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De pajarita negra

Cuatro acontecimientos infaustos motivaron ayer el uso de la pajarita negra, esa corbata en forma de moño que se acostumbra en los duelos, cuando un ser querido marcha hacia el infinito o cuando ocurre un acontecimiento lamentable que se suma a la desgracia de los habitantes de este país.

Cuatro acontecimientos infaustos motivaron ayer el uso de la pajarita negra, esa corbata en forma de moño que se acostumbra en los duelos, cuando un ser querido marcha hacia el infinito o cuando ocurre un acontecimiento lamentable que se suma a la desgracia de los habitantes de este país. En lo cortito, se adelantó el buen amigo don Mario Martínez, un periodista que hizo de la amistad un culto; más allá, fallecieron Rius y Jaime Avilés.

Hubo un tiempo en que el sistema político mexicano, que dio la más prolongada etapa de paz, estabilidad y desarrollo al país, desde la expropiación petrolera hasta inicio de los 70s, era considerado un estado autoritario de camarillas cerradas, al que Mario Varga Llosa llamó la dictadura perfecta. Se dio, entonces, la irrupción de una prensa crítica, libre e independiente. En esa corriente se enmarcan los tres que ayer marcharon.

De pajarita negra

Mario en EL MAÑANA, con su padre, don Salvador Martínez Martínez y sus hermanos Salvador, Lauro y Homero, primero, y luego con su propio periódico Noticias; Eduardo del Río, Rius, en la revista Ja-Ja y en los principales diarios del país, para irrumpir de manera novedosa y con gran éxito en el mundo de los ‘comic’; pero, al más puro estilo mexicano. Jaime Avilés, fue reconocido como uno de los más importantes cronistas en el periodismo mexicano; hábil maestro de la narración, cubrió el alzamiento zapatista en Chiapas en 1994; antes había sido corresponsal de guerra en Nicaragua y durante la invasión de Grenada. Escribió tres libros acerca de Marcos, el zapatismo y la injusticia.

A los tres, que criticaron al régimen revolucionario, les tocó vivir los estragos de lo que vendría después, cuando el poder político fue asaltado por el poder económico y de toda la grandeza del Anáhuac, ya no queda más que la miseria de un pueblo expoliado y despojado. Fueron testigos de cómo todos los cambios han sido para peor, aunque, con harta perversidad, se sigue manejando el discurso revolucionario que ya nadie se traga.

Quien más influencia tuvo en las generaciones del último tercio del siglo pasado, fue Rius, quien, en 1965, luego de una carrera pujante en la caricatura, publica su ‘comic’ Los Supermachos, en el que trataba temas de la política y la vida nacional, con ingenio, a través de sus personajes, que se han vuelto clásicos, Juan Calzónzin, Chon Prieto, don Perpetuo del Rosal, doña M, el Lechuzo y Arsenio, todos ellos cargados de significado.

Luego del ‘boom’ rotundo, Rius entró en disputa con la Editorial Meridiano por la autoría de los personajes y el membrete, por lo que buscó una nueva empresa, para publicar Los Agachados, en que da un giro histórico a su narrativa con nuevos protagonistas: el profesor desempleado Gumaro (hijo putativo de Calzónzin), Don Céfiro y Reuter Nopálzin. También publica libros pequeños y sencillos con temas específicos relacionados con todos los ámbitos de la cultura.

Quizá uno de los libros más interesantes sea Cristo de carne y hueso, para cuya redacción echó mano de lo más significativo que se ha escrito a lo largo de la historia sobre el tema. A manera de prólogo, hace dos preguntas que él mismo contesta: “¿Cuál es, entonces, el verdadero retrato de Cristo?”. Respondiéndose a sí mismo que: “Sin duda alguna su mejor retrato es la reunión de todos los que se han hecho. Y la mayor parte de ellos son retratos de figura humana”. Importante es destacar el sentido holístico y humano de la respuesta. 

Luego, vuelve a preguntar: “¿Cristo era Dios y lo hicieron dios?” Contestando que: “La persona de Cristo, divinizada por la época y las circunstancias parece de pronto más interesante y reveladora cuando se le contempla en su aspecto ásperamente terrenal. Cristo surge así a la historia en medio de una sociedad expuesta a la violencia de grandes cambios revolucionarios, sitiada por la miseria y obligada a transformarse”. 

Al final, agrega textos de Voltaire, Russel, Pritchrd, Milesbo, Tillader, Freret, Brandon, Dahal, Pardo, Clemein, Trillin y Donini y otros autores, antiguos, clásicos y modernos, que hablan de Jesús como un revolucionario.

El otro motivo de pena, mejor ni señalarlo.

¡Descanse en paz al alma de estos periodistas que ayer partieron!