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El Papa bueno

A mediados de la centuria XX, la Iglesia Católica sufre una enorme sacudida por tres acontecimientos prácticamente secuenciales: la harto sorpresiva elección del cardenal Giuseppe Roncalli, patriarca de Venecia, como Sumo Pontífice de Roma, asumiendo el cargo con el nombre de Juan XXIII, en 1958; el llamado para el Concilio Vaticano II, que pretende una nueva teología y sus encíclicas Mater et Magistra y Pacen in Terris.

El Papa Juan XXIII, llamado el Papa bueno, murió, el 3 de mayo de 1963, antes de ver los frutos de su gran esfuerzo por transformar a la Iglesia Católica para conducirla a un mejor entendimiento de: “Los misterios de Cristo. Del mundo físico. Del tiempo y las relaciones temporales. De la historia. Del pecado. Del hombre. Del nacimiento. De los alimentos y la bebida. Del trabajo. De la vista, del oído, del lenguaje, de las lágrimas y de la risa. De la música y de la danza. De la cultura. De la televisión. Del matrimonio y de la familia. De los grupos étnicos y del Estado. De la humanidad toda”. De la certeza.

El Papa bueno

Fue llamado el Papa bueno por su carácter alegre, bondadoso y muy inteligente. En su formación recibió la influencia de quienes posteriormente fueron santos de la Iglesia, san Carlos Borromeo, san Francisco de Sales y san Gregorio Barbarigo, además de que fue secretario del obispo Radini Tadeschi, de quien abrevó el interés por los asuntos sociales y laborales. Durante la Primera Guerra Mundial, se incorporado como sargento de sanidad y capellán del Ejército Italiano, lo que le llevó vivir los horrores de la guerra.

Durante la Segunda Guerra Mundial, como delegado apostólico en Grecia, logró salvar la vida de muchos judíos mediante el otorgamiento visas de tránsito de la delegación a su cargo. Aseguran sus biógrafos que siempre: “El deseo pastoral de ser sacerdote en cualquier circunstancia, lo sostenía. Y una sincera piedad, que se transformaba cada día en un prolongado tiempo de oración y de meditación, lo animaba”. Vocación=fuerza.

A la muerte de Pio XII, el cardenal Roncalli no figuraba entre los candidatos con posibilidades de acceder al papado; pero, luego de 20 intentos, fue elegido por lo 51 miembros del Colegio Cardenalicio en el entendido de que sería un papa de transición tanto por su edad como por su bonhomía. Lejos estaban los príncipes de la Iglesia de imaginar que el nuevo pontífice la transformaría radicalmente para acercarla a la gente. 

Al año siguiente, el 25 de enero de 1959, convoca al Concilio Vaticano II, bajo cuatro premisas: Promover el desarrollo de la fe católica; lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles; adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de nuestro tiempo; lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales. A partir de entonces, las misas y demás ceremonias de la Iglesia Católica se celebran en el idioma de cada pueblo o nación y se dirigen a la gente.

En sus principales encíclicas, Mater et Magistra, promulgada el 15 de mayo de 1961, y Pacem in Terris, pone de manifiesto su interés por la humanidad y por cada persona en lo particular. En la primera, manifiesta que: “La dignidad de la persona humana exige normalmente, como fundamento natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual corresponde la obligación fundamental de otorgar a todos, en cuanto posible sea, una propiedad privada”, destacando el derecho de los trabajadores para sindicalizarse y la necesidad de que los salarios estén de acuerdo con la dignidad humana del trabajador y de su familia, con la aportación efectiva del trabajador, la posibilidad económica de la empresa y la situación económica general. ¡Justicia social!

En la segunda, publicada el 11 de abril de 1963, poco antes de morir, expresa que: “En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto”.

Juan XXIII fue canonizado el 27 de abril del 2014.