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Dios, amor e historia

José María Micó sitúa su versión de la ‘Comedia’ de Dante en el punto medio entre el verso y la prosa: se lee muy bien, tanto musical como narrativamente

La aparición de una nueva traducción de la “Commedia”, de Dante (1265-1321), es una buena noticia por sí misma, pero lo es más aún si se tiene en cuenta el valor de la versión en verso libre que nos ha ofrecido el sabio humanista José María Micó, de la estirpe de los Blecua y de Francisco Rico, todos grandes filólogos.

Grabado de Gustave Doré sobre “La divina comedia”.Dios, amor e historia

Dos libros del siglo XIII y el primer cuarto del XIV tuvieron una gran repercusión: “Summa Theologiae”, de Tomás de Aquino y “Commedia”, de Dante. El primero se eclipsó en buena medida cuando la escolástica perdió crédito, al amanecer de la Edad Moderna. “La Summa”, que es un libro dogmático, recorre un camino teológico de arriba abajo, de Dios a Jesucristo y el ser humano. Pero la “Commedia”, que por esta razón tuvo asegurado mayor futuro y gloria universal, va del hombre hasta la visión beatífica de Dios, pasando por todo cuanto un lector podía desear en un libro de la Baja Edad Media, en la que el conocimiento enciclopédico era costumbre entre los hombres de letras: así el Trésor, de Brunetto Latini, amigo y mentor de Dante, a quien este sitúa, a pesar de su respeto por el maestro, en el círculo de los sodomitas del Infierno.

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DEL INFIERNO AL PURGATORIO

Nadie, hasta entonces (de aquí que el dantista Raffaele Pinto, como Jacob Burckhardt, haya considerado la “Commedia” como el libro que abre las puertas de la modernidad literaria), había sido capaz de edificar, como Dante, un monumento tan bien organizado, more geometrico (“yo era como el geómetra empeñado”, Par. XXXIII, 133), more ptolemaico (así su concepción del orden astronómico) y more theologico o, mejor dicho, espiritual.

De la mano de Virgilio, el más “cristiano” de los autores latinos, el autor recorre las estancias del Infierno, luego las del Purgatorio (muy comentado por la patrística) y por fin, de la mano intocada de Beatrice y merced a la sabiduría de san Bernardo, llega a las alturas seráficas y divinas: para entonces Dante ya no se arroga la posibilidad de narrar aquello que es, en razón misma de lo sobrenatural, inefable.

A lo largo de este vasto trayecto, Dante hará aparecer en su “comedia” (así bautizó su libro para dar a entender el carácter inusual del libro) todo el saber común, político y religioso de su tiempo: el político para ajustar cuentas con aquellos que le obligaron al exilio en 130, el religioso para ajustarlas con un estamento eclesiástico que ya por entonces vivía sumergido en escándalos y contubernios.

Pero en ningún momento, leyendo la “Comedia”, tiene el lector la sensación de hallarse ante una mera acumulación de saberes doctos o históricos, de los que como hemos dicho, iba llena la enciclopedia de Latini y muchos otros textos de su época: en la base de toda la obra se encuentra aquella humanitas que acabaría definiendo al humanismo de las generaciones posteriores. Lo advirtió Leonardo Bruni en el siglo XV, como lo han advertido los comentaristas más finos de esta obra genial en todos los sentidos. A ello sólo hay que añadir que Dante relee en su obra la tradición latina (Virgilio, Estacio, Juvenal), en parte la griega (los mitos homéricos, Platón o Aristóteles) y como no podía ser de otro modo, la de sus casi coetáneos: los trovadores provenzales (Arnaut Daniel) y los stil­novisti del Duecento.

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EL AMOR COMO OPERACIÓN INTELECTUAL SUPREMA

Aquí es donde irrumpe un elemento fundamental de la Commedia: el amor. Cavalcanti está presente en la elaboración de la obra, en la medida que cantó, antes que Dante, el carácter inefable del amor a una mujer, de acuerdo con un lugar común (en parte acorde con el código caballeresco, en parte de inspiración mariana), que ya se encontraba en los trovadores. Pero los stilnovisti hablaron no sólo de un amor “ch’i ‘nol sauria contare”, sino también de algo que es dantesco por excelencia: el amor como operación intelectual suprema.

Aunque Beatriz sólo se presente en la tercera parte, resulta claro que el viaje entero de Dante a través de todas las esferas, círculos y repisas de su obra está dominado tanto por la fe en Dios (o el “deseo de Dios”) como en la búsqueda del amor más elevado: así se lo impuso el amor a aquella niña (Beatrice), que Dante conoció cuando esta tenía nueve años y que murió, como la Laura de Petrarca, “inanzo sera”, “antes de la tarde”, a los 24 años.

La Commedia sí alcanza el atardecer o el fin de la vida y la consagración de la fe y del amor, en una yux­taposición prodigiosa de la visión de la mujer amada y el deslumbramiento de la visión de Dios: Él es factor del universo, pero la voluntad y el deseo según Dante… “giran con la fuerza del amor que mueve el sol y las estrellas. Dios, naturaleza, hombre, historia y amor se funden por fin en una unidad de elementos indistintos”.

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“Comedia”, de Dante Alighieri.





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