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Las grandes lecciones de Trump

No se requiere de un portentoso intelecto, sino de un sencillo sentido común; no es necesaria una visión cósmica, sólo de sentidos despiertos; no es precisa un férreo empeño, basta con una brizna de buena voluntad para entender los mensajes, tan simples que parecen enredados, del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

No se requiere de un portentoso intelecto, sino de un sencillo sentido común; no es necesaria una visión cósmica, sólo de sentidos despiertos; no es precisa un férreo empeño, basta con una brizna de buena voluntad para entender los mensajes, tan simples que parecen enredados, del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No polarizó los conflictos raciales, vio directamente el eclipse solar y cambia gente.

Muchos de los medios que son instrumentos de la hipermodernidad (Hipercapitalismo, hiperindividualismo, hiperpotencia, hiperterrorismo, hipercomunicaciones, hiperrentabilidad, hiperrealismo, hipermercado, hiperplacer: todo híper en una sociedad basada en el mercado, en la técnica y en el individuo, y donde no existen proyectos alternativos de peso a la escalada del neoliberalismo frenético del ‘siempre más y siempre más rápido’), lanzan tarascadas contra Trump porque rompe sus estereotipos.

Las grandes lecciones de Trump

Y la sociedad, históricamente hegemónica, que temen la inclusión de los pobres y la ascensión de otros sectores desfavorecidos por las injusticias sociales, la violencia banalizada y asesinatos sin cuenta que equivalen en número a la guerra más cruenta; que mantiene a millones de trabajadores viviendo en la esclavitud, se asusta y pega el grito en el cielo, dando mayor estridencia a los embates contra quien enseña la verdad.

Según varios medios: Trump no mencionó explícitamente el racismo, ni condenó el supremacismo agitado por los centenares de grupos de odio que hay en Estados Unidos, el KuKuxKlan o el Partido Nazi, sino que habló de la violencia de forma genérica. “Tenemos que curar las heridas de nuestro país. Las curaremos y haremos todos los esfuerzos posibles para que eso ocurra lo antes posible”. Querían que el presidente de todos los estadounidense actuara con el corazón lleno de rabia, de odio y de prejuicios.

Claro que condenó la manifestaciones violentas y la intolerancia; pero, de ambas partes, no sólo de una. Fue preciso y claro cuando señaló: “Por encima de todo, debemos recordar esta verdad: no importa nuestro color, nuestro credo, religión o partido político, todos somos americanos en primer lugar. Esta tensión, lleva ocurriendo durante mucho, mucho tiempo en nuestro país. Antes que Donald Trump, antes que Barack Obama”.

Se necesita mucho prejuicio y mucha cerrazón para no entender la posición del jefe de Estado que no se manifestó a favor de una parte y en contra de la otra; sino que condenó las actitudes de ambos bandos de manifestantes y su ausencia de tolerancia. Los buitres hubieran querido chipote con sangre del cual sacar raja y están enojados porque no lo lograron. Por el contrario, se toparon con un ‘bocón y provocador’ que actuó ecuánime.

Por cuanto hace a la observación directa de eclipse solar, es también una lección que una buena parte del mundo debe aprender: No dejarse llevar por la histeria colectiva sembrada con fines bellacos. Mucha propaganda consumista tuvo un magnífico canal con las versiones de que el eclipse marcaría el inicio del fin de mundo; que sería malo para la vista, para la salud en general, especialmente para las embarazadas y los niños en las escuelas; que sería un ‘súper eclipse’ que marcaría linderos en la historia humana.

Ninguno de los pronósticos catastrofistas se cumplió y el presidente Trump lo probó. Lo que si tuvo éxito, fue el consumo de todo lo que se dijo que resultaría indispensable a fin de conjurar los efectos perniciosos del eclipse sobre la vida de los seres humanos, la gente que está cerca de su corazón y hasta las mascotas, que ni por enteradas se dieron.

La salida de varios de sus colaboradores de su gabinete inicial, es la mayor prueba de congruencia, eficacia y responsabilidad ante la obligación que el pueblo norteamericano le impuso. Ya lo dijo en México Alejandro Martí: “Si no pueden, renuncien”. Claro que ninguno de los vaquetones que escuchó la sentencia renunció; no iban a dejar la opima ubre presupuestal. Por más ineptos y corruptos sean los funcionarios, gobernantes y políticos en México, están protegidos por el manto de la impunidad derivada de la complicidad; lo que no sucede en los Estados Unidos, donde el presidente pone de patitas en la calle a quien no cumple las expectativas.

Son lecciones invaluables en este mundo hipermoderno.