Se cumplen 30 años de la hazaña
La noche del 26 de noviembre de 1985, la misión STS-61-B del transbordador espacial Atlantis despegó por segunda ocasión desde el Centro Espacial Kennedy, en Florida, con el propósito de poner en órbita tres satélites, entre ellos el Morelos II, el segundo construido en México. Entre la tripulación se encontraba un mexicano, el primer —y único, hasta la fecha— latinoamericano en viajar al espacio con la NASA. Rodolfo Neri Vela lucía en el hombro izquierdo de su traje de astronauta la bandera tricolor.
Excatedrático de la UNAM, donde realizó sus primeros estudios de ingeniería, hoy se dedica a la divulgación de la ciencia. Condecorado con la Medalla al Mérito Ciudadano de la Asamblea Legislativa del DF, externa un par de inquietudes. Le preocupa que a casi cuatro años de la creación de la Agencia Espacial Mexicana no exista un proyecto concreto. Incrédulo, observa que las autoridades no tienen intenciones de conmemorar su viaje espacial en un momento en que es necesario inyectar “motivación a los jóvenes”. Tal vez por eso, inspirado en la victoria de candidatos independientes en la elección pasada, Neri Vela se destapa como aspirante a la Presidencia.
- Cuando estaba en la plataforma de lanzamiento y escuché el conteo regresivo, lo primero que pensé fue: “Caray, voy a algo extraordinario”. En ese momento me cayó el veinte: “Todo mundo me está viendo, México estará al pendiente de esto, van a vigilarme todos los días”. El miedo a que algo fallara, al peligro, la tensión, fue secundario. Estábamos conscientes de que el viaje no era 100 por ciento seguro, pero estar ahí era un privilegio y una responsabilidad. Algo que mucha gente envidiaría. Los exámenes de selección son muy rigurosos. Toman en cuenta tu personalidad, tu forma de reaccionar. El tiempo es valioso. Tienes que ver la Tierra y hacer ejercicio.
¿Qué sensación le produjo ver la Tierra desde el espacio?
- No podía hablar. Tal cual. Cuando me asomé por la ventana, me pasmé. ¡Quedé atónito! No me habían entrenado para eso. “Efectivamente estoy lejos, ¡en el espacio!”, me dije al comprender que sí, estaba ahí. Parecía que la Tierra se movía, que giraba despacio y de manera constante. Poco a poco fui asimilándolo, fascinado. Me quedé absorto en ese espectáculo durante varios minutos.
Después comencé a ver hacia distintas direcciones, los detalles, el horizonte. Los diferentes colores que separan a la Tierra del universo. Vi la Luna. Me pareció bonita, pero todos estamos acostumbrados a verla. Desde una nave espacial, no tiene gran chiste. Con el planeta es distinto: es tu casa, el lugar de donde vienen tú y tú gente. En ese momento, irremediablemente, me cayó otro veinte… Fue tremendo. Pensé en la razón de ser de mi existencia, de un individuo con un kilometraje limitado, un ser finito en el tiempo y el espacio.
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¿Qué concluyó?
- Me dije: “¿Qué vas a ser cuando regreses?”. Sabía que iba a estar ahí un rato nada más. En mi época eran siete días. Valoré la vida muchísimo más que antes de irme. La vida. “¿Cómo voy a aprovechar esa vida?”, insistí para mis adentros. Cada astronauta tiene su propia formación, lugar de origen, religión, idiosincrasia, raíces. Algunos se vuelven más religiosos, otros quieren hacer empresas, ganar mucho dinero, algunos más nos dedicamos a la docencia en las universidades. Yo regresé con la certeza de nuestra insignificancia como especie, pese a que la tecnología nos permite ir lejos. Al regresar fui más consciente de que existen muchas diferencias sociales, discriminación, pobreza, desigualdad. Pensé en que ojalá los políticos pensaran de manera menos egoísta, siempre en búsqueda del poder per se.
En México, que requiere mucha educación, se han descuidado todos los niveles, desde primaria hasta prepa. El problema es que regresas y muchas de las cosas que quieres hacer no las consigues. Es importante que los lectores, los jóvenes que aún no nacían cuando fui al espacio, sepan con datos sólidos la importancia que tuvo y sigue teniendo para el país el viaje al espacio del primer y único astronauta mexicano. Me asombra que las autoridades no estén interesadas en recordar ese suceso histórico del país con ciclos de conferencias.
Veo apatía. En la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, en la Presidencia de la República, en el Conacyt, en la UNAM, en el Instituto de la Juventud. En todas las instituciones gubernamentales y Estados de la República. Parece que consideran superfluo que se cumplan 30, 40 ó 50 años de esa misión espacial.
Es necesario recordar que hace tres décadas ningún representante de una nación latinoamericana había sido entrenado en Estados Unidos para ir al espacio. Yo me convertí, a través de un concurso de selección, en el primero que llegó a Houston con el objetivo de ser entrenado para una misión espacial. Hasta la fecha, sólo ha habido tres astronautas latinoamericanos. El de Cuba, Arnaldo Tamayo Méndez, fue al espacio con la URSS en 1980 y es 10 años mayor que yo. En 1985, yo fui el primero que voló con la NASA. Y más de 15 años después, Marcos Pontes, astronauta de Brasil, lo hizo también con los rusos.
Esto quiere decir que a 30 años de distancia, el único latinoamericano que ha despegado desde el Centro Espacial Kennedy soy yo. Esto no parece importarle al gobierno. Debería de aprovechar la cobertura histórica para entregar algún reconocimiento e inyectar motivación a los jóvenes, pues México está inmerso en un montón de problemas económicos y sociales; el educativo, por ejemplo. Esta apatía gubernamental me inquieta, me preocupa. Hay malinchismo. Lo he sufrido desde hace 30 años. He recibido admiración y cariño de la población, pero también hubo envidia y crítica que subestimaba mi trabajo.
¿Qué comentarios negativos escuchó?
- Que mi entrenamiento era corto, que no era un astronauta. En otros países, pocos días después de su viaje espacial a los astronautas los condecoraron sus reyes, presidentes o primeros ministros, los reconocieron como héroes nacionales, les organizaron un desfile… En México, no. Regresé como incógnito por disposiciones gubernamentales. Para variar, había inflación, devaluación. Todo mundo enfocó las baterías en el Mundial del 86.
Diversas asociaciones me han otorgado premios y medallas, pero la de la Asamblea Legislativa es la primera condecoración de ese rango que recibo. Tal vez es porque no ocupo ningún cargo público, no busco a los funcionarios ni le ruego a nadie. Son oídos sordos, es como hablarle al desierto. Me he topado en estos últimos años con mucha mezquindad política, con puertas que se cierran porque ya no eres la novedad; porque, según ellos, ya eres una momia, no sabes nada y no eres útil. Se acuerdan de ti cuando les urge algo. Los secretarios de Estado no tienen tiempo para recibir al único astronauta nacional, pero sí para retratarse con futbolistas y artistas.
La creación de la Agencia Espacial Mexicana (AEM) es ilustrativa. Generó grandes expectativas pero no ha ocurrido nada trascendente. Su creación nos costó mucho trabajo a muchas personas, sin embargo, en mi caso, no me han invitado a colaborar como asesor, conferencista. Me han pedido que vaya a dos o tres reuniones, pero quieren que los servicios profesionales sean gratuitos. No es posible. Saben perfectamente que me jubilé de la UNAM hace cinco años. Eo sí, contratan a extranjeros que vienen un ratito a derramar sabiduría. Es una situación incómoda.
Es totalmente absurdo y apátrida que exista una agencia espacial que no aproveche los conocimientos de su único astronauta nacional. He platicado varias veces con el director (Francisco Javier Mendieta Jiménez), pero francamente ya me cansé de tanta apatía y malinchismo. Lo digo con mucha tristeza: ya se van a cumplir cuatro años de la creación de la agencia y he llegado a la conclusión de que es un total fracaso.
¿Es una simulación?
- No se ha hecho nada. El director contrató a todos sus cuates de un centro de investigación del Conacyt que está en Baja California, el Cicese (Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada). Él trabajó ahí muchos años, fue director. No hay expertos en las especialidades que se requieren. Gente que ayudó a impulsar la creación de la AEM está decepcionada. No lo declaran abiertamente como yo porque trabajan en la UNAM o en el Poli. Cuidan su hueso. Sólo se quejan a la hora del café. Es una actitud cobarde. Dicen que la agencia es el Club de Toby: de cuates, mucho humo, muchos viajes, mucho firmar acuerdos. Sin embargo, no existe un sólo proyecto concreto. Estoy desilusionado. Hasta el día que vea uno, le daré credibilidad.
Es triste, porque hay países en América Latina —Colombia, Ecuador, Chile— que no tienen una agencia espacial formal y han hecho más cosas que México. Le pasé distintas propuestas al director: cabildear en el Congreso para pedir más recursos; difusión en las universidades, pues hay muchas que todavía no saben que existe la agencia: no hay noticias de impacto o resultados. No entiendo qué sucede.
Estoy en contra de que nos digan que veremos resultados dentro de 20 ó 30 años. ¡Cómo! Es una salida que manejan los funcionarios para tratar de ocultar su ineptitud y falta de productividad. Mientras tanto, tienen unas oficinas muy elegantes en un rascacielos en avenida Insurgentes Sur. Laboran más de 100 personas, se van varios millones de pesos en nómina al mes. Su rumbo no parece tener brújula. Bien… tal vez no se han podido hacer cosas porque el presupuesto es relativamente bajo. Se va en sueldos. Pero no sólo se requieren recursos, sino formalidad y transparencia, y la agencia se está manejando como un organismo burocrático.
Las autoridades y los medios, por otro lado, destacaron el viaje al espacio de José Hernández, el astronauta de ascendencia mexicana.
Es un caso diferente. El nació y creció allá en Estados Unidos. México no le dio nada y, por lo tanto, no representa a nuestro país. Si se habló mucho es porque a los políticos y a gran parte de los medios, cuyos fines son mercantiles, les gusta presumir con sombrero ajeno y crear héroes ficticios.
Hernández luchó por llegar ahí, es un héroe estadunidense, no mexicano. Que venía a ver a sus abuelitos, lo que tú quieras, pues sí, como tanta gente, pero es similar a querer presumir que la tesorera de Estados Unidos es mexicana. Espérate, ella también nació allá. La actual directora del Centro Espacial Johnson es una astronauta estadunidense muy reconocida. Se llama Ellen Ochoa, es nieta o bisnieta de mexicanos. Hace pocos meses abrí el periódico y leí: “La primera astronauta mexicana”. Es totalmente absurdo. Es querer crear cuentos mágicos y colgarse de los méritos de otras personas.
En su familia no existían antecedentes de ingenieros.
- Nací en Chilpancingo. Allá crecí. Mi padre era médico y cuando yo tenía cinco, seis años, ocupó un cargo en un hospital en el DF y nos instalamos en la colonia Roma. Los astronautas no existían en ese entonces. Ni yo, ni los niños con los que jugaba en el edifico, soñábamos con esas cosas. Después nacieron dos hermanos más, ya éramos cinco. Yo era el segundo. Como no cabíamos en el departamento, nos mudamos a otro en la misma colonia. Y después a Iztacalco.
Cuando yo tenía nueve años, el soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio exterior, pero eso no me motivó. Aunque fue una noticia mundial, era algo muy ajeno a nosotros. Con decirte que en mi colonia no había una secundaria cercana. Por eso nos inscribimos en la única preparatoria de la UNAM que tiene secundaria, la 2, que en ese momento estaba en el Centro Histórico. Tomábamos camión para llegar. Era 1964 y yo tenía 12 años.
Decidí estudiar ingeniería porque me gustan los retos. Si alguien no ha hecho algo, me propongo hacerlo. En mi familia, en efecto, nunca había habido un ingeniero. La historia familiar dice que mi abuelo quiso serlo, pero era muy pobre. Se conformó con Derecho. Le gustaban las matemáticas y escribió un libro sobre cálculo diferencial integral. Un día, cuando estaba en la secundaria, mi abuelito llegó de Chilpancingo y me pidió que lo acompañara a Tacubaya, a una imprenta. Todavía se hacían las cosas en una tabla de madera y plaquitas metálicas, con un montón de simbolitos. Todo a mano. “¿Qué andamos haciendo aquí, abuelito?”. “Vinimos a checar mi libro de matemáticas”. Le enseñaron unas galeras, unas pruebas. Aquello parecía un idioma extraterrestre: símbolos raros, gusanitos que, luego descubrí, representaban el signo de las integrales de matemáticas. Desde ese momento me llamó la atención esa asignatura porque me pareció difícil, misteriosa.
Además, usted optó por una de las ingenierías más complicadas.
- Cuando ingresé a la universidad cursé un tronco común. A los 20 años tomé la decisión. Para entonces Neil Armstrong ya había ido a la Luna y a mí ya me llamaban la atención las microondas y la transmisión de información. Decidí que quería estudiar comunicaciones y electrónica, sí, porque era complicado. Soy masoquista. Me gusta enfrentar retos, tratar de superar obstáculos y tener responsabilidades.
Durante el tercer año de ingeniería me convertí en el ayudante de matemáticas de un maestro, daba asesorías en la biblioteca, ayudaba a los chavos de primero a resolver sus tareas, se las calificaba. Cuando me titulé, me dije: “Quiero conocer el mundo, viajar”. Yo leía a Julio Verne, novelas clásicas, medievales, de aventuras, históricas, de misterio. Inglaterra y Francia eran los países que más me atraían porque de alguna manera han tenido influencia en la evolución del mundo durante muchos siglos.
Por conveniencia profesional, me decidí por el idioma inglés. “¿Y ahora cómo llego?” Indagué. Me enteré de que el Consejo de Ciencia y Tecnología de Inglaterra daba becas. Me inscribí y fui a la entrevista. En un telegrama me informaron que me habían dado la beca.
En México no había opciones. En mi especialidad, no existían los doctorados en la UNAM. Cuando yo era estudiante, los mexicanos con doctorado eran escasos. De entre todos nuestros maestros, sólo uno era doctor. Para nosotros era un dios, él sabía todo. Había estudiado en Houston. Los profesores siempre dejan algo en sus alumnos. Él nos motivó a hacer el doctorado, pero fuera de México, pues significa conocer otra cultura, aprender en un lugar avanzado, dominar otro idioma. Para mí, la mejor opción fue Inglaterra. Allá estudié ambos posgrados.
Regresé a México en 1980. Entre otras cosas, trabajé un año en la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en el proyecto de los satélites Morelos. Después me fui a la UNAM de tiempo completo a dar clases en el posgrado de Ingeniería. Ahí estaba yo, impartiendo los cursos e investigando muy a gusto, cuando se presentó el concurso para la selección del primer astronauta.
¿Es mito que gracias a usted las tortillas pasaron a formar parte del menú oficial de los astronautas de la NASA?
- ¡Lleve tortillas conmigo! El menú de la NASA es muy amplio, más de 100 opciones, entre guisados, verduras, postres, bebidas. Cuando empezamos a ir los primeros astronautas nacionales, cada quien trataba de llevar algo representativo de su país. Independientemente de los alimentos que la NASA me dio a probar durante el entrenamiento para averiguar cuál me gustaba más, solicité que se me permitiera llevar algo muy mexicano que no hubiera estado en el espacio.
No podía llevar chiles rellenos o mole poblano. ¿Qué es representativo, no voluminoso y no representa algún accidente? ¡Tortillas! Aunque parezca mentira, eso le llegó a la gente. Aparecieron caricaturas en los periódicos. Por ejemplo, una de astronautas volando sobre la Tierra, comiendo tacos, decía: “Rodolfo, pásame uno de buche”. Después se incluyó en el menú oficial.
Usted ha dicho que un logro en su gremio es que la mujer ya participa y ocupa cargos importantes. ¿Es suficiente?
- Cuando yo ingresé a Ingeniería, en 1970, éramos cerca de 10 mil alumnos, y de ese total sólo dos eran mujeres. La carrera era tabú para el sexo femenino. Se creía que eran inferiores intelectualmente y que iban a abusar de ellas, en todo sentido. El campo laboral era muy machista. Cuando regresé de Inglaterra y comencé a dar clases en la universidad de nuevo, vi más mujeres. Fui al espacio, regresé a la UNAM y, allá por los noventa, en los grupos en que impartía, el número era más o menos parejo. Hoy, tenemos a mujeres ingenieras que ocupan cargos importantes en empresas y gobiernos. El machismo, sin embargo, sigue. La mujer tiene que conquistar nuevos espacios.
Por tradición, la mujer estaba para obedecer y cerrar la boca. Me tocó verlo de niño. Pobre de aquella mujer que trabajara en oficinas. Todos imaginaban que iba a coquetear con alguien. La misma NASA, durante muchos años, estuvo conformada sólo por hombres. La primera estadunidense que pudo ir al espacio lo hizo en 1983; el primer vuelo orbital de John Glenn en el 62, es decir, más de 20 años tuvieron que pasar para el turno de las mujeres. A la fecha, no existe un número igual de mujeres y hombres. En la NASA continúa la supremacía masculina.
¿Existen los extraterrestres?
- Cuando viajé se reafirmó mi idea de que existen. ¡En esa inmensidad de las cosas, cómo vamos a ser los únicos! Sin embargo, al momento de ir al espacio sólo pensábamos en eso como una posibilidad. No se había descubierto ningún planeta fuera de nuestro sistema solar. Hoy, ya en pleno Siglo XXI, está comprobada y catalogada la existencia de algunos miles de planetas alrededor de diferentes estrellas dentro de nuestra galaxia. Tan sólo en la nuestra.
¿Por qué no regresó al espacio?
- Las circunstancias no se presentaron. Siete semanas después de mi regreso en la nave Atlantis, el Challenger estalló cuando iba en ascenso, algunos segundos después de su despegue. Era enero de 1986, murieron siete astronautas, cinco hombres y dos mujeres. En 2003 estalló la nave Columbia, en su reingreso a la atmósfera terrestre. Murieron otros siete. ¿Qué pasó? Que después del accidente del Challenger, la NASA dejó de enviar astronautas durante casi tres años y en México todo se enfrió.
No quiere decir que estuviera programado un vuelo, pero el terreno estaba listo, México tenía excelentes relaciones con la NASA en ese momento.
Usando la lógica, yo arriesgué mi vida por cumplir un trabajo en nombre del país. Tras ir a un lugar desconocido en donde la vida corre peligro, a los astronautas se les condecora y se convierten en héroes de sus países. En México no se ha hecho.
A lo mejor por eso los niños ya no responden “astronauta” cuando se les pregunta qué quieren ser de grandes.
Cuando yo fui al espacio, era distinto. Los niños se sentían orgullosos. Querían ser astronautas. “Si Rodolfo pudo ir, yo también puedo hacerlo”, pensaban. Muchos se interesaron y se esforzaron por estudiar ingeniería. Pero si se enteran de que a 30 años de distancia México no puede tener, por falta de visión política, otro astronauta, muchos ya no lo ven como una opción. Y los que sí, están programándose para, en cuanto puedan, irse a Estados Unidos a intentar conseguirla. Desgraciadamente, el gobierno mexicano está propiciando la fuga de los mejores talentos.