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Las fuerzas destructivas de tu propia vida

Atmósferas contaminadas de energía negativa

Tal vez has vivido experiencias como las mías, las que aquí te platico, hace muchos años, llegué temprano a una escuela primaria donde me dieron permiso de compartir la historia de mi vida: recuerdo que había preparado el tema de la nicotina, El asesino silencioso, era mi intención dar el mensaje de prevención a los niños de tercer, cuarto, quinto y sexto grado, la recepcionista me hizo pasar a la oficina de la directora a esperarla debido a que no tardaba en llegar, cuando entre al reducido cuartito de oficina sentí una sensación muy extraña, percibí el ambiente muy tenso, me invadió una carga muy pesada de energía de muy mala vibra; aparte que había un gran desastre de papeles por todos lados, el aire acondicionado hacia que circulara un olor no muy agradable que digamos, olía como a mis tenis viejos  que usaba en la secundaria y no me los quitaba ni para dormir; a patas rancias, diría mi abuela, cuando llegó la directora, en piyama y de prisa comprobé de donde venía el mal olor, era de esas personas que destilan un humor muy fuerte. Salimos de la oficina y en la recepción aún preservé la atmósfera de malas vibras; la verdad, sentí un ambiente muy pesado, como lo he sentido en muchas ocasiones en infinidad de casas, negocios y oficinas, incluso, en algunos grupos de autoayuda he palpado la mala vibra que ahí se destila. ¿ Te ha sucedido igual a ti?

Las fuerzas destructivas de tu propia vida

Reflexionando a la hora del recreo

A media mañana, ya casi terminaba mis pláticas en 7 salones, sólo me restaba dos de sexto grado que iba a visitar después de la hora del recreo. Sentado en una banca, al lado de un ciprés enorme, me quedé pensando sobre esa tormenta de malas vibras que había palpado en salones, recepción y en la oficina de la directora, quien daba una imagen pésima de fodonguez, autoestima baja e irresponsabilidad al presentarse a trabajar en piyama y comencé a dar un recorrido a mi memoria de las caras de secretarias, maestras y personal administrativo; reflexioné sobre el lenguaje no verbal que detecté en ellas: para empezar, las caras de limón agrio, esas expresiones de amargura, tristeza, frustración, como que no ha habido un sábado gigante en muchos sábados, ni aquello con aquellito, por supuesto, hombros caídos,  jorobadas, apagadas, sin luz, incluso, desarregladas, desganadas e invadidas de pereza y conformismo; es lógico que estas emociones torcidas se contagian y eso es lo que provoca tanta tensión ambiental, así como los pensamientos neuróticos, psicóticos, patológicos, extremadamente negativos.