El ignorante eres tú

En México, los intelectuales han claudicado a pensar. Ante la ocupación temporal de Ferrosur, nos exigen que claudiquemos con ellos

El lunes, el consejo editorial de The Wall Street Journal publicó un editorial cuyo subtítulo era: "El presidente ignora la ley de expropiación cuando le acomoda a sus intereses políticos". A lo largo de todo el texto no daban una sola razón de por qué o cómo Andrés Manuel López Obrador había ignorado dicha ley durante la ocupación temporal de Ferrosur.

Por el contrario, simplemente se asumía que, debido a que la Secretaría de Marina (Semar) había sido utilizada en la ejecución de la ocupación temporal, López Obrador había ignorado la ley en favor de la fuerza bruta.

El ignorante eres tú

Personalmente, entrevisté a múltiples abogados de primer nivel entre los que se incluyen académicos, activistas y especialistas. Todos respondieron lo mismo: no puede decirse que la ocupación temporal de Ferrosur sea ilegal. Se tendrán que debatir los detalles del caso, por supuesto. Pero, no hay duda de que la ocupación temporal es un procedimiento legal y regulado por la ley de expropiación mexicana.

Como en muchos casos de alta visibilidad, habrá extenuantes debates jurídicos sobre ciertas interpretaciones. Por ejemplo, hay quien cita el Artículo 2 para decir que se debió haber dado audiencia a Grupo México y hay quien cita el Artículo 2bis y el 7 para mostrar que no. Hay quien considera que la Semar no puede realizar acciones civiles y hay quien muestra evidencia de que sí. Y hay quienes creen que se debe dar un plazo a la ocupación, pero concuerdan en que ello no convierte a la ocupación temporal en ilegal.

El problema es que nada de la información anterior llegó al debate público. Entre los comentaristas mexicanos, la mayoría dio por buena la interpretación de que Ferrosur fue privado ilegalmente de su propiedad, de que sus bienes fueron tomados por la Marina "como pistoleros" y de que López Obrador es un "gánster" cuya única motivación es el "ego" y el "poder".

Nadie se dio a la tarea de pensar. Por el contrario, cada vez es más común que los analistas le pidan a la población que juzgue a López Obrador asumiendo que este siempre tiene malas intenciones. Y que se consideren a priori que todas sus acciones provienen del deseo de poder, la estupidez o ambas. El ethos de la discusión pública es pedirnos, a nosotros sus lectores, que suspendamos nuestra racionalidad, entendimiento o inteligencia, y que la sustituyamos por la sospecha, el pesimismo y la desconfianza.

A quien sea que tenga el valor de no hacerlo, y de analizar cada acción gubernamental de manera independiente, se le acusa en el mejor de los casos de ser ignorante y en el peor de ser vendido.

Así, cada vez con mayor frecuencia, los actos de López Obrador son juzgados sin un adecuado análisis de qué sucedió. La premisa es que nada bueno puede provenir del Gobierno actual. Todo se ve con brocha gorda. Recientemente, un reconocido intelectual me contactó para preguntarme un ejemplo —un solo ejemplo— de alguna política de López Obrador que haya creado oportunidades para quien no las tuviera antes. En un país donde el salario mínimo ha aumentado en 89% y donde el 65% desea una continuidad en el proyecto de López Obrador, hay quien no puede pensar una sola cosa buena.

Particularmente preocupante es el fenómeno del comentarista que abiertamente se decanta por el autoritarismo. Desmotivado por las preferencias populares, confundido por no entenderlas, se reconoce cada vez más como anti-mayoría. Atribuyen las preferencias del público mexicano a la falta de educación, atención o de ácido fólico. La democracia cada vez les sabe más mal. La pérdida del control interpretativo los enoja.

Esto es preocupante. Quienes creíamos que eran las mejores mentes de México están cayendo, sin darse cuenta, en actitudes que socavan la democracia. Se olvidan de que toda democracia requiere que los ciudadanos analicemos las acciones de nuestros gobernantes y de que, en una democracia, se deben valorar los puntos de vista de todos. Quizá la más importante condición de la democracia es tomar en serio a quien piensa distinto. Ellos cada vez lo hacen menos.

Los comentaristas nos piden que los acompañemos en su visión, que consideran la única válida, y nos exigen que dejemos a un lado la curiosidad, el análisis y la apertura. So pena de ser considerados ignorantes. Pienso que no debemos permitirlo.