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De la leyenda negra a la memoria histórica

Entre los libros publicados en España para conmemorar la efeméride, el más polémico, por irregular y politizado, es ‘La disputa del pasado’

La coincidencia de las efemérides del quinto centenario de la conquista de México y del segundo centenario de su independencia ha avivado las publicaciones y los debates sobre ambos acontecimientos. Si a ello le unimos algunas acciones colaterales, como la extravagante exigencia del presidente, Andrés Manuel López Obrador, de que Felipe VI pida perdón por las atrocidades cometidas por los españoles durante el periodo virreinal (o colonial), o como la cada vez más extendida iconoclastia contra los monumentos dedicados a los protagonistas de estos hechos (o de otros más claramente reprobables, verbigracia, la trata de esclavos africanos, que ha motivado la retirada de la estatua del marqués de Comillas en Barcelona), no ha de extrañar que la polémica y los escritos hayan aumentado exponencialmente.

Biombo de la conquista de México (1675-1692), expuesto en el Museo del Prado hasta el 26 de septiembre.De la leyenda negra a la memoria histórica

El libro cuenta con la colaboración de diversos autores y se articula en torno a una serie de preguntas sobre la conquista, la mirada, la frontera, la representación o la inclusión (o no) de la América española en la civilización occidental. Aunque ninguna de las intervenciones deja de resultar interesante, la diferencia entre los distintos artículos nos deja una obra irregular. Empezando por la introducción de Emilio Lamo de Espinosa, lastrada por una inoportuna insistencia en hacer recaer sus reflexiones no sobre el México virreinal, sino sobre la España actual. Ello se ve ya a partir de su descalificación de la “memoria histórica”, debido a una interpretación unívoca del concepto. Una memoria es algo personal y subjetivo frente a la historia, que es algo que se pretende universal y objetivo. Ahora bien, el concepto de memoria histórica se usa con mayor frecuencia e intención para referirse al rescate de una historia deliberadamente silenciada, condenada al olvido, pese a ser parte consustancial de la totalidad histórica, como ha ocurrido (y ello planea en la introducción) en el caso de la guerra civil española, cuando los vencedores arrinconaron a los vencidos (republicanos, anarquistas, socialistas y comunistas), si no era para descalificarlos como “malos españoles”, indignos de figurar en una historia de España como Dios manda. En ese caso, la “memoria histórica” se hace necesaria para completar el cuadro y, sobre todo, para dignificar la acción de los asesinados que yacen en las cunetas españolas. Sin esta recuperación tendremos una historia defectiva, injusta para los patriotas que lucharon en el bando de los vencidos y una herida abierta que no tiene nada que ver con el “resentimiento” del que habla el autor. Me vienen a la memoria los versos de Alfred de Vigny: “Roncevaux!, Roncevaux!, dans ta sombre vallée / L’ombre du grand Roland n’est donc pas consolée?”.

Además, hay como una sombra que planea sobre todo el volumen (“A shadow hanging over me”, que decían los Beatles), la frívola utilización del concepto de “leyenda negra contra España”. Como he escrito en otro lugar, una leyenda, según el Diccionario de la lengua española, es una relación de sucesos que tienen más de maravillosos que de verdaderos. Y resulta que la supuesta “leyenda negra” se basa en hechos verdaderos, por más que hayan podido sufrir alteraciones y manipulaciones tendenciosas, surgidas de la mala fe de los autores de un relato que buscaba poner de relieve los aspectos más negativos de una formación política, la Monarquía Hispánica, de la que fueron enemigos durante siglos. Es decir, las matanzas de Cholula, del Templo Mayor y de Tepeaca no son una leyenda, sino una realidad, aunque haya que inscribirla en un amplio marco explicativo. Y lo que más importa subrayar aquí es que los atentados contra los protagonistas del descubrimiento (Cristóbal Colón), de la evangelización (Junípero Serra) o de la conquista (Hernán Cortés, Juan de Oñate) no responden a una reactivación de la leyenda negra, sino a otros motivos, que están en relación con las transformaciones ocurridas en la política, la sociedad y la ideología del mundo actual, entre ellas, tal vez en primer lugar, el indigenismo, o la mala conciencia de muchos países por las sevicias infligidas a los indígenas que pueblan (o poblaron, pues muchos fueron masacrados en su día) sus territorios. Es muy fácil cargar sobre otros los crímenes propios.

Afortunadamente, una buena parte de estos trabajos trata de dilucidar (con sólida erudición y afirmaciones documentadas) cuál puede ser considerada la verdad histórica frente a tanta descalificación, muchas veces infundada e incluso insensata. Tendremos que seguir navegando por el proceloso mar de las interpretaciones, pero podremos afirmar que el fenómeno de la conquista es muy complejo y tiene muchas aristas (aunque nunca ni remotamente pueda hablarse de genocidio), que el México actual es fruto del pasado prehispánico y de las muchas aportaciones civilizatorias españolas (Quetzalcóatl y Guadalupe, los númenes que sustentan la identidad mexicana, como señalara en su día Jacques Lafaye), o que Hispanoamérica forma parte insoslayable de la civilización occidental. Y que debemos hacer un esfuerzo de comprensión y no abrir nuevas heridas, como por ejemplo en la línea sugerida por Elvira Roca de “meternos en el campo del adversario y sembrar polémica”, acusando a Thomas Jefferson de esclavista o cayendo sobre los estadounidenses en general por la conducta seguida con “sus indios”, ambas cosas ciertas, pero ahora traídas a colación en represalia por la actitud de Estados Unidos, no siempre unilateral, por otra parte, cuando se publica una espléndida monografía sobre la epopeya escrita por Gaspar de Villagrá en honor de Juan de Oñate por parte de la Universidad de Oklahoma o cuando se cuelga en el Capitolio el retrato de Bernardo de Gálvez, el defensor de Florida. 



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