Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Igual que las gaviotas

Me encontraba hace unas semanas en la universidad; era una noche fresca y agradable, y en un receso, me dieron ganas de estirar las piernas, así que salí del edificio donde estaba y me puse a caminar por los alrededores. Eran las últimas semanas antes de vacaciones, por lo que ya casi no había estudiantes en el campus.

En cierta parte de las instalaciones hay un corredor en donde a todo lo largo se han instalado bocinas y se transmite música ambiental, de ésa especial para relajar (les digo en broma a los alumnos que es música "amansalocos" para bajarles lo alebrestado cuando van entrando). Es un corredor largo, y a ambos lados hay extensiones grandes de áreas verdes, por lo que el aire "pega" muy sabroso en esa zona.

Igual que las gaviotas

Empecé a recorrer ese pasillo y di varias vueltas. Como decía, ya casi no había gente, por lo que prácticamente lo tenía para mí solo. La brisa golpeando suavemente mi rostro, la música golpeando suavemente mis oídos. Sin dejar de caminar, cerré mis ojos y abrí levemente mis brazos, poniendo ambas palmas de las manos de frente al aire. En cierto momento, mi cerebro se desconectó del contacto de mis pies sobre el suelo, y tuve la sensación de que estaba volando. Para hacer más mágico el momento, Dios me regaló el graznido de una gaviota que volaba cerca;  en mi mente, la hice volar a mi lado.

Y al ir "remontando el vuelo", fui soltando lastre para elevarme más. El cansancio físico lo dejé atrás. Las ofensas, las preocupaciones, las actitudes negativas de otras personas, todo lo que me estorbaba lo dejé en tierra, y por unos momentos, volé libre de ataduras. Tal vez si alguien me vio, haya dicho "¿qué le pasa a este loco?", pero en ese momento no me importaba. Cuando "regresé a tierra" mi estado de ánimo era diferente, me sentía fortalecido y "energizado".

Una vieja canción.

Había una canción de Alberto Cortés donde hablaba de un hombre que quiso volar igual que las gaviotas, y "alzó sus sueños hacia el cielo", libre de ataduras. Muchos otros, al verlo, dijeron "pobre idiota, no sabe que volar es imposible" y se quedaron en el suelo guardando la cordura. Pero a mí me parece que, de vez en cuando, lo más cuerdo que podemos hacer, es perder un poquito la cordura.

Hoy quisiera invitarlos a volar conmigo. Y no es que esté convocando a un recorrido multitudinario con los ojos cerrados por el pasillo de la universidad (me corre el rector si hago eso). A lo que me refiero es que cada uno, de alguna manera (la más creativa que encuentre) disponga su mente y su corazón para "soltar lastre", elevando sus sueños al cielo.

Vuelen en su imaginación, y dejen en tierra, al menos por un momento, los pesares, las preocupaciones, el pesimismo, la duda. Todas esas cosas son ataduras que encierran y mantienen cautiva nuestra capacidad de encontrar las soluciones que necesitamos, las ideas que pueden mejorar nuestras circunstancias. Confíen en su ser interior, dejen volar libre su entusiasmo y sus sueños, y después vuelen ustedes en pos de ellos.

Dice la canción de Cortés que cuando este hombre elevó sus sueños, construyó ventanas fabulosas, llenas de luz, de magia y de color, y convocó al duende de las cosas que tienen mucho que ver con el amor. Y que llegó a un lugar a donde nunca nadie pudo llegar usando la razón.

Un poquito de locura.

Con amor, y un poquito de locura, podemos llegar a ese lugar donde podremos construir ventanas que nos permitan contemplar un paisaje diferente, un paisaje lleno de luz y magia, que nos permita ver la vida de un color diferente.

En la canción, son las demás personas las que, al ver tan dichoso a este hombre, cundió la alarma, se dictaron normas, "no vaya a ser que fuera contagioso tratar de ser feliz de esa manera", y lo condenaron por su chifladura a convivir de nuevo con la gente, vestido de cordura.

En la vida real, muchas veces son nuestros temores los que nos frenan así, pues nos da miedo hacer cosas diferentes. Pero todos deberíamos perseguir esos sueños que nos permitan vivir felices, sin temores y sin frenos, pues entonces volaremos libres, sí,  igual que las gaviotas.