Trump nos quiere de rodillas

Entre los focos rojos que encendió en México y el mundo la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) de Trump —referidos aquí en la entrega pasada— hay dos potencialmente peligrosos: el que apela al uso de su poderío militar para recuperar e imponer su influencia comercial y económica; y el que rediseña la configuración de sus fuerzas armadas, en lo que parecen preparativos para confrontar una guerra de dimensiones globales.
El primero atañe por supuesto al mundo entero, pero en México es especialmente pernicioso por nuestra condición de vecinos y socios comerciales con el T-MEC, cuya renegociación —decíamos— se regirá más por exigencias geopolíticas que por criterios estrictamente económicos. Se trata, de hecho, de la definición de un nuevo colonialismo económico estadounidense, nunca planteado explícitamente en sus estrategias de seguridad nacional.
El documento NSS destaca objetivos preocupantes, según identifica la analista Viri Ríos:
1. Estados Unidos utilizará su poder económico, político y militar para la expansión de las empresas de su país, a fin de que controlen no solamente su mercado interno sino los de Latinoamérica y en general los de Europa y todo el hemisferio occidental.
2. Su cuerpo diplomático va a estar al servicio de las empresas estadounidenses para que puedan obtener contratos públicos en países latinoamericanos, sobre todo aquellos que sean dependientes de la economía americana (¿México?).
3. Sus servicios de inteligencia van a ser utilizados para investigar si algún otro país o alguna otra empresa no estadounidense, desarrolla tecnologías relevantes o de amplio valor agregado a fin de impedirlo, ya que lo consideran un riesgo para las utilidades de su economía y el aumento en las ganancias de sus empresas.
Hablamos, pues, de un nuevo modelo de las relaciones internacionales en el que los estadounidenses se asumen como los ricos del hemisferio occidental y ven a los demás países de ese bloque, sobre todo a los de América Latina, incluido México, como los pobres y subordinados productores de mercancías de poco valor agregado y con gobiernos que recaudan impuestos para que les compren servicios y productos.
Y todo esto mediante el uso de un poderío militar que ha empezado a reconfigurar ante la eventualidad de una conflagración con China y Rusia, potencias dominantes del hemisferio oriental.
El viernes 5 de diciembre, mismo día en que se conoció la Estrategia de Seguridad Nacional de Trump, se filtró que el presidente estadounidense echó a andar el plan de armar a "un poderoso Ejército de combate nuclear" que concentrará el mando en el nuevo Comando del Ejército de los Estados Unidos para el hemisferio occidental (USAWHC), al frente del cual fue asignado como su comandante el recientemente promovido a general de cuatro estrellas, Joseph A. Ryan.
Este militar de 57 años y una hoja de servicios de más de treinta, comandó en Afganistán e Irak y en operaciones especiales en el Indo-Pacífico, además de que sirvió en unidades de élite como la 82nd Airborne Division y 101st Airborne Division.
Ahora tendrá ahora bajo su control la fuerza unificada del Ejército Norte, el Ejército Sur y el comando de Fuerzas del Ejército que ya se encuentra en Fort Bragg, Carolina del Norte, y se plantea alcanzar su plena capacidad operativa a más tardar en junio del año próximo para cumplir la misión de unificar operaciones en América Latina, el Caribe y Norteamérica, enfocándose en la defensa del hemisferio y la proyección de su poder regional, incluyendo la frontera con México.
Lo dicho: Trump nos quiere de rodillas.
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