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Ruy Pérez Tamayo, el científico, el padre

Es uno de los científicos más reconocidos en México y a nivel internacional, admirado también en otros espacios del conocimiento y la creación

Una larga trayectoria en el ámbito de la medicina y la patología hicieron del doctor Ruy Pérez Tamayo uno de los científicos más reconocidos en México y a nivel internacional, admirado también en otros espacios del conocimiento y la creación.

Ruy Pérez Tamayo, el científico, el padre

Pero también comparte un retrato sincero y sin concesiones del padre que dedicó su vida a la ciencia, restando a veces tiempo a la familia, un hombre convencido del valor de los méritos individuales como medio de ascenso, que al paso del tiempo se fue convirtiendo en una figura conservadora y egocéntrica.

“Mi padre nació el 8 de noviembre de 1924, en una época en la que se estaba tratando de reconstruir este país después de la Revolución. Nació en Tampico por una circunstancia particular: sus padres eran de origen yucateco, de una familia bastante humilde que en los años veinte se va a Tampico, impulsada por el abuelo, que era músico y al parecer tenía algún vínculo con Emilio Portes Gil, quien fue presidente interino de la República en 1920.”

Vivieron una temporada en Tampico y por esa razón nació allá Pérez Tamayo, hasta que un terrible huracán en los primeros años de la década de los treinta los obligó a salir para llegar a la Ciudad de México. Él era el segundo de una familia de padre, madre, tres hijos y una hija:

“Y se educa en buena medida en la Ciudad de México, durante la educación socialista de Lázaro Cárdenas, y después de su primaria, secundaria y preparatoria ingresa a la Facultad de Medicina, ya en los años cuarenta o principios de los cincuenta. Siguió el modelo de ese momento que era hacer una carrera, ser buen profesionista, de clase media pobre pero que poco a poco va ascendiendo.”

Como el propio Pérez Tamayo lo relataba en conferencias, estudió medicina como sus otros dos hermanos, impulsados por la madre.

“Se casa con mi madre (la doctora Irm­gard Montfort Happel) y se va a Estados Unidos a hacer una residencia en patología, lo cual era común entre los médicos de ese momento, y allá nace mi hermano. Regresan a México, nace mi hermana y finalmente, en 1954, nazco yo.”

Es a su retorno cuando Ruy Pérez Tamayo echa a andar la Unidad de Patología del Centro Médico, de la cual fue director. Rápidamente se convierte “en un patólogo muy reconocido y va adquiriendo cierto peso”. A ello contribuye el hecho de dar clases “desde muy jovencito” en la Facultad de Medicina (antes Escuela de Medicina) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“Ya siendo médico y patólogo, que trabaja principalmente en medicina experimental, le toca el Movimiento Estudiantil de 1968, en el cual se involucra medianamente igual que mi madre. De alguna manera, el 68 los marca a los dos, a la familia también, desde luego. Por la violencia que se suscitó en contra de los universitarios, pensó seriamente en mudarnos de país, de hecho hubo un coqueteo fuerte para que nos fuéramos a Centroamérica o a Estados Unidos, no lo tenían muy claro.

“Finalmente se quedó y en el periodo de Luis Echeverría, en la década de los años setenta, empezaron a hacerle una serie de reconocimientos importantes, y en 1974 le dan el Premio Nacional (de Ciencias y Artes en el área de Ciencias Físico Matemáticas y Naturales).”

Ingresó a El Colegio Nacional el 27 de noviembre de 1980, fue director de la Unidad de Patología del Instituto Nacional de la Nutrición con el doctor Salvador Zubirán. Luego, añade Pérez Montfort, regresó a la UNAM y se incorporó al Instituto de Investigaciones Biomédicas, “poco a poco va dejando la clínica y se dedica más a la investigación, en donde tiene logros importantes”.

Hace la descripción de algunas de esas enfermedades: metionina reumática, amibiasis cutánea, enfisema bronquiolar, entre otras. El 23 de abril de 1987 ingresa a la Academia Mexicana de la Lengua, donde fue “consultor en materia de medicina” y es reconocido ya para entonces en varios ámbitos, no solamente como patólogo y divulgador de la ciencia, sino también como escritor, y “fue un hombre muy productivo en ese sentido”.

Cambio de modelo

Al mencionar que su formación primigenia ocurrió durante el periodo de la educación socialista, se le pregunta al historiador si su padre fue consciente del hecho y si lo influyó, pues ha sido reconocido como un científico humanista.

Considera entonces que buena cantidad de mexicanos formados en los años treinta se dieron cuenta de la importancia de tener una visión más comprometida con la realidad mexicana, que demandaba profesionistas para participar en la transformación de la sociedad:

“Por otra parte, no hay que olvidar que el modelo cardenista no triunfó, se fue quedando atrás y se impuso un modelo desarrollista en el cual la influencia norteamericana fue muy fuerte. Entonces, de esa generación después de la segunda Guerra Mundial, la mayoría se va a Estados Unidos a entrenar, o a Europa, y regresa con una visión no tan comprometida, sino más individualizada.”

Ya para los años cincuenta y sesenta –sigue–, el modelo del desarrollismo reclama a sus profesionistas, ingenieros, médicos y desde luego licenciados –“es la época de los licenciados”–. En esa medida él como científico se incorporó y apelaba a la racionalidad, “era un agnóstico –a nosotros nunca nos impuso ningún tipo de religión–, era un tanto atípico, y siguió el modelo de esos profesionistas que apuntalaron la meritocracia, porque en los momentos en los que tuvo ver con las instituciones, ya sea con el Centro Médico, Nutrición o la propia universidad, invocaba a esa dimensión institucional del mérito, del conocimiento científico que permitía tener acceso a más información y a más conocimiento”.

Pérez Montfort sí considera a su padre humanista, y dice que le gustaba la literatura y leía mucho, que incluso llegó a tener “una prosa muy fluida, se aficionó a la palabra”, y también se interesó por la filosofía, pero en el fondo era más un científico que un filósofo o un literato.

Algunos de sus títulos, como Patología de la pobreza o De la magia primitiva a la medicina moderna, dan la idea de tener mucho contacto con las comunidades o el que aspectos sociales nutrieran su conocimiento, se le comenta, y apunta que en su dinámica clínica sí. Por ejemplo, cuando trabajó en hospitales, en el Hospital General o el de Nutrición, estuvo obligadamente vinculado con la sociedad mexicana “que desde entonces ha vivido contrastes brutales”:

“Desde luego, me atrevería a decir que tenía una conciencia relativa de la injusticia social, pero fomentó una educación científica para que la sociedad fuera ascen­diendo hacia el conocimiento y fuera perdiendo esa dimensión tan terrible de la ignorancia y de la fe.”

–En sus conferencias, el doctor hablaba de las horas enteras que pasaba en su laboratorio. ¿Tenía tiempo para la familia?

–Poco, la verdad. Lo recuerdo de muy joven bastante distante, a pesar de que, desde luego, hacía esfuerzos por pasar con nosotros los fines de semana. Era un médico muy querendón y nos trataba con mucho cariño, pero nosotros teníamos mucha más relación con mi mamá que con él. Ella fue la que realmente nos acercó a lo que somos, aunque no le he dado vueltas a pensar en eso, considero que hasta mi adolescencia sí fue distante.

–Sus hermanos se dedicaron a las ciencias duras (Ruy, Bioquímica y Biología Estructural, y María Isabel, Nanociencias y Nanotecnología), ¿por qué usted no siguió ese camino y se dedicó más a las ciencias sociales y a la historia?

–Desde bastante joven traté de ser independiente para no estar bajo la égida de mi padre. Alguna vez me interesó la medicina, pero me rechazó brutalmente.

Cuenta que estudió un par de semestres en la Facultad de Medicina, pero no tenía espíritu de médico. La medicina le interesó no como fin, sino como medio, su intención era revolucionaria porque quería que el país cambiara, que se transformara radicalmente, “muy en el espíritu de los años sesenta y setenta, en el modelo del Che Guevara, a quien le interesaba mantener sanas a las fuerzas revolucionarias, cuando mucho”.

En cambio, evoca que en su casa había siempre música, gusto por las artes plásticas, por los viajes más que recreativos, constructivos y reflexivos. De su madre le viene el gusto por el cine, y “me atrevo a decir que mis estudios de cine los hice al margen de la voluntad de mi padre pero con el apuntalamiento de mi madre”.

Resume que sus padres estuvieron más ligados a la academia y a la cultura “con C mayúscula, no tenían en mente la cultura popular”, aunque su abuelo paterno hubiera estado muy ligado a ella en los años treinta. De hecho, aunque desconoce los motivos, recuerda una fuerte ruptura entre su abuelo y su padre.

InstitucionalidadJUDI

–En la época en la cual su padre ingresó a El Colegio Nacional (Colnal), la figura de Octavio Paz era determinante en el medio intelectual, ¿cómo fue la relación entre ellos?

–No, no había intimidad ni un vínculo muy estrecho. Por las versiones de mi padre, aunque no sé si sean absolutamente verídicas, Paz nunca iba a El Colegio Nacional, a veces aparecía. En cambio mi padre creía en esas instituciones, pensaba que El Colegio era pináculo de altos vuelos, iba con mucha frecuencia y orgullosamente ostentaba su vínculo con él.

“Pero no hay que olvidar –espero que no suene demasiado hosco– que la figura de Paz es muy autoritaria y arrogante. Eso confrontaba a mi padre, que también era bastante arrogante. Sin embargo, por ejemplo, recuerdo que mi papá quería mucho a José Emilio Pacheco, a quien particularmente se acercó en El Colegio, y tuvo vínculos importantes con Fausto Zerón (secretario administrativo) y desde luego con los demás científicos. Pero, que yo recuerde, Paz no fue importante en sus relaciones.”

–¿Diría que su padre estuvo incorporado a la élite intelectual de aquel momento, que estaba muy relacionada con los gobiernos priistas? Se cuestiona que quienes forman parte de El Colegio no son precisamente de izquierda… usted no está, por ejemplo.

–No, no, no, es más, yo rechazaría cualquier intento de ingresar. Ahí sí hay una diferencia muy fuerte entre su concepción de la vida académica y la mía, a él le gustaban mucho esos reconocimientos, formar parte de la Academia Mexicana de Ciencia y de la de Medicina, fundó la de Patología, le interesaban ese tipo de cosas, las promovió mucho. En sus últimos años de vida, sus actividades más importantes estaban relacionadas con El Colegio Nacional y con la Academia Mexicana de la Lengua.

“Lo que lo impulsaba, ya un tanto marginado por la vejez y por las propias circunstancias al final de su vida, eran las sesiones de El Colegio, lo mantenían con mucho ímpetu. Creía profundamente en ese tipo de cenáculos, por lo tanto formó parte de una élite, y sí eran aliados del gobierno. Ahora no tanto, pero en esas épocas los regímenes priistas se granjearon a mucha de la intelectualidad mexicana, y mi padre fue uno de ellos, no cabe duda. Nunca militó en ningún partido, eso sí lo sé de cierto, nunca fue priista, afortunadamente, pero seguía una línea importante de ver al conocimiento como formador de un grupo dirigente… en ese sentido es que creía en la meritocracia.”

Pérez Montfort relata que la última vez que vio a su padre fue antes de que éste decidiera irse a Ensenada, donde vive su hermana. Estaba muy bien, “lo que tenía era mucha edad, falleció a los 97 años”, pero hablaba con él frecuentemente y mantuvieron contacto hasta el final.

–¿Le llegó a comentar algo sobre esta situación que ha incomodado mucho al ámbito de la ciencia, como los recortes presupuestales o los comentarios del gobierno?

–Voy a decir algo que no sé si mis colegas entiendan bien, pero mi padre poco a poco se fue convirtiendo en una figura muy conservadora. Al final, él desaprobaba mucho lo que estaba sucediendo, lo veía como una situación medio tremenda. La llegada del covid-19 la vio casi casi como una catástrofe no solamente para el país, para el propio desarrollo de la ciencia en México. Yo creo que estaba también un tanto desilusionado, lo cual era lógico y yo lo entendía muy bien. Nunca fue un gran admirador de Andrés Manuel López Obrador. Desde mi punto de vista, en algún momento tuvo cierta inclinación hacia la izquierda, pero los últimos 20 o 25 años de su vida tuvo una posición liberal, pero liberal conservadora.

“Desde luego nunca congenió con Calderón ni con Fox, eso sí le parecía una aberración, pero tampoco tenía ímpetu para confrontar esas circunstancias. Era un hombre, y espero no se malinterprete, muy egocentrado, pensaba mucho a partir de él, de su figura, y ahí sí era consecuente con esto que le digo de la meritocracia: el conocimiento científico le daba una posición destacada.”

Lo define como un conservador mucho más abierto que un panista o que una figura de la Iglesia católica como Onésimo Cepeda, que recién falleció. A esos personajes sí los rechazaba, pues “le repugnaban la ignorancia y la manipulación”.

FIN



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