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Caligari: Un siglo de la pantalla demoníaca

La película fundacional del expresionismo alemán, “El gabinete del doctor Caligari”, derribó la lógica visual con imágenes de pesadilla

Suele ocurrir que en los peores procesos de desmoronamiento de una sociedad surgen las cotas más elevadas de sus manifestaciones artísticas. La máxima se cumple en la Alemania de entreguerras, en una sociedad descompuesta en miseria y destrucción en la que aparecieron algunos de los movimientos más importantes del pasado siglo, como el expresionismo cinematográfico. La depresión de la derrota en los estertores de la República de Weimar coincidió con la identificación del público a través de una serie de películas que anticipaban una convulsión mayor aún: el totalitarismo. 

Imagen del Gabinete del Dr. CaligariCaligari: Un siglo de la pantalla demoníaca

Todo ello estalla en el primer gran título expresionista, El gabinete del doctor Caligari (1920), de cuyo estreno en Polonia se ha cumplido un siglo. Robert Wiene repitió sus formas de expresión exageradas y llevadas al paroxismo en las posteriores Genuine, película vampírica del mismo año que Caligari, en la que sigue experimentando con los esquemas formales desfigurados, y Raskolnikow (1923), la versión de Crimen y castigo de Wiene. El poder se cuestiona a través del director de la institución psiquiátrica que experimenta sus obsesiones de dominación a través del sonámbulo Cesare que ejecuta sus crímenes, metáfora del individuo sometido y utilizado. 

Los personajes se mueven en un escenario onírico que se inclina en ángulos imposibles

Vista cien años después, es cuestionable la inclusión del prólogo y el epílogo que convierten la pesadilla en una obsesión de la mente del narrador, hasta el punto de que Carl Mayer y Hans Janowitz, autores del guión, no los reconocen porque privan a la obra de la fuerza de la denuncia, pero el conjunto se sobrepone con una apabullante avalancha de recursos visuales y de creatividad en la puesta en escena. La realidad es desfigurada hasta lo fantasmagórico, hasta convertirse en irreal, las proporciones lógicas se pervierten, los contornos se tuercen hasta devenir monstruosos y sobrecogedores. Wiene emplea angulaciones de cámara retorcidas, encuadres desquiciados que consiguen un efecto de confusión en el espectador trastocando las líneas y los volúmenes de lo real. Todo es distorsión y deformación en Caligari, todo está contrahecho. Hasta la amenaza del incipiente dictador al que sólo le restan unos pocos años para instalarse en la sociedad alemana y terminar de destruir una ejemplar nación. 

La corriente expresionista exportó su talento a Hollywood con los viajeros F.W. Murnau, Fritz Lang, Robert Siodmak, el cameraman Karl Freund, o actores como Lorre, el verdadero vampiro de Düsseldorf. Todos ellos llevaron el germen al otro lado del Atlántico, y la semilla se reprodujo en el terror clásico de la Universal, en el horror gótico del Drácula o el Frankenstein, y sobre todo en el film noir de los años 40 y 50. El Orson Welles de La dama de Shanghai (1947) y por supuesto de Ciudadano Kane (1941) es uno de sus principales deudores. Y los directores de fotografía norteamericanos, que estudiaron profusamente las imágenes creadas por Carl Hoffmann, Fritz Arno Wagner y Freund en las películas expresionistas. 

Sus imágenes deformadas, la iluminación con fuertes contrastes y claroscuros, los decorados oníricos y desproporcionados. Un prodigio escénico hecho con materiales de saldo, sobre todo tela y cartón, que evitaron la bancarrota del proyecto del Doctor Caligari. Los ropajes de los actores tienen pintadas las sombras en negro. Las calles se entrecortan en ángulos imposibles, la perspectiva está voluntariamente curvada hasta superponer líneas oblicuas y circulares donde necesariamente tendría que haber líneas rectas. Las ventanas pierden su lógica vertical y horizontal, son ventanas inclinadas e imposibles. Lo inanimado cobra vida, como en El Golem (1920) en la que Paul Wegener daba vida a un hombre de arcilla. O como el Nosferatu de Murnau (1922), el vampiro que vuelve de los muertos al que los herederos de Bram Stoker se negaron a autorizar como propio. O la ciudad de decorados posmodernistas de Metrópolis (1927), la estilización del expresionismo en la arquitectura en la que se explota a los humanos, convertidos en Cesares mutantes sin personalidad. Pocas más representan puramente al expresionismo alemán, movimiento con sólo media docena de obras con auténtico pedigrí, aunque con un poso muy profundo en las inmediatas El doctor Mabuse (1922), El hombre de las figuras de cera (1924) del pintor expresionista Paul Leni, El último, Tartufo y Fausto de Murnau, Varieté, Los Nibelungos (1923-24), Las manos de Orlac (1924), y LulúoLa caja de Pandora (1928) de Pabst.



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