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¿Quién lo mató?

La muerte de Jesús es uno de los acontecimientos más notorios y trágicos de la humanidad. Para personas creyentes es componente esencial de la fe, para la religión popular latinoamericana es la experiencia de identidad más sólida; para no creyentes es un absurdo incomprensible.

También en los primeros siglos de las comunidades cristianas, la muerte de Jesús era fuente de contradicción; por eso, las narraciones de los evangelios combinan datos históricos y contextuales muy detallados mezclados con reflexiones teológicas e interpretaciones a posteriori, basadas en citas del Antiguo Testamento.

¿Quién lo mató?

La narración de la "pasión y muerte" de Jesús es un fruto teológico elaborado desde la experiencia de la resurrección y desde la continuidad de la Iglesia que nacía, marcada sobre todo por las persecuciones de los primeros dos siglos de nuestra era.

De manera similar, en los años 70s, Alejandro Cussianovich, sacerdote salesiano peruano, compañero de Gustavo Gutiérrez en la "ONIS" (Organización Nacional de Información Sacerdotal), publicó un pequeño libreto teatral titulado así: "¿Quién lo mató?".

Ese libreto usado en miles de comunidades latinoamericanas permitía comprender el contexto histórico de la muerte de Jesús, lejos de su justificación "expiatoria" y, además, permitía darle actualidad histórica. De manera sencilla y vivencial ofrecía la "relectura" de la muerte de Jesús, desde los contextos de opresión, colonialismo y religiosidad conservadora justificadora del status quo vigentes en América Latina.

Así aprendimos que la muerte de Jesús resulta una realidad escandalosa y trágica que no debe ser evadida con visiones espiritualistas justificadoras. A Jesús lo mataron desde los poderes, religioso y político, por sus hechos y dichos.

La interpretación más conocida y alejada del evangelio sobre la muerte de Jesús es la sacrificial que pretende justificar la muerte de Jesús como un acto necesario para satisfacer la ira de un "dios" sanguinario y vengativo. O si no tan cruento, al menos como un "destino inevitable" trazado desde siempre por un dios incomprensible y caprichoso, que requiere la muerte del "hijo", para redimir a la humanidad pecadora.

Ese "dios" es totalmente ajeno al mensaje de Jesús. De hecho, la paradoja es que ese "dios" es mucho más cercano al "dios" del Templo de Jerusalén que defendían las dos corrientes dominantes del judaísmo en tiempos de Jesús. Esas corrientes que fueron confrontadas directamente por Jesús, y que acordaron, tramaron y orquestaron su muerte: los saduceos y los fariseos.

Esas dos corrientes, enfrentadas entre sí, se aliaron en la decisión de eliminar al galileo que "alborotaba al pueblo", pues predicaba que la voluntad de Dios no eran los sacrificios en el Templo de Jerusalén de los sumos sacerdotes saduceos (Caifás y Anás), ni los actos religiosos de purificación y rezos de los fariseos.

El mensaje de Jesús era la fraternidad entre todas las personas, incluidas y especialmente preferidas las personas consideradas "pecadoras" e "impuras", excluidas por ambos grupos religiosos: prostitutas, samaritanos, publicanos, leprosos, ciegos, sordos, paralíticos y todo tipo de "endemoniados". El "reino de Dios" del compartir, sin desigualdades ni discriminaciones.

Toda forma de atribuir la muerte de Jesús como "obra" o "voluntad" del Dios Padre y Madre, Dios de la Vida y del Amor, que Jesús mostró en su vida y su enseñanza es una herejía que contradice las enseñanzas centrales del evangelio.

Como lo ha enfatizado el Papa Francisco en continuidad con la tradición de las primeras comunidades, la Iglesia debe regresar a ese mensaje. No puede ser el "club de los buenos", sino la casa de todas las personas, el espacio del cuidado de quienes padecen discriminación y opresión, la plataforma de impulso de quienes buscan la justicia, la paz y la protección del planeta, la comunidad de fe que da testimonio del Dios de la Vida y el Amor.

@rghermosillo