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La otra cara del demonio

Fue el Papa Francisco quien llamó demonio al capitalismo salvaje, haciendo alusión a los efectos que ha tenido la extrema acumulación de la riqueza en unas pocas manos por medio de la explotación del ser humano y el deterioro del medio ambiente.

Fue el Papa Francisco quien llamó demonio al capitalismo salvaje, haciendo alusión a los efectos que ha tenido la extrema acumulación de la riqueza en unas pocas manos por medio de la explotación del ser humano y el deterioro del medio ambiente. La semana pasada se reunieron los presidente de los bancos centrales de EU y de Europa, Janet Yellen y Mario Draghi, reafirmando su propósito de frenar la especulación financiera.

A través de sus discursos, quedó en claro que ambos temen que políticos oportunistas y cortoplacistas den marcha atrás a las nuevas regulaciones del sector financiero que van en busca de evitar los errores del pasado; ambos temen que los gobiernos aún no hayan aprendido nada o muy poco de las crisis recurrentes, en que el sistema financiero de forma muy irresponsable asume riesgos absurdos que los llevan a la quiebra y luego son rescatados con fondos públicos en un eterno privatizar la ganancia y socializar la deuda.

La otra cara del demonio

Los trucos de los banqueros sinvergüenzas son los mismos aunque presenten diversas caras. En México fue el rescate bancario con el Fobaproa, que con otro nombre siguen pagando los causantes cautivos; en Estados Unidos, el estallido de la inaudita burbuja inmobiliaria que creo la crisis financiera, que se volvió económica, más severa desde principios del siglo pasado. En ambos casos, se pagó muy caro con el deterioro social.

Las diversas regulaciones que se han acordado tanto por el Sistema de la Reserva Federal de los Estados Unidos como el Banco Central Europeo, tienen como propósito evitar que la actividad financiera abandone su papel como promotora del desarrollo a través de la inversión productiva, para refugiarse en acciones especulativas que dejan enormes ganancias a corto plazo; pero que, ordinariamente conducen a la quiebra de la que son rescatadas por parte de los gobiernos utilizando recursos de la hacienda pública.

Antes, el G-20 aprobó reformas del sistema financiero internacional que comenzaron a tener vigencia en 2012, casi cinco años después del estallido de la crisis financiera que devino en la severa crisis económica causada por la ausencia de liquidez que provocó millones de desempleados, el cierre de miles de empresas y el endeudamiento por mucho más de lo razonable en los países afectados, incluyendo los propios Estados Unidos y Europa.

Pero, el capitalismo salvaje al que Yellen y Draghi buscan poner freno, no sólo provoca estragos a la economía y debilita a los gobiernos de los Estados soberanos para contener sus abusos. Las riquezas acumuladas de unos cuantos magnates supera con mucho la endeble economía de la mayor parte de los países del planeta, incluyendo las potencias, de tal suerte que ha generado una escalada sin precedente de endeudamiento que, ya en este momento es equivalente al 327% del producto interior bruto de todo el mundo, con un acumulado de 217 billones de dólares, y, lo más grave, se sitúa por encima de los poderes públicos constituidos, para llevar a cabo sus planes y proyectos de lucro feroz.

Dos ejemplos claros de ello son, en estos momentos, las ciudades de Houston y México en las que la acumulación de las aguas de lluvia, han provocado caos y muy elevadas pérdidas en metálico y en vidas humanas. Nada ha impedido que en una y otra crezca la mancha urbana vestida de asfalto y cemento, en detrimento de los ecosistemas y el taponamiento de los escurrideros y afluentes naturales. El dinero y la avaricia están detrás de estas desgracias que no pudieron ser previstas por la debilidad de gobiernos que sucumben frente al poder de las grandes empresas.

En los tiempos de campaña, los candidatos a los puestos públicos y de representación se desgañitan prometiendo las perlas de la Virgen; pero, finalmente, tienen que acatar el dominio del demonio, olvidando los planes y programas de desarrollo que debían ser la pauta para el crecimiento de las ciudades, chicas o grandes, a fin de evitar lo que ahora es una catástrofe; pero que, tiene que entenderse como una evidencia más de los grandes estragos que viene causando el capitalismo atroz y la debilidad institucional para ponerle un bozal, con espuelas para hacerlo obedecer.