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´Succesion´, versión 4T

Los que creen que López Obrador está dando manotazos sobre la mesa para mostrar quién tiene el poder o que está empeñado en reducir a Sheinbaum a una mera prestanombres en Palacio, no entienden nada

Claudia Sheinbaum recibe el bastón de mando del presidente Andrés Manuel López Obrador en Ciudad de México, el 7 de septiembre de 2023.

Ninguna sucesión resulta fácil, como lo acaban de mostrar tres temporadas de Succesion, la apasionante versión televisada del magnate de los medios Rupert Murdoch. La transición a la segunda temporada de la Cuarta Transformación tampoco estará libre de tensiones. A diferencia de Logan Roy, el patriarca empresarial en la serie, Andrés Manuel López Obrador no tuvo dificultad para decidirse entre los tres posibles sucesores, a quienes llamó hermanos en lugar de hijos (y con toda razón, pues apenas les lleva diez años en promedio). Claudia Sheinbaum siempre lució favorita no solo en el ánimo del presidente sino también en su entorno inmediato y, para fortuna de la transición, entre la mayoría de los encuestados. Por allí no hubo más problema que el que quiso provocar Marcelo Ebrard por razones que merecerían otro espacio.

´Succesion´, versión 4T

Pero resuelta la identidad del relevo, persiste el otro problema. La verdadera dificultad de Logan no era escoger a su sucesor, sino decidir a retirarse. Y en su indecisión había, sin duda, factores de ego y apego al poder, pero también una preocupación legítima sobre el futuro de su imperio y el temor de que ninguno de sus hijos estuviera a la altura del desafío.

No es el caso de López Obrador con Claudia Sheinbaum. Me parece que el presidente está bastante satisfecho con la elección de su relevo. Las dudas no se las genera Claudia o sus capacidades, le preocupa el poder de los muchos intereses que operarán en contra de la 4T cuando él no esté al mando. A diferencia de Logan, AMLO sabe que su gestión tiene fecha de caducidad y, contra lo que se diga, está dispuesto a acatarla.

La preocupación de López Obrador es justificada, sin importar quién sea su relevo. No es posible heredar un liderazgo tan personalizado y carismático y pretender que no habrá reacomodos. Pero los que creen que López Obrador está dando manotazos sobre la mesa para mostrar quién tiene el poder, o que está empeñado en reducir a Sheinbaum a una mera prestanombres en Palacio, no entienden nada.

López Obrador simplemente intenta fortalecer lo más posible a su movimiento para que sea viable cuando él no esté. No será fácil y no hay fórmulas que lo garanticen, pues estamos en un terreno inédito. Quiso construir un relevo de equipo cuando estableció que el ganador de la encuesta se hiciera cargo del poder ejecutivo y los dos perdedores del poder legislativo. Entregar las cámaras de senadores y diputados a Ebrard y a Adán Augusto López, cada uno con sus agendas y rivalidades con Claudia, era una fórmula destinada, en teoría, a fortalecerla. En realidad, la debilitaba. Y en alguna ocasión dediqué un texto a argumentarlo. Por fortuna la propuesta no fructificó.

Por lo pronto, el poder lo detenta el presidente fundador del movimiento e intenta trabajar para dejar un relevo lo más sólido posible. Aquí no hay competencia: ni a Claudia le interesa desafiarlo ni a López Obrador darle coscorrones políticos a su sucesora. Sheinbaum entiende que su momento llegará y por ahora está concentrada en hacer el mejor trabajo posible en la campaña.

La candidatura de la Ciudad de México ilustra esta transición. Es infantil creer que hay un pulso entre López Obrador y Claudia Sheinbaum y que cada uno tenía a su candidato. Sheinbaum expresó al presidente sus temores por el riesgo electoral en la Ciudad de México y la certidumbre que podía ofrecer la popularidad de García Harfuch. Ambos decidieron probar la hipótesis en la encuesta misma. Al final, y tras valorar los pros y contras políticos y la apasionada reacción de muchos militantes que se inclinaron por Clara Brugada, ambos asumieron la conveniencia de llevarla como su abanderada.

Lo de Marcelo Ebrard va en el mismo camino. Quizá Sheinbaum habría preferido dejarlo ir, pero tampoco era refractaria al argumento de comenzar su período sin escisiones. Después de todo, es mejor arrancar sin impugnaciones sobre su triunfo. Sin duda, López Obrador era el más interesado en que su colaborador durante tanto tiempo y sucesor en la Ciudad de México no terminara en la oposición. Pero es sintomático que la reunión de Ebrard haya sido con Claudia, no con el presidente. La petición, obviamente, era que buscaran un acuerdo, pero los términos y las concesiones fueron definidos por ella.

Me atrevería a decir que lo del ministro Arturo Zaldívar es consecuente con lo anterior. López Obrador sabe que la correlación de fuerzas dentro del poder judicial, y en particular la Suprema Corte, será decisiva el próximo sexenio. Las guerras políticas de hoy se dan en el ámbito legislativo (Lawfare); Perú, muy presente en el ánimo del presidente, ilustra a su entender el peor de los casos. La renuncia anticipada de Zaldívar ha sido leída como una especie de intromisión, en detrimento de Claudia, para disfrutar él la posibilidad de designar a un ministro para los próximos quince años. En realidad, el presidente intenta dar esa batalla ahora, que tiene la fuerza política, para dejar a su relevo una mejor correlación en esa espinosa arena.

Los próximos once meses seguiremos viendo esfuerzos denodados por parte de López Obrador para adelantar lo más posible la obra negra del edificio de la 4T, consciente de que Sheinbaum no tendrá el peso político que él detenta. Insisto, nadie la tendría. En lo que resta intentará fortalecerla en todo aquello que pueda anticipar y buscará neutralizar, en lo posible, futuras amenazas.

Habrá ámbitos dentro y fuera del movimiento interesados en explotar una supuesta rivalidad entre soberano y candidata, o vender la noción de que se trata de una figura títere. Los externos para abollar la imagen de Claudia de cara a las urnas; los internos para incrementar su influencia frente a los huecos que deja un liderazgo tan dominante como el de López Obrador.

Sin embargo, más allá de las diferencias de opinión que puedan tener en el camino, López Obrador sabe que el futuro de su legado depende en buena medida del éxito de la presidencia de Claudia. No, las borrascas que enfrentará Sheinbaum no proceden del fundador del movimiento, por más que quieran amarrar navajas. Pero sí procederán de otros sitios, dentro y fuera. Tema para abordar en la siguiente ocasión. 

@jorgezepedap