Editoriales > ANÁLISIS

Creadores, no criaturas

Las tensiones sociales que han desembocado en manifestaciones de violencia extrema y en una total ausencia de respeto por la vida humana

Las tensiones sociales que han desembocado en manifestaciones de violencia extrema y en una total ausencia de respeto por la vida humana, no son nuevas; vienen desde muy lejos, aunque la idiosincrasia del pueblo mexicano las haya retrasado casi un siglo en el Anáhuac. Durante los 60s, en los cursos de sociología en la Escuela Normal Superior de México, se dijo que “el mexicano tiene mucha madre”; que esa era su mejor protección.

Luego de que Carlos Darwin diera a conocer su teoría de la evolución de las especies por medio de la selección natural, Sigmund Freud escribió que: “Una ojeada a la Historia de la Humanidad, nos muestra una serie ininterrumpida de conflictos entre una comunidad y otra u otras, entre conglomerados mayores o menores, entre ciudades, comarcas, tribus, pueblos, Estados; conflictos que casi invariablemente fueron decididos por el cotejo bélico de las respectivas fuerzas... 

Creadores, no criaturas

Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de qué debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquél que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición”.

Inclusive, cuando Albert Einstein le preguntó ¿qué podía hacerse?, en una carta fechada en 1932, respondió Freud que: “Usted expresa su asombro por el hecho de que sea tan fácil entusiasmar a los hombres para la guerra, y sospecha que algo, un instinto del odio y de la destrucción, obra en ellos facilitando ese enardecimiento. Una vez más, no puedo sino compartir sin restricciones su opinión. Nosotros creemos en la existencia de semejante instinto, y precisamente durante los últimos años hemos tratado de estudiar sus manifestaciones. Permítame usted que exponga por ello una parte de la teoría de los instintos a la que hemos llegado en el psicoanálisis después de muchos tanteos y vacilaciones”. Divide los instintos en eróticos, que unen, y los agresivos, que destruyen. 

Sin embargo, habiendo coincidido los tres genios que revolucionaron la cultura humana en la existencia y en la prevalencia de los instintos como motores de la conducta humana, viene una corriente que encabeza Ashley Montagu, cuyo libro más importante Qué es el hombre, marca nuevos derroteros, y señala que: “No existe ninguna prueba de esto, e incluso es muy improbable que el hombre primitivo tuviera el más mínimo espíritu guerrero. Si el hombre primitivo hubiera sido belicoso no habría sobrevivido durante mucho tiempo, dado que el número de individuos que formaban los pueblos recolectores-cazadores era pequeño”.

Recordando lo escuchado en la Normal Superior, con relación a la mucha madre del mexicano, de la fortaleza de la familia (en aquellos tiempos), y de cómo se convirtió a la madre en obrera de maquiladoras, se relacionan las palabras de Montagu: “La salud es la capacidad para amar, para trabajar, para jugar y para usar la propia inteligencia como una herramienta de precisión. Los humanos han nacido para vivir, como si vivir y amar fueran una misma cosa. Para amar hay que aprender a amar y sólo se aprende a hacerlo cuando se es amado. El afecto es una necesidad fundamental. Es la necesidad que nos hace humanos. De ahí que una persona que no haya sido así humanizada durante los seis primeros años de su vida padezca un proceso de deshumanización que les lleva hacia comportamientos destructivos, aprendidos en un intento desordenado y equivocado de adaptarse a un mundo también desordenado y provocador de tensiones. De estos desórdenes surgen toda la agresividad y los enfrentamientos violentos, tanto a escala individual como colectiva”.

Termina diciendo Montagu que: “Recordemos siempre que la humanidad no es algo que se hereda, sino que nuestra verdadera herencia reside en nuestra capacidad para hacernos y rehacernos a nosotros mismos. Que no somos criaturas, sino creadores de nuestro destino”. Y que este puede ser el amor, manifestado a través de las propuestas de la democracia surgidas de la Revolución Francesa: libertad, igualdad y fraternidad.