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Chovinismo pernicioso

Resultó harto sorprendente que uno de los editorialistas de mayores polendas en este país haya tratado el tema del tránsito de personas de México a los Estados Unidos con una terrible carga de animadversión sentimental que, en tratándose de la relación entrambos países, no tiene cabida, menos achacando a los que llegaron sentimientos de fobia en contra de los que quieren llegar. Es chovinista hablar de buenos y malos.

Quienes vivieron la época del nacionalismo revolucionario, que tanto chocaba a los de allá, entendido en lo político como democracia con justicia social y en lo económico como economía mixta con rectoría del Estado, pueden dar constancia fiel y certera de que los mexicanos que llegaron a la frontera provenientes de casi todos los rumbos de la geografía nacional y de otros países, no tenían intención de ir a los Estados Unidos.

Chovinismo pernicioso

En fechas conmemorativas, había paso libre, esto es, no se necesitaba documento alguno para internarse en los Estados Unidos; luego, se acordó que los burócratas federales, presentando su credencial o talón de cheque, pudieran pasar. Quizá hubo alguien que decidió quedarse de aquel lado para cumplir el sueño americano; pero, el grueso de los aborígenes, decidieron regresar a su terruño, a su casa, a su trabajo.

La oferta de visas y permisos de trabajo se ofrecían en los puentes para periodistas, maestros, enfermeras, músicos, cantineros, meseras, pilmamas, soldadores y de otras profesiones y oficios, sin que se fueran muchos los que cambiaron de residencia. Con el ‘desarrollo estabilizador’ México crecía al 6% anual sin inflación y sin devaluación.

Aquellos días, la comunidad fronteriza asentada en ambos lados del río Bravo era una familia con sólidos lazos de buena voluntad. Los de la cachucha, aquende y allende, eran amigos que no perseguían o maltrataban, sino que demostraban una gran calidad humana que se manifestaba cuando de uno y otro lado acudían para atender todas las emergencias comunes. Aparecieron la cultura regional del texmex y Tin Tan y Piporro.

Pero, un mal día, llegaron las hordas neoliberales que dieron al traste con la economía de México y crearon las condiciones de subordinación y supeditación que ahora hacen posible que los de acá quieran irse para allá y los de aquel lado resistan a ese empeño. Ahora, los mexicanos, como los centro y sudamericanos; como todos los pueblos que han venido a resultar víctimas de neoliberalismo y su feroz avidez de riqueza estéril, deben sufrir el desdén y padecer las disposiciones de la autoridad de un país que ha cerrado sus puertas a la migración. Y, como ocurre en la física, a mayor esfuerzo, mayor resistencia. Pero, ateniéndose a la conseja del presidente Trump: “Sal de tu zona de confort: nunca te conformes con lo que tengas, siempre ve a por más”, ahí van.     

Habiendo mencionado al presidente de los Estados Unidos, resulta imposible dejar de lado una de sus frases más significativas, contenida en su libro El arte de negociar: “Mi estilo de hacer negocios es bastante sencillo y directo. Apunto muy alto y luego sigo empujando y empujando y empujando para conseguir lo que busco. A veces, me conformo con menos de lo que busqué, pero en la mayoría de los casos, suelo acabar logrando lo que quiero”, que bien puede aplicarse a quienes huyen de la miseria, de la violencia y de gobiernos que se han entregado por la buena o la mala al capitalismo.

No vienen al punto, pues, consideraciones sentimentaliodes de que aquellos son los malos porque ahora que ya llegaron y viven bien, quieren impedir que otros lleguen; ni de que los de acá son los buenos, porque resultan víctimas del neoliberalismo atroz. El fenómeno de la migración es el resultado de la aberrante acumulación de la riqueza en unas cuantas manos insensibles y corresponde al Estado, como proponía Morelos: “Moderar la opulencia y la indigencia”: volver a tomar las riendas de la economía para darle sentido humano, como cuando los mexicanos y otros, no querían irse para allá.