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Aprender sin darse cuenta

Revivieron las películas de Karate Kid con la serie Cobra Kai

Ahora que revivieron las películas de Karate Kid con la serie Cobra Kai, recordé esta escena clásica de las películas originales, que seguramente recordarán: el maestro le asigna al discípulo una serie de tareas desagradables para él y aparentemente sin ninguna relación con el propósito que el joven buscaba, que era aprender karate. 

Aprender sin darse cuenta

En ambos casos, cuando los muchachos ya están hartos de esas actividades, para ellos sin trascendencia, y están a punto de mandar al cuerno a sus respectivos maestros, éstos les hacen ver que los movimientos y reflejos que desarrollaron al tener que repetir incontables veces las citadas acciones son los que necesitaban para ejecutar con precisión el arte marcial que andaban buscando. Habían aprendido karate sin darse cuenta.

Analogías con la vida

Como en otras ocasiones, aquí veo una semejanza con la vida real. A veces la vida, a través de experiencias difíciles o incluso desagradables, nos enseña algo sin que nos demos cuenta.

Joseph Addison, escritor y político inglés en el siglo XVIII, dijo: “Nuestras bendiciones verdaderas con frecuencia se nos presentan en forma de penas, pérdidas y desilusiones; sin embargo, tengamos paciencia y pronto las veremos con su forma propia”.

Muchas veces tenemos que vivir experiencias que preferiríamos no tener que pasar, el equivalente a las cosas que los maestros de las ya mencionadas películas obligaban a sus alumnos a hacer. En ese momento, cuando estamos pasando la experiencia, es como ver la pieza suelta de un rompecabezas. No sabemos para qué sirve, en dónde va, qué figura va a formar. Sin embargo, si como dice Addison, tenemos paciencia, va a llegar el momento en que podremos ver cómo esa pieza encajaba en la imagen total del rompecabezas de nuestra vida. Es entonces cuando decimos: “Ah, por esto era necesario que pasara yo por esa experiencia”. Es cuando descubrimos que aquella experiencia difícil o desagradable me ayudó a desarrollar la sabiduría para resolver ahora otro problema. O me dio la fortaleza de carácter para lograr algo en mi vida. O me dio la experiencia para poder ahora aconsejar o ayudar a un hijo o un amigo. O me dio la fuerza de espíritu para levantarme ante una nueva adversidad. Todo eso, lo aprendimos sin darnos cuenta, y ahora estamos mejor preparados para enfrentar lo que la vida nos presenta.

Siempre aconsejo a mis hijos y a mis alumnos a que no renieguen de la adversidad, porque a través de ella, la vida nos está tratando de enseñar algo. Les digo: “Cuando estén pasando por una experiencia difícil, no se pregunten ‘¿Por qué?’ sino ‘¿Para qué?’ ¿Para qué Dios o la vida me están poniendo esta prueba? ¿Qué necesitan ellos que yo aprenda de esto?”

La escuela de la vida

Estamos inscritos en una escuela de tiempo completo llamada Vida, con maestros a veces tan duros como Mr. Miyagi o como Jackie Chan, solo que en esta escuela se llaman Mr. Problemas o Mr. Adversidad, pero estos maestros, al igual que aquellos, “saben su cuento”, y saben lo que tenemos que hacer o pasar para finalmente alcanzar nuestros objetivos en la vida.

En esta escuela, cada día tenemos la oportunidad de aprender lecciones, y a veces nos podrá parecer que las lecciones no tienen sentido. Sin embargo, una lección se repetirá una y otra vez, hasta que la hayamos aprendido. Una vez que la aprendamos, pasaremos a la siguiente lección, como también ocurrió con los chamacos Karate Kid. No hay parte de la vida que no contenga sus lecciones. Mientras estemos vivos, hay lecciones que aprender.

La matrícula no cuesta en esta escuela. No cuesta dinero. A veces cuesta lágrimas, pero te aseguro que por cada lágrima que tengas que pagar, la vida te compensará con bendiciones verdaderas y con experiencia que te enriquecerá. Te enriquecerá a ti, y será incluso de bendición para tus “compañeros de escuela” que te acompañan en tu mismo “salón de clases”, también llamados “seres queridos”.

En “Cobra Kai”, la serie empieza con los protagonistas todavía enojados por sus problemas de treinta años atrás, y eso me da pie para hablar de la importancia de no guardar resentimientos, pero esa… es otra historia, que me reservo para otra ocasión.



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