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¿Abortar es matar o dejar vivir?

Corría el año de 1962, Sherri Finkbine, conductora de un programa de televisión en Phoenix, Arizona resultó embarazada.  Había tomado unas píldoras que contenían talidomina, descubierta como causante de graves deformaciones en el feto. Su médico recomendó un aborto terapéutico.  El hospital donde se practicaría el aborto trató de evitar la responsabilidad penal por practicar el aborto solicitado. Al no tener tal garantía canceló la operación.  A pesar de las encuestas que se inclinaban por el procedimiento, pesó más la tradición, Sherri tuvo que viajar a Suecia para el aborto.

Poco divide más a una sociedad que la postura frente al aborto. En Estados Unidos es el tema del año. Ni siquiera la guerra de secesión en el siglo XIX respecto a la esclavitud, o la segregación racial a mediados del siglo pasado generaron tal polarización como la inminente cancelación del precedente constitucional que contiene la decisión en Roe vs Wade, con lo que la Suprema Corte de ese país estará permitiendo a cada Estado de los 50 que integran la Unión, resolver que camino tomarán en un abanico muy amplio: prohibición absoluta, la prohibición con salvedades, la permisividad con salvedad y la permisividad absoluta. 

¿Abortar es matar o dejar vivir?

El impopular presidente Biden anunció que los demócratas prepararían legislación federal para proteger los derechos de las mujeres y preservar el espíritu liberal de la decisión casi cincuentenaria en Roe, pero no contó los votos que le permitirían sacar adelante su proyecto. No hay que olvidar que en las filas demócratas hay — como Henry Cuellar el representante federal archi católico de Texas— fanáticos provida. Entre los republicanos hay quienes comparten la necesidad de preservar el derecho a la intimidad de las mujeres y consecuentemente el derecho al aborto. Aunque lo cierto es que la sociedad está mayoritariamente a favor del derecho al aborto. 

Desde que Trump llegó a la presidencia se veía venir la cancelación de los derechos de abortar. Los tres jueces propuestos por Trump llevaban en su agenda la anulación de Roe, a la que se les unieron dos jueces conservadores históricos. Con lo anterior se comprueba, como ocurre en México con la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que los tribunales son parte del engranaje político de un país. La independencia de los juzgadores y la autonomía de los tribunales están atrapadas por las telarañas del poder político. En al aborto ni siquiera que la mayoría que está a favor impedirá a la Suprema Corte tome la antipopular decisión.

El asunto dividirá irremediablemente a ese país, pues los estados liberales, los azules como se les identifica en la jerga política, propiciarán leyes a favor de mayores derechos de las mujeres y los estados conservadores, los rojos, modificarán sus leyes enarbolando la bandera Pro Vida. Es tal la irracionalidad draconiana que algún Estado ha planteado prohibir el aborto no solamente dentro de su territorio, sino de manera global, si es que la copula que determinó el embarazo ocurrió dentro de las fronteras de su territorio.

El aborto incidirá no solamente en la geografía sexual de EU, sino que será un factor crucial para las importantes elecciones intermedias de noviembre en que los republicanos se alistan para la revancha.  Tendrán en contra a las mujeres jóvenes que, aun siendo muchas de ellas republicanas, es previsible que pongan por delante sus propios derechos a la intimidad. Los demócratas tendrán una oportunidad para evitar la catástrofe política que se avecina en noviembre si enarbolan la bandera del aborto y con ello dividen aún más a un país cuyo nombre (Estados Unidos) es una entelequia. (Autor de "La Suprema Corte de Estados Unidos, Claroscuro de la Justicia" (Porrúa). 

Twitter: @DrMarioMelgarA