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Alice Neel, la coleccionista de almas

El Metropolitan de Nueva York dedica una retrospectiva a la gran pintora estadounidense, que retrató a sus vecinos y amantes, pero también el aliento de una sociedad abonada a las metamorfosis

En el espacio comprendido entre el bohemio Greenwich Village, el Harlem latino y el más establecido Upper West Side, Alice Neel (1900-1984) logró radiografiar los afanes y los anhelos de todo Nueva York, su vida incandescente, sin necesidad de plasmar un solo rascacielos en sus lienzos. Neel retrató la presencia anímica, muchas veces porfiada resistencia, de sus vecinos o amantes, pero también el aliento de una sociedad abonada a las metamorfosis. Fue compañera de viaje de la lucha obrera en la Gran Depresión, del empoderamiento de las mujeres y luego el de la comunidad LGTBI, de la tímida epifanía de los migrantes. También testigo de ciclos de violencia y sangre y del triunfo de los derechos civiles. Siempre a la izquierda —a veces peligrosamente, como cuando en 1935 retrató a Pat Whalen, líder comunista y sindical, en un país que no tardaría en arrastrar los pies bajo el macartismo—, murió en el Nueva York de principios de los ochenta, cuando el sida empezaba a hacer estragos en sus calles y entre algunos de sus modelos pictóricos.

Alice Neel-Jackie Curtis and Ritta Redd, 1970.Alice Neel, la coleccionista de almas

La fuerza expresionista y el marcado trasfondo psicológico de sus retratos son su imagen de marca

Cierto que, aunque artista indesmayable —pintó durante seis décadas, hasta su último aliento—, su nombre decía poco, hasta no hace tanto, fuera de Estados Unidos. Esta relativa ignorancia puede deberse al hecho de que alcanzó dimensión pública tardíamente, en los últimos 20 años de su carrera, gracias en parte al movimiento feminista y los estudios de género. Hasta 1970 expuso pocas veces; de ese año hasta 1984 realizó 60 muestras. People Come First, la retrospectiva que acaba de inaugurar el Metropolitan de Nueva York, podrá verse en el Guggen­heim de Bilbao en septiembre, pero han sido contadas las exposiciones de su obra en Europa.

El escaso conocimiento de Neel fuera del milieu artístico también puede deberse a la circunspección con la que ella asistió al desfile de vanguardias artísticas de su tiempo, del expresionismo abstracto al arte conceptual y la emergencia de la performance, sin resentirse un ápice de ellas. La no adscripción consciente, su personalidad reacia al gregarismo y a la veleidad de las modas la dotaron de un pincel libérrimo, capaz de reinventarse en cada cuadro, pero también la privaron de la comodidad de la etiqueta. Realismo contemporáneo, zanjan los expertos obligados a caracterizar su pintura, pero eso puede querer decir muchas cosas y ninguna.

Descubrió el arte como quien experimenta el aguijón del destino y ya nunca abandonó los pinceles. “El momento en que me senté frente a un lienzo fui feliz. Porque era un mundo y podía hacer lo que quisiera en él”, escribió sobre ese hechizo, siendo apenas una veinteañera matriculada en la Escuela de Diseño para Mujeres de Filadelfia. Había salido del cascarón familiar —de un hogar peculiar: empresarios del ferrocarril y cantantes de ópera por parte paterna, y una madre descendiente de un firmante de la Constitución— para estudiar en la escuela femenina, que pronto abandonaría de la mano del pintor cubano Carlos Enríquez, con quien tendría dos hijos y a quien no tardaría en rebasar artística y personalmente. Con Enríquez conoció la exuberancia de las vanguardias en Cuba, sin que estas hicieran mella en sus pinceles.

Su personalidad reacia al gregarismo la hizo libre, pero la privó de la comodidad de la etiqueta.



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