Editoriales > ANÁLISIS

Palo con su propio garrote

El domingo reciente, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, cerca de mil delegados y concejales del Congreso Nacional Indígena, provenientes de cada uno de los estados del país, en una Asamblea Constitutiva para conformar el Concejo Indígena de Gobierno, lograron el primer objetivo de una propuesta que viene de muy lejos, de muy profundo.

El domingo reciente, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, cerca de mil delegados y concejales del Congreso Nacional Indígena, provenientes de cada uno de los estados del país, en una Asamblea Constitutiva para conformar el Concejo Indígena de Gobierno, lograron el primer objetivo de una propuesta que viene de muy lejos, de muy profundo. 

Fue en el mes de octubre del año pasado, cuando en el comunicado ‘Que retiemble en sus centros la Tierra’, el EZLN anunció junto con el Congreso Nacional Indígena su participación en las elecciones presidenciales del 2018 con una mujer indígena como candidata independiente. La noticia desencadenó de inmediato un alud de críticas desde los más diversos sectores e hizo aflorar las razones que tienen los organismos para ello.

Palo con su propio garrote

Como resultado de los consensos de la asamblea, resultó elegida María de Jesús Patricio Martínez, ‘Marichuy’, originaria de Tuxpan, Jalisco, donde nació en 1963 (57 años). Es madre de tres hijos y desde hace dos décadas forma parte de la Unidad de Apoyo a las Comunidades Indígenas (UACI) en la Universidad de Guadalajara (UdeG). En 1992 fundó la casa de salud Calli Tecolhuacateca Tochan, que ofrece atención a los grupos vulnerables de su comunidad por medio de conocimientos antiguos de la herbolaria.

La UdeG le otorgó el galardón del Mérito Tuxpanense por su fomento a “los médicos indígenas para que continúen ejerciendo su conocimiento, para fortalecer la lengua y medicina tradicionales como instrumento en la defensa de la autonomía indígena”.

Sus primeras palabras como vocera del Congreso Nacional de Gobierno (CNG), Patricio llamó a los pueblos originarios a “participar en la reconstrucción del país” de la mano con el CNI y el el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Luego dijo sentir sobre su persona la gran responsabilidad de representar a las muchas y dispersas comunidades originarias diseminadas por el país, lo que las hace altamente vulnerables.

La fuente original de esta propuesta novedosa que ha ganado enormes simpatías dentro y fuera del país, es el levantamiento del Ejecito Zapatistas de Liberación Nacional en 1994, cuando entró el vigor el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, que tanto ha venido a afectar al país y a los paisanos; al primero con la devastación de tierras, aguas y aire, y a los segundos tornándolos a la condición que tenía en la Encomienda.

Fue, precisamente, el EZLN quien sugirió presentar en las elecciones presidenciales a una candidata indígena. Ellos se la propusieron a los distintos delegados que asistieron al Quinto Congreso Nacional Indígena, el cual tuvo lugar del 9 al 14 de octubre del 2016 en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. Durante una plenaria cerrada y tras una larga deliberación, se aceptó la propuesta y se tomó la decisión de emprender una consulta entre los pueblos indígenas para analizar si estaban de acuerdo con la misma.

Con la elección de la vocera que luego será la candidata, y la reacción de organismos cupulares, partidos políticos y organizaciones facciosa, se puso en clara evidencia que México no solo es un país sexista, sino también profundamente racista. Al proponer a quien es la persona más despreciada, desprotegida y negada en México, es decir, la mujer indígena, como candidata a la presidencia de México, se abre un escaparate para propios y extraños, en el que resultará francamente imposible negar una realidad atroz.

Nos ha faltado quien diga que están dando un palo con su propio garrote a quienes han jugado al gatopardo, haciendo cambios insubstanciales para que todo sigua igual, pues en las elecciones presidenciales del 2018, se contempla la participación de candidatos independientes, con el requisito de que sean respaldadas por el uno por ciento del total del padrón electoral, con representación en cuando menos 17 estado de la República. 

Las comunidades indígenas superan con creces esas exigencias; pero, no participarán buscando ganar el poder; sino, simplemente, exhibir ante el mundo el injusto modelo que se ha impuesto al Estado Mexicano.