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Perdido en el tiempo

NARRATIVA. En su nueva entrega detectivesca, la fórmula que le dio brillante resultado a Leonardo Padura en ‘Herejes’ se torna ahora cansina e innecesaria

J. Ernesto Ayala-Dip

Leonardo Padura, visto por Sciammarella.Perdido en el tiempo

Resulta evidente que Leonardo Padura no quiere que su famoso detective sea uno más. Siempre quiere darle un sello personal a Mario Conde. Y lo logra a pesar de lo mucho que a veces nos recuerda a Sam Spade y a Philip Marlowe. Lo dotó de una faena para sobrevivir conectada con el orbe libresco. Tampoco descuidó su capacidad empática con su contexto social y político, una manera, también, de rendir homenaje a los clásicos de la novela negra americana. Ahora llega La transparencia del tiempo. Aquí está Mario Conde, como enclaustrado entre las cuatro paredes de la húmeda La Habana, con su chucho, sus visitas a la novia-amante de casi toda su vida, sus roces ideológicos con el régimen poscastrista y su endémica desilusión. En este sentido nada nuevo, aunque sí la sensación de que los años le caen sin remisión, además de unas ocasionales ganas de escribir. Nada nuevo, aunque con algunos matices.

LA TRAMA

La trama de La transparencia del tiempo se articula tras la búsqueda de una virgen negra y milagrosa. Tras años sin verlo, un día aparece un antiguo compañero de instituto para pedirle ayuda: necesita que Mario Conde busque y encuentre esa virgen que le ha sido robada, junto con otras joyas de mucho valor. En medio de este asunto, se entrecruzan otros personajes, algunos ya conocidos por los lectores, más otros destinados a complicar la trama, a llevarla de aquí para allá, hasta desembocar donde desembocan todas las novelas policiacas: la revelación del pecado que siempre se estuvo a tiempo de no cometer.

La novela se mueve entre cuatro ejes cronológicos. El presente, en el que sucede la peripecia principal, y tres ejes más representando tres circunstancias históricas de España y de Cataluña en particular (la guerra civil de 1936-1939, la guerra civil de Cataluña, que se libra entre 1462 y 1472, y un suceso, acaecido cuatro siglos antes, en los mismos paisajes de la Cataluña medieval). Toda esta multiplicación de tiempos y espacios tiene una explicación: dar cuenta histórica del leitmotiv de la novela. El autor cubano ya procedió de manera parecida en su novela Herejes, incrustando en su trama un cuadro de Rembrandt y llevándonos a la judería de Ámsterdam, en el siglo XVII.

Acabada de leer La transparencia del tiempo me invadió una especie de déjà vu. Como si a pesar de su distinto asunto, hubiera leído una novela ya leída de Leonardo Padura. Es evidente que su autor no disimuló su homenaje a El halcón maltés, de Dashiell Hammett.

UN DETECTIVE

Estaba en su derecho, aunque eso, a la postre, le vaya restando interés novelístico a su detective. Ahora preguntémonos que hubiera sido de El halcón maltés si Hammett hubiera considerado necesario, para enriquecer su historia, remontarla a la era en que se funda la Orden de Malta. La fórmula que le dio brillante resultado en Herejes se torna ahora cansina e innecesaria. El foco de interés de la novela se va desdibujando cada vez que al lector se le exige un cambio de perspectiva, sin que ello aporte nada al relato medular. Escribe Pierre Lemaitre que hay que tener cuidado con no confundir la tarea del novelista con la del acróbata. En este error cayó el autor cubano. Soy un fan de Leonardo Padura, con o sin Mario Conde. Pero me quedé con la idea de que, en este trance, Padura deja a su detective demasiado perdido en el tiempo.




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