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Anna Wiener: “El cuento de la meritocracia en la industria tecnológica es una patraña”

Llegó a California atraída por la promesa de felicidad de Silicon Valley y se topó con un universo ferozmente competitivo y machista. ‘Valle inquietante’, el libro en el que cuenta su experiencia

Días antes de esta conversación, el extravagante empresario Elon Musk fue el anfitrión de Saturday Night Live, el popular programa de comedia que se ha transmitido desde hace 46 años en la televisión estado­unidense. La presencia del fundador de Tesla y SpaceX en la emisión había creado muchas expectativas. El mundo del dinero y el del entretenimiento volvía a encontrarse. Al final, las expectativas no se cumplieron. “Fue un espectáculo extraño. Es raro cuando la gente de los negocios se convierte en famosa. Es muy estadounidense”, dice Anna Wiener, autora de Valle inquietante, recién publicado en castellano por Libros del Asteroide.

Anna Wiener en el parque de Billy Goat Hill en San Francisco, durante la entrevista.Anna Wiener: “El cuento de la meritocracia en la industria tecnológica es una patraña”

El libro es una cruda memoria escrita desde el interior de Silicon Valley, el mundo de las tecnológicas y la cultura del trabajo y el emprendimiento que San Francisco ha exportado al resto del mundo y de la que Wiener, quien era una firme creyente, se convirtió en poco más de tres años en una apóstata. “El cuento de la meritocracia —esta creencia tan popular aquí de que las ideas y el trabajo duro serán suficientes para que la gente sea elegida naturalmente por su talento— es una de las mayores patrañas salidas nunca de la industria de la tecnología”, dice Wiener en un café del barrio de Noe Valley, en San Francisco, poblado en las horas de la mañana por decenas de niñeras hispanohablantes que empujan a rubios bebés en sus carritos.

Wiener (Nueva York, 33 años) es hija de un asesor financiero y una escritora y activista por el control de las armas. Es originaria de Brooklyn, donde tenía una vida “precaria pero agradable” como ayudante en una agencia literaria de Manhattan. Poco después sintió el vacío y tuvo la sensación de que su trabajo no iba a ninguna parte. La luz que emanaba desde la costa oeste comenzó a llamarla.

“Eso del ‘trabajo divertido’ y de confundir vida personal y laboral es algo vergonzante”

“Fue embriagador hallar una industria donde no solo había un futuro, sino donde la misma industria aseguraba ser el futuro y punto”, confiesa Weiner, que había estudiado Sociología. El contraste que vivió hace ocho años tras su llegada a San Francisco no pudo ser mayor: del anquilosado mundo editorial —donde la única posibilidad de éxito, escribe Wiener, es “heredar, casarse con alguien rico o esperar a que tus colegas se rindieran o murieran”— al universo de las start-ups, donde jóvenes sin experiencia estaban al mando. “Llegar y que hubiera dinero para tajar y nada más que oportunidades… Sentías que era demasiado bueno para ser verdad. Era ese tipo de cosas que quieres que duren un poco más antes de que te pongas a cuestionarlas”, se ríe mientras intenta acomodarse el pelo que le cubre la cara gracias al violento aire de la ciudad.

Lo que estaba detrás de aquel impulso es lo que provocó la escritura de Valle inquietante. La joven de 25 años llegaba en 2013 a una ciudad donde la gente de su edad comenzaba a hacerse millonaria. Encontró su primer trabajo en California en una aplicación de lectura electrónica que permitía el acceso a una gigantesca biblioteca por una tarifa plana. El libro le facilitó el aterrizaje en el valle, pero fue una decepción saber que ni ella ni los libros eran valorados por los socios de la pequeña compañía, quienes buscaban multiplicar a toda costa una inversión de tres millones de dólares.

La experiencia relatada por Wiener guarda incluso algunos secretos para el poderoso Google. Por una decisión de estilo evitó nombrar a las tecnológicas y empresas que hoy llenan informativos y periódicos. Tampoco están los nombres de sus consejeros delegados y apenas identifica a un par de sus excompañeros de trabajo. Entre ellos Ian, un experto en robótica que hoy sigue siendo su novio.

“Me consideraba feminista, pero estaba obligada a mostrar una deferencia incesante al ego masculino”

En el libro casi no quedan dudas de quién se habla cuando el lector se topa con “la supertienda online”, la “red social que todo el mundo decía odiar” y “la plataforma para compartir vivienda”, entre otras. La ausencia de estos detalles hace uniforme la experiencia. Amazon no es el mismo gigante hoy que entonces. “Quería que fuera genérico de un tiempo y un espacio. Son muy identificables, pero quería darle un toque un poco surrealista. También es gracioso describir lo que estas empresas hacen cuando piensas en todo el dinero y el poder que han amasado”, explica. La forma ayuda a trasladar al lector a una época anterior a que todas estas empresas fueran omnipresentes.

Wiener camina por las calles de San Francisco con un bolso de n+1, la revista literaria neoyorquina que publicó a inicios de 2016 un ensayo sobre su vida laboral. “Estaba muy desilusionada con algunos aspectos de la cultura del emprendimiento y la cultura que estaba viendo en las oficinas y todo el sistema de valores. Esta idea muy vergonzante, muy explotadora, del trabajo divertido y de que la vida personal sea también parte de la vida laboral del empleado”, cuenta. El proceso de escritura le gustó. Prometió buscarse un espacio nuevo después de su aventura en la industria tecnológica, pero el triunfo de Donald Trump a finales de aquel año la llenó de un sentimiento de urgencia, de que algo llegaba a su fin.

El segundo empleo de Weiner en el valle fue como encargada de servicios al cliente en una empresa de análisis de datos. Al CEO, un talentoso joven de origen indio, le gustaba recordar a sus empleados una y otra vez que debían estar “entregados a la causa”. La frase les llegaba a los trabajadores en los correos electrónicos, en los chats y, por si fuera poco, estaba escrita en la sala de juntas. Toda la comunicación escrita, además de largos correos personales que ella se enviaba, le sirvió para volver a la cabeza de su yo más joven. “Fue muy embarazoso ver con cuántas ganas intentaba reclutar a amigos que eran felices en Nueva York para que vinieran conmigo a trabajar a esa empresa. Incluso hice venir a algunos para que los entrevistaran. Era una campeona. Fue doloroso darme cuenta de eso, pero también es cierto que fui muy feliz”, cuenta.

Valle inquietante se publicó en Estados Unidos en enero de 2020. Obtuvo muy buenas críticas y mucha atención antes de que la pandemia se convirtiera en el único tema de conversación. Lo que más sorprendió a Weiner, quien hoy escribe de tecnología para The New Yorker, es la conexión que logró. Hubo mucha gente que se puso en contacto con ella para agradecerle que pusiera palabras a su experiencia. No era la única que se había sentido incómoda y enajenada en el sector.

“La contracultura de los años setenta era antigubernamental, pero no anticapitalista. Eso perdura en Silicon Valley”.

Capitalismo y contracultura

Para la entrevista, Anna Wiener prefirió un café del centro de San Francisco a su casa porque no había terminado su proceso de vacunación. Desde lo alto del parque de Glen Canyon mostraba la panorámica de la bahía. Era un día claro y sin bruma y podía verse Oakland al otro lado del agua. Más allá estaba el monte Diablo. A los pies del parque, la ciudad que fue la cuna de la contracultura en los setenta. ¿Queda algo de ese movimiento en el ADN de esta ciudad?

“Creo que la gente tiende a pasar por alto que la contracultura era muy antiestablishment, antigobierno y antiejército, pero no era anticapital. Todavía puedes ver mucha de esta irreverencia en Silicon Valley, mucho de aquella narrativa original de que la gente pensaba diferente, se vestían de forma distinta y las oficinas y estructuras de organización estaban diseñadas de otra forma”, afirma Wiener mencionando el trabajo de Fred Turner, el profesor de Stanford que ha estudiado ambos fenómenos locales.

En algún momento, cree Wiener, el valle se convirtió en un sitio antiintelectual que ha premiado la velocidad y la capacidad de monetización sobre la contemplación y la investigación. La cultura de la intelectualidad es superficial. “Está manejada por la filosofía gerencial y del interés del capital. Es muy interesante que los grandes pensadores de Silicon Valley son capitalistas de riesgo. Eso es para mí muy extraño, pero muy estadounidense. Es así como consigues que alguien como Mark Anderson se convierta en pensador. ¿Y quién es Anderson? Un emprendedor que tuvo un trabajo muy importante con buscadores. Hizo mucho dinero de joven y se pasó al venture capital. ¿Por qué habría que escucharle filosofar de algo que no sean esos fondos? No sé. Pero lo mismo pasa conmigo, ¿por qué alguien iba a escucharme a mí filosofar sobre nada? No lo sé”, dice riéndose y acomodándose el cuello alto del jersey.

El barrio cercano al parque está lleno de comercios alternativos, restaurantes de comida internacional y elegantes cafés de barrio. Las casas de la zona se venden, de media, por 1,7 millones de dólares (1,3 millones de euros). Algunas superan los tres millones. Esa es otra parte de la transformación que ha provocado el sector tecnológico en la ciudad. La calle que baja llega al animado barrio de Mission. El español comienza a oírse más. Los comercios ofrecen tamales y tacos. Hay bullicio y los sin techo aparecen de nuevo. Un coche eléctrico con cámaras tridimensionales que capturan todo lo que lo rodea pasa por la calle para recordar que estamos en San Francisco.





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