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Fábula de venados

Cuando nació el cervatillo, allá por principios de año, hubo fiesta en el bosque

Esta es una historia de venados que viene de tan lejos que se ha perdido el nombre del autor en el raudo devenir del tiempo; pero que no deja de ser interesante, aleccionadora y muy pegada a la realidad. Si por azares del destino aparece quien reclame la autoría y los derechos que la ley le confiere, ningún problema habrá en acreditarse a quien compruebe haber creado esta fábula que en nada desmerece frente a las de otros autores, clásicos o modernos, sean Esopo, Samaniego, Lafontaine o María O´Donell.

Cuando nació el cervatillo, allá por principios de año, hubo fiesta en el bosque. El se mantuvo pegado a su madre mientras el resto de los animalitos del Señor bailaban y saltaban de júbilo por tan venturoso acontecimiento. Al correr de los días, sobre sus piernas largas, frágiles y delgadas, daba algunos pasos que lo llevaron a descubrir el inmenso mundo de seres y de cosas que le rodeaban. Los árboles, la nieve, el cielo, las piedras; los otros seres vivos le llenaban de asombro y le provocaban curiosidad. 

Fábula de venados

Aunque en cada ocasión se alejaba un poco más de su madre, no la perdía de vista y corría a refugiarse en su regazo en cuanto algo le provocaba asombro o inquietud. Ella veía a su vástago como un gran explorador del universo y permanecía atenta a sus correrías; pero, procuraba no resultar sobreprotectora ni aprensiva. Solamente cuando lo alimentaba lo acogía en su seno y con gran ternura acompasaba los latidos de su corazón con los del venadito para juntos hacer una magnífica sinfonía de amor y dulzura.

Cumplido el año de vida, como era común entre los venados, el pequeño se separó de su madre y se fue a aprender las cosas de la vida con su padre. Ella lo despidió con un beso tierno y le dio su bendición. Ambos sabían que su amor era para siempre y que a pesar de la distancia, sus corazones seguirían latiendo isócronos; pero que, la vida tenía que seguir y que todos los seres vivos debían acatar sus mandatos para mantener en perpetuo movimiento el universo, esa fantástica creación del Ser Superior.

El venado mayor le enseñó a caminar por el bosque con seguridad y aplomo, sorteando todos los riesgos que había; a calcular distancias y tomar las previsiones para nunca estar lejos de la provisiones tanto de agua como de alimento; a interpretar los diferentes sonidos de la naturaleza, principalmente del agua y del viento; y de los animales cuando cantaban las buenas nuevas y anunciaban alegría o peligro. Entre lo más importante que enseñó el padre al hijo fue escuchar antes de hablar. -"¡Escucha siempre!".

Casi al cumplirse el año de entrenamiento, el venado mayor dijo al joven: -"Ahora, vas a conocer el riesgo mayor que existe para los venados y para los otros animales del bosque: los cazadores. Tu vida depende de la habilidad que tengas para mantenerte alejado o para huir del peligro cuando te encuentres acorralado. Nuestro creador nos ha dado ventajas para librarnos de las amenazas: Tenemos un olfato y un oído superior al del hombre; tenemos velocidad en nuestras piernas; lo que nos pierde en el descuido.

En la noche, el padre llevó al hijo al campamento de los cazadores en el claro del bosque. Los hombres habían levantado enormes casas de campaña de lona fuerte sostenida por varillas metal, ancladas al suelo por ganchos del mismo material donde amarraron gruesas sogas. Dentro de las casas había lechos de material inflable, de lona y bolsas de dormir con todas las comodidades de que disfrutaban en sus casas; afuera, grandes mesas y silla plegadizas al lado de enormes hieleras donde había comida y bebida de todo tipo y género, que un ejército de sirvientes se encargaban de preparar para los señores.

Al ver aquello, el venadito tembló de miedo un poco faltó para que saliera corriendo en busca de su madre para esconderse en sus entrañas. El padre lo calmó y le dijo: -"No te asustes; no tienes nada que temer. Estas personas se dicen cazadores; pero, en realidad, son gente de la ciudad que busca escapar de la monótona rutina de sus vidas y vienen al campo a platicar, comer, beber y perpetrar alguno de los excesos que las presiones sociales les impiden en sus lugares de origen. Pueden disparar sus armas sólo para poder contar hazañas fantásticas que nunca han ocurrido ni ocurrirán. A esos no hay que temer.

Al siguiente día, el padre llevó al venadito a otro campamento distinto. Ahí había potentes camionetas camufladas y todo tipo de vehículos de los conocidos como 'todo terreno', equipados con reflectores muy poderosos con iluminación de halógeno. El armamento que exhibían era de alta potencia, con miras telescópicas, guías de rayos infrarrojos, balas expansivas y hasta trazadoras. Armas capaces de hacer trizas no a un venado, sino a un elefante. Tal manifestación de equipo, asusto al hijo.

Entonces recibió su segunda lección: -"No hijo, de sus muchachos no hay que temer nada; son los hijos de los otros que vimos antes. No vienen a cazar, vienen a presumir sus últimas adquisiciones en los salones donde compiten los mayores egos del planeta. Mientras se intoxican puede tripular sus vehículos y disparar sus armas para dar rienda suelta a sus frustraciones, a su vacío anímico; ya después ni siquiera se acordarán dónde las dejaron. Sus padres tendrán que enviar por ellos para llevarlos a casa.

Al tercer día de lecciones acerca del peligro que significan los cazadores para los venados y otros animales del bosque, el venadito fue solo a tomar agua del arroyo. A su regreso, el venado mayor le preguntó qué había visto, a lo que respondió: -"Sólo vi a una persona mayor con un rifle viejo amarrado con un mecate para colgarlo del hombro. No creo que haya peligro, pues ese cazador se mueve con dificultad y quizá no pueda ni correr. Cuando lo vi estaba liando un cigarro sentado sobre un peñasco".

-"¡Corre, hijo, corre! -gritó el venado viejo-, ese sí es un cazador; ese sí sabe lo que hace y lo que quiere. No viene a divertirse ni a presumir, viene para aliviar el hambre de su familia llevando algo para que puedan comer. Él te vio antes de que tú lo vieras; te midió para saber que aún eras muy tierno para el asado y se entretuvo armando su cigarro para que tu lo guiaras a donde estamos. ¡Corre, hijo! Ese no juega a la cacería, es un cazador y caza. Ese es un hombre de verdad con el cual tienes que competir con las ventajas que tienes".

La moraleja de esta fábula es que siempre hay que saber a qué jugar.