por lo que ambos representan, la combinación entre una feria de arte y Félix González-Torres puede generar un cóctel intragable. Ignorando esta paradoja, Arco 2020 ha decidido poner en marcha la licuadora y, rebajando la dosis de limón, sustituir el “país invitado” por la obra y la impronta de este artista nacido en Cuba y muerto de sida en Estados Unidos a los 39 años. A favor de tal decisión debe haber pesado el consenso sobre un artista que barrió estereotipos y al que pocos discuten su anticipación a este siglo XXI. Más complicado resulta mesurar sus pertenencias nacionales, atravesadas por tres herencias directas que, como las penas del bolero, se agolpan unas a otras en una tensión incómoda.

Valga un dato: de los tres países que cruzan directamente la biografía de González-Torres, sólo Estados Unidos ha acudido a Arco como “invitado”. Cuba, donde nació, y pese a salir una y otra vez en las quinielas, nunca lo fue. Una evidencia de que los organizadores, más allá de sus intenciones, no fueron capaces de encontrar la fórmula para mitigar el diferendo entre ese país y su diáspora, algo en lo que sí han tenido éxito otras instituciones españolas en los últimos 25 años. Tampoco ha sido invitado Puerto Rico, donde se fraguó la obra que terminaría encumbrándolo más tarde como miembro del Group Material o en solitario. La otra isla que acogió esas “impresiones tempranas” rescatadas recientemente por Elvis Fuentes en colaboración con el Museo del Barrio de Nueva York y el Instituto de Cultura Puertorriqueña.

Este revival ofrecido por Arco quedará englobado en el programa Es sólo cuestión de tiempo (It’s Just a Matter of Time), comisariado al alimón por Alejandro Cesarco y Mason Leaver-Yap, con Manuel Segade, director del CA2M de Móstoles, a cargo del programa público. Se espera, asimismo, una inundación de sus obras en el espacio público, así como actividades o debates desde los cuales viejos y recién estrenados especialistas pondrán en circulación la avalancha efímera del artista en España. Una iniciativa mucho más modesta, aunque no exenta de simbolismo, tendrá lugar en el estudio de Dagoberto Rodríguez —exintegrante de Los Carpinteros—, bajo el título Cada forma en el espacio es una forma de tiempo que se escapa. Ideada por Solveig Font, esta muestra reunirá a 15 integrantes de la generación más reciente de artistas cubanos en un homenaje de transición; acaso a la espera de que un museo cubano, en alguna década de este siglo, se digne a honrar por fin a un artista particularmente tozudo a la hora de reafirmar su pertenencia a esa cultura.

Ojalá, en medio de esta euforia española, quede tiempo para recordar la exposición pionera que le dedicó en 1995 el Centro Galego de Arte Contemporánea, bajo la dirección de Gloria Moure y comisariada por Nancy Spector. O el hecho de que sus primeros vídeos estuvieran marcados por el interregno español de su corta vida, como reflejos de la mala educación clerical que él y su hermana recibieron en la Península. O el parangón que se le supuso con Pepe Espaliú y sus performances sobre el sida. O el correlato innegable con Javier Codesal, tanto como la huella en Nuria Canal, María Ruido, Dora García y Martí Manen. O su aparición en la narrativa de Julián Rodríguez, convertido en el guía que llevó al escritor, editor y galerista extremeño hasta el círculo en el que se disolvían las fronteras entre arte y escritura (me cuesta no recordar las divagaciones nocturnas con Julián, dejando volar la idea de un encuentro improbable entre Félix González-Torres y Martin Kippenberger).

Ese legado de González-Torres, con el que también se identifican Teresita Fernández, Ernesto Pujol, Allora y Calzadilla o Sarah Lucas, nos remite más a un método que a una forma específica. Pocas veces un artista tan austero consiguió marcar a gente tan distinta, sobre todo en un mundo que, tras su muerte, quedó dominado por una tecnología que él no llegó a conocer. Cabe detenerse, asimismo, en su precisión milimétrica a la hora de seleccionar, cocinar y digerir sus propias herencias, con ese portazo a los excesos pirotécnicos del multiculturalismo de su tiempo. Ahí queda su sofisticada conversión del espacio expositivo en una página en blanco, dispuesta unas veces para poblar y otras para evocar. Ahí esa gestualidad tan próxima a los ademanes de Severo Sarduy: también camagüeyano, también exiliado, también mezcla de escritor y artista visual, también fallecido de sida tres años antes que él. Ahí su idea de la vida como un tiempo que acaba cuando se interrumpe su sincronización con la persona que amas.

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'Untitled (USA-Today)', de Félix González-Torres (1990)

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'Untitled (Perfect Lovers)', de Félix González-Torres (1991) MOMA 



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