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Hace 50 años... Nos quedamos viendo Ismael y yo

Para ambos aquel encuentro era de lo más inesperado. El día anterior nos habíamos despedido después de haber estado jugando "gin" en la casa de una amiga que, como nosotros, gustaba de participar en las actividades de Difusión Cultural del Tec y que vivía en la Colonia del Valle.

La antesala del despacho del Ing. Ricardo Treviño Garza en el tercer piso de Aulas III, no era muy grande, así que a medida que iban llegando más compañeros, quedaba menos espacio para vernos unos a otros preguntándonos qué iba a pasar. 

Hace 50 años... Nos quedamos viendo Ismael y yo

Todo el que llegaba, lo hacía con cara de interrogación... como buscando una respuesta en las caras de los demás.

Sin embargo, el común denominador que nos unía y se sentía que flotaba en el aire, era un cosquilleo espiritual que nos motivaba a participar en la política estudiantil. 

Esa actividad odiada por muchos, pero que fascina cuando la ejerces, la obedeces, la respetas y la honras; Aquella que nos había llevado recientemente a buscar y obtener el triunfo en las elecciones de la Federación de Estudiantes, comúnmente llamada "FETEC". 

Poco a poco, al ir transcurriendo los minutos, en la Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles se respiraba cada vez más, un ambiente de tristeza mezclada con coraje, interrogantes y rabia de la juvenil, esa que no conoce freno porque está fresca, potente y nueva, esperando un instante propicio para aparecer con ímpetu.

El –"Mataron a Don Eugenio"- resonaba en cada cabeza.

Aquella parálisis momentánea que me invadió aquella mañana de lunes, la llevo guardada con un imborrable "por qué", desde entonces hasta éstos días, en que Cicero Willis abrió recientemente ante mí, la misma puerta de aquel comedor donde estuve el 23 de septiembre de 1973. 

Las mismas sillas. No sé si la misma habitación, pero era la misma casa. La de don Eugenio.

Igual que en aquel día, había entre los que nos reunimos ahora, un sentido de pertenencia con ese domicilio ubicado en la colonia Obispado de Monterrey.

La diferencia es que aquella mañana todos los estudiantes que estábamos ahí reunidos por instrucciones del Ingeniero García Roel, nos sentíamos víctimas.

No habíamos tenido tiempo para reflexionar, ni contábamos con experiencia de vida y menos, con conocimientos profundos para descifrar los motivos socio-políticos que habían movido a los perpetradores del incomprensible crimen. 

Solo sentíamos dolor y transpirábamos coraje colectivo e indignación.

Que yo recuerde, nadie se atrevió a mancillar el silencio preguntando cómo fue o donde fue, o porqué lo hicieron.

Nos bastaba saber que había sido una perversa voluntad ajena la que lo privó de la vida, para encerrarnos en nosotros mismos a masticar con angustia aquella realidad que parecía una paralizadora cadena de pesadilla tras pesadilla.

Ya con el transcurso de las horas, fuimos informados progresivamente de algunos detalles que lejos de apaciguar nuestras dudas, nos iban asombrando más y más.

Roberto Dibildox, a la sazón Presidente electo de la Federación de Estudiantes de la FETEC, quien llegó a la vicerrectoría unos minutos después que Ismael y yo, desde la puerta me echó una mirada de ¿qué pasa?, porque la lucha por ganar la presidencia nos había hecho más que simples compañeros de escuela. 

Nos había convertido en cómplices de estrategias de campaña y de grillas estudiantiles, hasta el grado de podernos comunicar con un gesto, una seña o una mirada. 

Solo moví la cabeza, apreté los labios y eso fue suficiente para decirle que algo muy malo había ocurrido. 

Lo captó de inmediato, se nos acercó y valga la redundancia, nos agrupamos dentro del grupo, para decirle al oído las cuatro palabras que, para esa hora, ya se repetían en todo el país. 

Minutos más adelante fuimos conducidos a la oficina del Ing. Fernando García Roel quien de manera solemne nos confirmó la triste noticia, solicitándonos que, como parte de un liderazgo proveniente de nuestra participación en la política estudiantil, nos trasladaríamos a la casa de Don Eugenio para reunirnos con quienes habríamos de colaborar a fin de integrar un esquema de actividades en torno a la despedida de Don Eugenio.

No recuerdo el medio. Pudo haber sido en el carro de Ismael o en el mío, en lo que nos fuimos, pero lo inolvidable fue la llegada a la casa del Obispado, donde caminamos hasta ser recibidos en la puerta y conducidos a aquel comedor.

No había mucha gente. Solo recuerdo silenciosos y discretos movimientos de entrada y salida de personas del servicio, todas cabizbajas, con el rostro serio y triste.

Poco a poco nos fuimos integrando con unos señores que no conocíamos y que nos saludaban entre muy serios y muy amables. Amores, Padilla, Margáin Zozaya, García y Treviño, son los apellidos que recuerdo; nos preguntaron nuestros nombres e iniciaron un diálogo amable que a medida que avanzaba la conversación, transformó aquella mesa en un laboratorio de ideas y propuestas en las que, bien recuerdo, sí tomaron en cuenta las opiniones de nosotros, los estudiantes.

Se decidió que la rectoría sería el lugar donde sería homenajeado el cuerpo presente de Don Eugenio; que además de los estudiantes, habría presencia de ejecutivos, empleados administrativos y obreros de las empresas con quienes la familia compartía el luto que, a esa hora, ya conmocionaba al país entero.

Una vez decidido el lugar y habiéndose trazado una logística de acceso y salida de todos los grupos de personas que darían honra a Don Eugenio en la Sala Mayor de Rectoría, se acordó ya no hacer cambios.

Viendo desde la Avenida el frente del mural, la puerta derecha de la rectoría sería la entrada. La fila de acceso se establecería desde esa puerta, por toda la calle del frente de Aulas II hasta llegar a la entrada trasera del campus ubicada junto al gimnasio, ahí donde estaban las oficinas del Capi Elizundia, Director de Deportes y del Licenciado José Ordóñez, Director de Difusión Cultural. 

La idea era programar, según el orden de llegada, guardias de 6 personas que flanquearían el féretro, mientras el grupo de personas que representaban, pasaría con paso lento a lo largo de la Sala Mayor.

Así se planeó y así se hizo.

Quienes permanecíamos en la Sala Mayor, veíamos entrar y salir, rostros tristes, lágrimas rodando, manos juntas, miradas al suelo, respeto al ataúd, guardias sucesivas que mostraban el gran esfuerzo organizativo que había sembrado aquel hombre que ahora yacía en su féretro, pero cuyo legado parecía iniciar un viento perceptible solo por los recipiendarios de la nueva responsabilidad que les caía inesperadamente sobre la espalda, como herencia de Don Eugenio.

Dada la hora, una carroza negra se estacionó frente a Rectoría y el féretro de Don Eugenio, ante la vista de familiares, directivos, empleados, maestros y alumnos del Tec, fue trasladado a su interior para ser llevado a vuelta de rueda, al paso de los acompañantes, primero a la Iglesia de La Purísima Concepción y posteriormente al Panteón del Carmen.

Y fue desde ahí, desde donde Ismael a la izquierda y el que esto escribe a la derecha del frente de aquella carroza, caminamos con el rostro lleno de tristeza, la mente saturada de indignación, las quijadas apretadas por el coraje y los ojos nublados por lágrimas que brotaban de impotencia ante aquella injusticia.

No veíamos caras, solo sentíamos que por dónde íbamos pasando a vuelta de rueda, el aire era espeso, porque la tristeza que flotaba en el ambiente, cuando se acumula y se decanta, pesa.

No hubo paradas.

Nadie miraba hacia atrás.

Fue hasta que transitando por Padre Mier y dimos vuelta a la izquierda para llegar a La Purísima, al estar viendo de cerca cómo era introducido el ataúd de Don Eugenio al interior de la iglesia, me di cuenta que el contingente peatonal era incontable.

Miles, eran miles de personas las que, desde el Tec, se habían ido integrando poco a poco, al cortejo fúnebre de aquel hombre cuya visión trascendental sigue siendo hasta hoy, solo equiparable con la dimensión de su sencillez.

Oraciones, homilía y silencio sacro, fueron marco de la entrada y la salida de aquel féretro en el que iba el cuerpo de quien con su inspiración de vanguardia dejó un legado filosófico en favor de la libre empresa, la inculcación de los valores morales en los jóvenes, la retribución justa a los empleados, la garantía al derecho de la salud, la vivienda para los trabajadores y la educación superior.

Esto último, indestructible hasta la fecha.

Ya a la salida de la iglesia, a los miles que por sentimentalismo y cariño seguían a la carroza, se sumaron quienes, por razones de peso político, entendían con claridad no solamente la importancia de la esencia del pensamiento de Don Eugenio, sino que calculaban ya las consecuencias sociopolíticas que aquel artero asesinato traería al país y a Nuevo León; por eso estaban ahí, esperando afuera en la bocacalle. 

Eran los que, por razón de la separación del Estado y la Iglesia esperaron afuera a que terminara la ceremonia religiosa y que la carroza retomara la calle Padre Mier con dirección al panteón, para unirse a la familia de Don Eugenio; eran el Presidente de la República Luis Echeverría Álvarez y el Gobernador del Estado de Nuevo León Pedro Gregorio Zorrilla Martínez, con sus respectivas comitivas.

Reiniciada la caminata, ubicados Ismael y yo en las mismas posiciones, el panorama era ahora diferente; ya no era solamente muy grande el contingente tras la carroza... era enfrente la multitud reunida lo que nos impactaba la mirada.

No eran suficientes las aceras para el número de personas que aguardaban el paso de Don Eugenio y cada vez se reducía más la velocidad de la carroza debido que la gente que se acumulaba sobre la calle, impedía una velocidad constante.

De pronto, desde algún balcón alguien gritó: "¡Asesino!"

Luego, más adelante, desde el anonimato en las banquetas, se volvió a escuchar: "¡Echeverría Asesino!"

Todos, dentro de aquella gran masa de personas que avanzaba muy lentamente, nos quedamos paralizados, dado que es de dominio público que quienes perpetraron el asesinato fueron terroristas urbanos integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

Cada uno en aquel escenario quizás se decía a sí mismo lo que yo a mí mismo me decía: "¡se está refiriendo al Presidente de la República!".

Era confuso, pero a la vez nos despojaba de la venda de la inocencia que todo adolescente lleva puesta hasta que enfrenta la realidad social en su entono, ante una situación de alto impacto como aquella. 

Continuamos hasta entrar al Panteón del Carmen donde al llegar a las proximidades del mausoleo de la Familia Garza Sada, sus hijos ayudados por los familiares más cercanos, procedieron a cargar el féretro de Don Eugenio para introducirlo a su última morada terrenal, mientras las gotas de agua que iniciaron como llovizna minutos antes, se hacían cada vez más densas y pesadas.

Recuerdo que un ayudante presidencial intentó cubrir con un paraguas al Presidente, quien con el ceño fruncido rechazó severamente el ofrecimiento. 

El resto de los acompañantes recibían también la lluvia sin protección, mientras el Licenciado Ricardo Margáin Zozaya daba un mensaje lleno de indignación, de justo reclamo y de señalamiento severo a quien conducía la Nación.

Era inevitable, dado que Nuevo León, como pilar del desarrollo floreciente de una región vigorosa, trabajadora, optimista y visionaria, estaba indignado.

Era necesario, porque de ninguna manera se podía justificar que hubiera tanta discrecionalidad para perseguir y acabar con la mafia comunista que había focalizado en el "Grupo Monterrey" a su principal opositor natural.

Era de hombres bien nacidos, hablarle de frente y con la verdad, a quien, por llevar la investidura presidencial, tendría que apagar inmediatamente y a petición de la ciudadanía, el terrorismo urbano con el que, el comunismo bañaba calles de sangre pretendiendo fortalecerse y establecerse en México.

Sí, el comunismo. El mismo que por invitación del gobierno mexicano les coqueteó nuevamente a los mexicanos ignorantes desde las filas militares durante el desfile conmemorativo de nuestra independencia el pasado 16 de septiembre.

El comunismo que sin recato alguno cuenta con el beneplácito y el auspicio de un gobierno con la misma ideología de quienes consumaron el asesinato de Don Eugenio.

Son una minoría aritmética que llegó al poder a raíz de la indiferencia electoral de millones de mexicanos que, al abstenerse de ir a votar, abrieron las puertas a la destrucción de las instituciones, al quebranto de nuestra Constitución Política y a la desaparición del respeto a la división de poderes que le da sustento a nuestra República.

Una minoría que, convertida en gobierno, ha provocado que, en cinco años, la mayoría de los mexicanos ya hayamos experimentado de manera directa o indirecta en nuestras familias, las consecuencias de una complaciente discrecionalidad gubernamental ante la inseguridad.

Por eso en éstos días que vive la nación, la evocación de la figura de Don Eugenio Garza Sada, debe tomarse como referente motivacional para mantener la línea de pensamiento progresista, humanista y de justicia laboral que él promovía como ruta para el progreso de nuestro país.

Necesitaríamos tener corazón de piedra, para no detenernos un momento a revisar ésta triste página de la historia contemporánea de México.

En ella podremos encontrar aliento y fuerza para nutrir nuestra responsabilidad ciudadana y acudir a las urnas en el 2024 a rescatar al país de las manos ineficaces y corruptas de los que hoy, aún aplauden y elogian a la Liga Comunista 23 de septiembre que le arrebató la vida a Don Eugenio Garza Sada, hace 50 años.

Presidente de la Fundación Colosio, A.C. 

Filial Reynosa, Tamaulipas.