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AMLO contra los molinos de viento

En un famoso pasaje de Don Quijote de la Mancha, el célebre hidalgo se enfrenta a unos molinos de viento que él ha confundido por gigantes. Muy a pesar de las advertencias de su escudero Sancho Panza, el Quijote embate contra los monstruos y acaba derrotado por ellos. El Quijote necesita que los molinos de viento sean gigantes para poder legitimar su aventura y con ello validar su posición de caballero que lucha por el bien del mundo. Es tanto su afán de ver lo que quiere ver, que cuando la verdad sobre los molinos se vuelve inescapable, le echa la culpa a sus enemigos de haber transformado a los gigantes en molinos para robarle la posibilidad de su gloria. 

Inventar enemigos e imaginar grandes batallas es un instrumento útil al poder político. Lo han usado a través de la historia muchos gobernantes. George W. Bush inventó un enemigo y una guerra para legitimar su muy cuestionada administración. No es el único caso. En México, Felipe Calderón fabricó una guerra interna para poder legitimar su presidencia. El invento de Calderón es posiblemente el acto de irresponsabilidad política más grande que ha tenido el país en las últimas décadas, y la política que ha definido el terrible rumbo de la violencia y la militarización. Mientras que el expresidente cuenta su historia con la certeza del Quijote ante los gigantes, el costo social para los mexicanos sigue siendo incuantificable.

AMLO contra los molinos de viento

Hace unos días, López Obrador reviró la derrota de su reforma eléctrica en el Congreso con un "triunfo" sobre un enemigo invisible. La nacionalización del litio es un capítulo más de la épica que ha construido y a través de la cual comunica efectivamente su relato. Para que el cuento de Obrador funcione se requiere sortear obstáculos y vencer enemigos. Algunos de ellos son reales, pero muchos de ellos son solo molinos de viento. Nada más icónico que una nacionalización. Desde su entendimiento histórico, esa narrativa lo pone a la altura de Cárdenas y en la misma página que López Mateos, aunque aquí no había enemigo, ni recurso que nacionalizar. La historia mueve a AMLO de una forma similar a como las novelas de caballeros andantes incitaban al Quijote. Sus héroes políticos son el equivalente de los grandes caballeros andantes del pasado, como el hidalgo, el Presidente sale a cabalgar un mundo que ya no existe.

A pesar de eso, sería un error creer a AMLO un Quijote. A diferencia del caballero de la Mancha, AMLO entiende muy bien el razonamiento detrás de sus acciones. AMLO usa los símbolos para poder comunicar algo que los trasciende. La historia que cuenta el Presidente contiene elementos que indudablemente eran necesarios para el país, pero otros obedecen a una visión quijotesca de una realidad que ha cambiado sin que el protagonista se dé cuenta. 

AMLO no vive en una fantasía sino en el espacio entre una apremiante realidad que había sido soslayada y una obstinación que llega demasiado tarde al telón de la historia. Aun así, su relato funciona porque los enemigos que inventa se asumen como tal. ¿Qué hubiera pasado si la oposición hubiera votado a favor de la Ley Minera y se adjudicaba la narrativa de la nacionalización? Si en el Quijote, los enemigos del hidalgo vuelven a los gigantes simples molinos para quitarle su gloria, en el México de 2022, los adversarios del presidente vuelven a los molinos en gigantes y con ello concretan su gloria. 

Lo peligroso de esta manera de concebir la comunicación política es que es muy fácil caer en la trampa del mundo de la fantasía. Las victorias inventadas se vuelven más reales que lo real. AMLO triunfa continuamente imponiendo su relato, pero rara vez triunfa desde la trinchera de lo palpable. A López Obrador no le gusta la realidad que vive fuera de su guion porque altera su capacidad de conducir la historia. Es por eso que le costó trabajo ajustarse a la pandemia y que ha sido incapaz de asimilar el movimiento feminista. Cuando la realidad se le impone desde fuera, el Presidente titubea.

Sería un absurdo pedirle al Presidente que deje de narrar una historia que le ha sido muy redituable. Lo que es plausible es exigirle que al margen de su relato atienda elementos de la realidad nacional que se escapan de su narrativa. A la larga le conviene. El indignante caso de Debanhi Escobar nos recuerda la terrible violencia que azota el país, la corrupción e ineptitud de las autoridades y la apremiante necesidad de tomar las exigencias del movimiento feminista en serio. El Presidente no puede solo vivir para contar la historia que él quiere, necesita empezar a incorporar a su mandato, la historia que se le ha presentado en frente.

(Analista político)