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Mundial de Catar

Nadie sabe de futbol. Ello sería semejante a afirmar que uno sabe de la vida. ¿Cuál vida? ¿Qué aspectos de ésta? Tenemos idea, en cierto grado, acerca de qué cosa es el juego, porque el homo ludens, al que se refirió ampliamente el historiador Johan Huizinga, se impone o convive al lado del ser instrumental, del ser simbólico e impregna toda la cultura humana. Aun se lee con provecho, también, la obra de Roger Caillois: Los juegos y los hombres (la máscara y el vértigo), que extiende la idea del juego a los campos del azar y el simulacro, la necesidad de que el vértigo encienda nuestras emociones. Ese impulso del juego humano degenera o evoluciona a la competencia que, a su vez, da lugar al deporte y a las gestas olímpicas. Es entonces que simulamos la guerra y edificamos a un enemigo pasajero o fantasmal. El futbol es un juego en el que es difícil predecir al pie de la letra lo que hará un jugador, porque no conocemos todas las variables dramáticas que afectan a los jugadores y la circunstancia que los contiene.

Es evidente que el mundial de Catar (o Qatar) ha concluido. Los dólares provenientes del gas y petróleo que administra un grupo de potentados árabes han comprado un mundial para que se lleve a cabo en una diminuta península en la que, además, se practica ampliamente el criquet. ¿Por qué no se conformaron con realizar un mundial de criquet? Porque lo pueden comprar todo. La peligrosa dosis de nacionalismo que acompaña a los mundiales y que entusiasma a las masas de aficionados más indefensos e hipnotizados, puede ser trascendida ante la gravedad del juego y la competencia honrada; pero que una epopeya lúdica, en esencia humanista y pacífica, se lleve a cabo en un país en el que se tortura a las mujeres adúlteras y se castiga con pena de muerte a los homosexuales es un despropósito y una grosería colosal. Compadezco al público que asistirá a las gradas de esos estadios -maquetas, aun cuando se han construido o hecho realidad- ya que deberán guardar reglas tan estrictas como las que se imponen en el ámbito militar. El júbilo y la euforia que despierta esta gesta mundial no podrán ser acompañadas por la fiesta y el ritual lúdico de los espectadores, ya que el alcohol, la relación amorosa inesperada, el desmadre inofensivo que propicia el triunfo del equipo favorito se hallan vedados. La vergüenza que despierta este simulacro de mundial impide el gozo tradicional que el balompié trae consigo. Se acabó. Aquí el feminismo es sólo un gesto banal e impotente, relegado a algunas porciones de las sociedades liberales.

Mundial de Catar

El equipo mexicano, pese al azar o a las sorpresas propias de todo juego, no tiene ninguna posibilidad. Su pasado y su futuro es el fracaso. La historia de los mundiales comienza en Uruguay (1930) abriendo la competencia con el partido México-Francia que los galos resolvieron asestando cuatro goles a la escuadra mexica. Desde entonces este equipo, México, ha acumulado varios últimos lugares y pese a su denso historial futbolístico y a la esperanzada afición que lo apoya, el país no puede separarse de sus instituciones públicas, del hondo desequilibro económico, de los negocios monopólicos, de la inutilidad política, de la magra educación de su población y de la corrupción natural que se apropia de la federación del deporte más popular de México. Los jugadores no son extraterrestres y forman parte de un tramado que incluye todos estos agravios: telaraña trágica.

El libro "De futbol somos", que coordinan Mauricio García García y Alonso Pérez Gay Juárez se concentra en el futbol y la historia de los mundiales. Un conjunto de escritores y escritoras en su mayoría notables, ofrecen perspectivas diversas de este deporte y de la constante caída del equipo mexicano en cualquier mundial en el que participa. El archivo gráfico del que echa mano el libro es, además, extraordinario. La experiencia que todo hincha de futbol vive a lo largo de los mundiales se halla aquí plasmada, con vehemencia, conocimiento y buenas letras. La desgracia de la selección mexicana es castigo de los dioses y el balón es dominado por la Coatlicue. Culmino con las palabras de un comentarista famoso, don Fernando Marcos, que cita en su escrito Jorge, el Biólogo, Hernández cuando en 1966, en el mundial de Inglaterra, Bobby Charlton, del equipo inglés le clava un gol al portero azteca: "¿Por qué cuando estrellamos el balón en el poste sale y cuando ellos lo hacen entra?". Cada quien tendrá su respuesta; yo tengo la mía.