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El ‘annus horribilis’ de la Academia Sueca

La institución, que debería haber concedido el Nobel de Literatura este mes, intenta superar la crisis provocada por un escándalo de abusos sexuales y promete premio en 2019

Jean-Claude Arnault, el 24 de septiembre en Estocolmo, tras una sesión del juicio en el que fue condenado por violación.El ‘annus horribilis’ de la Academia Sueca

A falta de Nobel oficial, hubo un premio oficioso. La escritora guadalupeña Maryse Condé, de 81 años, se alzó con el galardón alternativo convocado ante la suspensión del Nobel de Literatura de 2018, pospuesto hasta el año que viene por el escándalo de abusos sexuales en el que se vio implicado el dramaturgo Jean-Claude Arnault, esposo de la académica sueca Katarina Frostenson y próximo a varios miembros de la institución, que fue condenado a inicios de octubre a dos años de cárcel por violación.

El premio de la Nueva Academia, una organización formada por un centenar de personalidades de la cultura sueca lideradas por la periodista Alexandra Pascalidou, nació con vocación de sustituir al Nobel.

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UN PREMIO MUY ESPECIAL

Cuando la Academia Sueca renunció a conceder el premio, Pascalidou, hija de inmigrantes griegos, que creció en uno de los suburbios más pobres de Estocolmo y que dice que salió adelante gracias a los libros de la biblioteca pública, decidió inventarse un galardón muy distinto. Los votos de 33 mil lectores fijaron una lista de finalistas de la que salió el nombre de Condé, escogido por un jurado formado por profesores y editores.

El premio se concedió mientras la Academia Sueca, en el interior de su fortaleza de fachada amarilla del casco antiguo de la capital, seguía intentando dejar atrás este “annus horribilis”.

“Ha sido un año terrible de muchas maneras distintas. La academia ha sido atacada por fuerzas externas, pero también internas. El escándalo sexual es sólo una parte”, afirma el secretario perpetuo de la institución, Anders Olsson. “Mucha gente creyó que la academia moriría e incluso lo deseó. Uno puede describir lo sucedido como una guerra cultural en la que distintos sistemas de valores chocan”.

Se refería así al conflicto provocado por la eventual expulsión de Frostenson, sospechosa de haber filtrado en siete ocasiones el nombre del ganador de los Nobel a Arnault, e indirectamente, a otras personas y de haber protegido los intereses de su marido.

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En abril, Frostenson ganó una votación por ocho votos contra cinco, lo que frenó su expulsión y provocó la renuncia de tres de sus opositores. Eso desencadenó a su vez la suspensión del Nobel: las dimisiones dejaron al número total de académicos en diez, cuando los estatutos de la Fundación Nobel exigen que haya un mínimo de 12.

Entre los enemigos de Frostenson se encontraba el veterano Per Wästberg, presidente del comité del Nobel de Literatura. Aunque él decidió quedarse. “Siento una gran lealtad a la Academia y a lo que esta representa. Como jefe del comité del Nobel, mi responsabilidad es que este premio siga existiendo. Me quedé para poder reformar desde dentro”, afirma Wästberg. Pese a todo, reconoce que la permanencia de Frostenson es la losa con la que sigue cargando la academia si quiere terminar con la crisis.

Aunque la institución parezca lista para pasar página cuanto antes: según Olsson, los académicos habrían aprobado por unanimidad una resolución que exige a Frostenson marcharse por su propia voluntad. 

Esperamos que renuncie por sí sola, pero si eso no sucede iniciaremos una nueva investigación sobre sus supuestas transgresiones de nuestros estatutos. No queremos expulsarla, sino darle una oportunidad justa de defender su causa”, precisó el secretario perpetuo.

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EL CONFLICTO DENTRO DE LA ACADEMIA

En realidad no surgió de un día para otro ni se ciñó a este único caso. La tensión era patente desde que Sara Danius, profesora universitaria especializada en el realismo literario en el siglo XIX, se convirtió en 2014 en la primera mujer en ocupar el cargo de secretaria perpetua de la academia, pocos meses después de entrar en la institución. Danius se esforzó en transformarla y modernizarla, distinguiéndose por su escasa ortodoxia. Y eso no gustó a todos sus correligionarios, que terminaron forzando su despido como secretaria perpetua en medio de esta crisis.

Uno de sus enemigos era Horace Engdahl, que ocupó el puesto hasta 2008.

“Lo curioso es que los acontecimientos que han causado este escándalo sólo están lejanamente emparentados con la Academia Sueca y resultan ajenos al comité para el Nobel, que ha continuado trabajando sin interrupción y sin angustia”, asegura Engdahl, prometiendo que la institución “recobrará la fuerza” de cara al año que viene, cuando entregará dos premios a la vez: el de 2018 y el de 2019.

Para conseguirlo, la Academia piensa renovar sus filas. Lo hará gracias al reciente cambio en el reglamento impuesto por el rey Carlos Gustavo, que pone fin al carácter vitalicio del cargo de académico y abre la puerta a los recambios. Ya se ha escogido a dos nuevos miembros: el jurista Eric Runesson, que ha ejercido de mediador interno en los últimos meses y tiene buena relación con todas las camarillas y la escritora Jila Mossaed.

Esta respetada poetisa de 70 años, nacida en Irán y exiliada en Suecia desde 1986, se convierte así en la primera académica sueca nacida en el extranjero. Se trata de un signo de diversidad inédito en esta vetusta institución, pero también de una personalidad ajena a los círculos intelectuales de Estocolmo, salpicados ahora por el caso Arnault.

Con estos dos nombramientos, la Academia Sueca recupera el cuórum. Así, deja de peligrar la concesión del Nobel de Literatura en 2019. Y parece desdibujarse la amenaza formulada por el director ejecutivo de la Fundación Nobel, Lars Heikensten, que hace dos semanas dio un ultimátum a la Academia Sueca: o recuperaba su legitimidad de inmediato o se vería obligado a adoptar “acciones drásticas”.




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