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Don Sergio, el jurista generoso

El miércoles pasado corrió como pólvora la noticia de que don Sergio García Ramírez había fallecido. Había incredulidad, sobre todo por parte de quienes lo habían saludado en las fiestas decembrinas. Cuando su muerte se confirmó, comenzaron a darse las manifestaciones de tristeza, pero también de agradecimiento a alguien que fue mentor de un buen número de personas. La palabra que más se repitió en las condolencias fue "generoso", por eso lo empleo como título de esta columna.

Antes de que me atreviera a abordarlo, vi a Don Sergio muchas veces cruzando el estacionamiento de la Facultad de Derecho, una de sus casas. En el inicio, no trabajábamos áreas afines porque él se dedicó al penal y al procesal penal en los inicios y después fue virando hacia los derechos humanos. Fue ahí donde empezamos a tener infinidad de coincidencias en foros, seminarios, encuentros, conversatorios, etcétera, en los que su voz grave, contundente y certera dejaba siempre resonancias. Yo no me imagino a don Sergio con otra profesión. Encarnaba al prototipo del abogado. Sabía escuchar, ponía mucha atención a sus interlocutores y cuando algo no le estaba pareciendo bien y antes de argumentar en contrario, su rostro ya advertía para donde iba: sus cejas se juntaban en un punto de su frente en manifestación de extrañeza.

Don Sergio, el jurista generoso

Don Sergio ingresó a la Facultad de Derecho en una época en donde los maestros que llegaron con el exilio español eran la columna vertebral de la institución. Ahí estaban personajes como Don Niceto Alcalá Zamora que fue su mentor. Don Sergio perteneció a la generación del 55 que fue la que pasó de la antigua Escuela de jurisprudencia en el Centro histórico a la recientemente inaugurada Ciudad Universitaria.

García Ramírez fue hijo de una mujer muy exitosa: Doña Italia Morayta. Fue madre del pequeño Sergio cuando ella solo tenía 18 años. Doña Italia tuvo una larga vida. Falleció a los 95 años. Don Sergio sabía que el gen de la longevidad corría por sus venas y por eso seguía animado y tenía planes al menos para 10 años más.

La madre de Don Sergio fue clave para que él fuera un niño diferente: estudioso, culto y enterado de lo que pasaba en el mundo. Italia Morayta fue la traductora oficial de los presidentes de México hasta Miguel de la Madrid. Estuvo con ellos en la recepción de los más importantes jefes de Estado del Siglo XX.

Aunque Don Sergio incursionó en la política hasta llegar a ser precandidato presidencial en el 87, lo suyo, lo suyo, fue la academia. Llegó a ser investigador emérito del Instituto de Investigaciones jurídicas de la UNAM con una amplísima obra escrita. Aprovechó ese recinto universitario para formar a jóvenes investigadores. Orientó a los becarios, contribuyó a su crecimiento y cosechó sus logros conjuntos.

Entre las grandes aportaciones de Don Sergio, yo me quedo con lo último: su contribución a la teoría y práctica de los derechos humanos, área en la que innovó a pesar de su formación ortodoxa. Tanto le preocupaban, que fue el título de la columna que publicó post mortem en este diario. La denominó Derechos Humanos, la cuestión mayor para 2024.

Dejó en su andar marcas que pueden servir de guía para continuar creando, descubriendo, transformando. Varios sienten orfandad académica, pero Don Sergio les dejó las herramientas suficientes para continuar con su legado. Esa es la manera como las personas no mueren del todo. (Catedrática de la UNAM)

Descanse en paz.

@leticia_bonifaz