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De mujer a mujer

Aunque aparece en algunos textos que datan de varias décadas atrás, en el año de 2018, la Real Academia Española (RAE) incluyó en la actualización anual de la versión en línea de la vigesimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española (DLE) una palabra que, acuñada por algunas autoras feministas, poco a poco ha ingresado en el lenguaje cotidiano, siendo cada vez más relevante y frecuente en muchas conversaciones, me refiero al término y concepto de SORORIDAD. 

En sus dos primeras acepciones el DLE define el término sororidad como, 1. f. Amistad o afecto entre mujeres, y 2. f. Relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento. Es precisamente esta segunda en la que me centraré en las siguientes líneas. 

De mujer a mujer

El término –como lo explican diversas autoras feministas– refiere de manera específica a la hermandad entre mujeres (sororité en francés y sisterhood en inglés), tratando de diferenciarla de la fraternidad que refiere a la amistad o afecto entre hermanos, esto es, una connotación femenina del término, y que también va más allá de la mera solidaridad que coyunturalmente puede existir entre las personas. 

Se trata de una alianza, de un pacto entre mujeres, basado en el respeto y el reconocimiento mutuo, al sabernos iguales, mujeres que hemos transitado por una misma realidad de desigualdad y exclusión en una sociedad asentada en una cultura patriarcal que no sólo nos ha colocado en una posición de subordinación, sino que, incluso, como una expresión misógina, ha propiciado relaciones de rivalidad y competencia entre nosotras que aún, de manera velada, puede constituir un mecanismo de reforzamiento de las mismas estructuras del machismo. 

Ahora, ¿por qué es importante reconocer y hablar de la sororidad? Sin duda, mientras nos mantuvimos en el ámbito doméstico, de lo privado, nos bastaban actitudes de mera solidaridad, por ejemplo, el apoyo mutuo en algunas actividades de cuidado a nuestro cargo, como llevar o recoger a las hijas e hijos de la escuela. Sin embargo, al incursionar en el ámbito de lo público, nuestra adhesión debe ser mayor y más profunda, mujeres en un plano de igualdad, por ser solo mujeres, prescindiendo de toda jerarquía, pactamos una alianza para compartir experiencias, construir lo que son nuestros intereses comunes y luchar juntas por materializarlos. 

Hablamos de transformar las relaciones entre las mujeres, de la rivalidad al reconocimiento mutuo, al aprendizaje de las experiencias de cada una, a la concertación, al acuerdo, para trabajar en colectividad por aquello que hemos definido como intereses comunes y finalmente alcanzar la igualdad que tanto anhelamos. 

Esto es importante llevarlo del concepto a la práctica, lo que desde luego no es fácil; necesitamos de una verdadera evolución, de desmontar lo que la propia cultura patriarcal nos ha inculcado, incluso como el modelo de la mujer que se inserta en el ámbito de lo público, y de aquellas prácticas que involucran esas agresiones veladas, sutiles, apenas perceptibles, a través de las cuales también algunas mujeres se constituyen en perpetuadoras de estereotipos de género. 

No sólo debemos apoyar a quienes vienen detrás de nosotras, generar esa hermandad, incluidas nuestras pares, quienes que se encuentran en un mismo nivel, con quienes compartimos objetivos y metas, para lejos de rivalizar y obstaculizarnos, generar las redes y puentes que nos permitan avanzar en todos los espacios, en todos los niveles y a un mismo paso. Porque unidas somos más fuertes, porque unidas el camino se allana. 

Me congratula la designación de la señora ministra Norma Lucía Piña Hernández, como la primera mujer en presidir el Máximo Tribunal de la Nación, un orgullo para el Poder Judicial de la Federación, un orgullo para las mujeres, un orgullo para México. /Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación).