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Bioética del instrumento musical

Bernard Sève ahonda en las relaciones entre música y filosofía en un sorprendente ensayo

“Flautista”, de Hendrick ter Brugghen.Bioética del instrumento musical

La siembra entre música y filosofía ha producido magníficas cosechas. Desde la antigüedad al presente, de Pitágoras y Aristóteles a Adorno, esa conexión ha estimulado la mente de grandes pensadores en múltiples aspectos.

La línea traspasa ahora al siglo XXI de la mano del francés Bernard Sève, profesor de Estética y Filosofía del Arte, con “El instrumento musical”.

Si buscamos parentescos en el árbol genealógico de la historia, puede que hallemos una ascendencia directa del tiempo presente en el barroco. Por eso conviene a veces dejarse de teorías ornamentales y volver a las esencias. Resulta refrescante. Es lo que ha buscado Sève. Entre sus intenciones, destaca empeñarse en indagar el misterio de lo básico. Acercarse a esas verdades que de tan evidentes, nadie repara en ellas. La directa relación del arte de la música con el instrumento, su simbiosis, es lo que mueve este trabajo. Pero no desde el punto de vista técnico, sino filosófico.

Según Sève, la imaginación humana se demuestra mucho más libre cuando inventa un instrumento musical que cuando crea cualquier otro objeto. La exploración del sonido responde a leyes de otra dimensión. La fantasía entronca ahí con la más íntima sensibilidad sin que esta necesite mediación, ni interferencias del intelecto. Su propia esencia no práctica se lo permite. Representa por ello, para el autor, la más libre de ataduras.

La peripecia de esa búsqueda entre la aparición de la flauta y los sonidos producidos por ordenador, es la que se ocupa de describir este magnífico libro. 

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DE LA MANIFESTACIÓN DE CULTURA A LA ELECTROACÚSTICA DE VANGUARDIA

El centro de toda esa odisea civilizadora reside en el amplio territorio de lo que conocemos como orquesta. Del barroco al siglo XX, ese hábitat de lenguajes en busca de la armonía y sus contrapuntos, ha constituido un constante espacio de diálogo utópico.

Sevè, con acierto, alerta sobre la amenaza —ya demasiado prolongada— que apunta a un preocupante anquilosamiento de la orquesta en el tiempo presente. Por eso mismo, el gran Pierre Boulez temió en vida una parálisis de la nueva producción instrumental que las convirtiera en una especie de museo sonoro moribundo. Todo un síntoma de decadencia que él mismo quiso remediar desde su laboratorio del Ircam parisino Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique.

Aunque sólo fuera por llamar la atención sobre dicho punto, el trabajo de Sevè ya cumpliría de sobra su cometido. Pero el viaje del autor nos lleva a un espacio mucho más ambicioso. Trasciende la mera denuncia, emprende y abarca una certera y fascinante cosmología instrumental.

Para empezar, antes de arriesgarse con cualquier definición pomposa, apunta a orígenes que tenían que ver con la producción de ruido para la caza y la guerra. Su cometido era mágico y religioso y ya manifestaban gusto por la exploración sonora. Luego llegaron las lutherías y estas se hicieron presentes en cada época hasta la actual era tecnocientífica. El frenazo en dicha búsqueda constante cuestiona hoy nuestra capacidad de regeneración creadora.

Pero no sólo la producción del instrumento en sí ocupa la obra del filósofo francés. La línea central del estudio reside en la directa interconexión de los mismos con el arte que inspiran. En qué manera no sólo originan la música, sino que la mediatizan. Cómo la difusa línea entre el medio y el fin convierte a los instrumentos en mucho más que meras herramientas. Muy alejadas de lo que representa un pincel para un pintor o un bolígrafo para un escritor.

De Bach a Berio, de Mozart y Haydn a John Cage o Ligeti, de Berlioz,Wagner y Mahler a Boulez y Stockhausen, la inventiva musical pugna por implantar principios que no sólo exploran los musicólogos.

Sus enigmas deben ser abordados también por los filósofos. Y así lo han hecho quienes recogen este ensayo. Han afrontado problemas latentes que necesitaban respuesta. Partiendo de la preocupación que provocaba el hecho de añadir más cuerdas en las cítaras que escuchaban Aristóteles y Platón —un presunto crimen porque a juicio de algunos, modificaban la armonía que reflejaba el orden cósmico— y siguiendo por los laúdes a oídos de Montaigne, los claves y violines que en vida disfrutaron Hegel o Rousseau y desembocando en las intransigencias que plantan batalla a la armonía por parte de fiscales modernos como adorno.

Todos los pensadores relevantes que se han arriesgado a dar respuesta a los diferentes enigmas del arte musical caben en este libro. Pero sobre todo las fértiles preguntas que la historia de los instrumentos provocan en Sève. La pura invención, la continua relación con el cuerpo de quien lo adopta, su apariencia y la búsqueda del objeto bello, los problemas de la escritura para cada uno de los lenguajes en que se expresan, los contextos en que fueron creados y su supervivencia a través de la historia. El eterno reto de describir el universo mediante sonidos y las complejidades que esa genialidad colectiva conlleva. 




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