La guerra del pollo: la última amenaza del narco en México
Comerciantes de Chilpancingo dejan de vender carne, hartos de la violencia y el cobro de piso
Ciudad de México
La huelga del pollo responde a una cadena de sucesos que se pierde atrás en el tiempo, pero que puede contarse por capítulos. El último empezó el 6 de junio, cuando un grupo de sicarios atacó a balazos a Tomás Ramírez, un distribuidor de pollo, en el mercado Baltazar R. Leyva, uno de los más importantes de la ciudad. Ramírez murió en los pasillos del mismo centro. Días más tarde, sicarios atacaron a otro distribuidor, en la salida del mismo mercado, cuando marchaba con su vehículo. También murió. No se sabe si los atacantes eran del mismo grupo.
El fin de semana pasado, la situación empeoró. En Petaquillas, comunidad a las afueras de la capital, paso a la zona serrana de Quechultenango, bastión de uno de los grupos criminales más relevantes de la zona, Los Ardillos, gatilleros atacaron una granja de pollos. Murieron seis personas, entre ellas el dueño y su hija, una niña de 12 años. Dos trabajadores resultaron heridos. No hay detenidos por ninguno de estos ataques.
En un intento por entender lo que ocurre, la prensa regional ha vinculado estos asesinatos con otros contra integrantes de gremios distintos, sobre todo el del transporte público. Así, entre el 6 y el 7 de junio, uno o varios grupos criminales incendiaron dos camionetas y tres taxis en Petaquillas, vehículos que cubren la ruta entre la comunidad y Chilpancingo. Situación cíclica, los ataques provocaron la interrupción del servicio de transporte durante varios días.
¿Están relacionados ambos sucesos, los ataques contra el gremio aviar y contra los transportistas? Es difícil decirlo. La prensa local menciona un ataque anterior, ocurrido a finales de mayo, contra uno de los líderes transportistas de Chilpancingo, Francisco García Marroquín, asesinado a balazos en la calle. Ambas actividades, el transporte y el comercio, suelen ser objetivo de actores violentos que buscan ingresos por el cobro de piso. En Chilpancingo y alrededores, la presencia cambiante de grupos criminales, sus interacciones y las relaciones que mantienen con el Estado definen la realidad de la gente de a pie.
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El obispo retirado de Chilpancingo, Salvador Rangel, ha seguido de cerca los últimos sucesos. “Antes aquí había dos grupos, Los Tlacos y Los Ardillos. Había cierta tregua entre ellos, pero ahora ha aparecido otro grupo que dependía de Los Tlacos, se llaman Los Jaliacos. Ellos quieren echar a pelear a Tlacos con Ardillos para quedarse con la plaza Los Jaliacos”, narra.
MUNDO DEL HAMPA
Defensor de una comunicación fluida con el mundo del hampa, Rangel habla habitualmente con los líderes de Los Ardillos, Celso Ortega y su familia, actores importantes en la política y el crimen regional. “Este grupo de Los Jaliacos son los que cobran impuestos sobre pollo, pan, de todo”, relata.
Rangel detalla el vínculo del gremio pollero con el transportista. “Este problema se agravó más porque se dio la muerte de un jefe de los transportistas, el tal Marroquín. Él andaba en problemas porque estaba manejando muchos taxis y camionetas pirata.
- Maria Teresa Martínez, profesora e investigadora del TEC de Monterrey, especialista en mecanismos de protección, legales e ilegales, señala precisamente que “la extorsión, una actividad predatoria que se mantiene en el tiempo, se plantea como una manera de demostrar control
- Martínez, que actualmente estudia la extorsión y el cobro de piso en Tijuana, añade: “Cuando el Estado, oferente principal de protección, no llega, aparecen otros actores
- Dice Martínez: “Más allá de la coyuntura, de las extorsiones al pollo, a la mina, al pescado, importa cómo están o no están organizados los empresarios o comerciantes, su relación con el Estado y la prevalencia de los proveedores de protección
- Que al final es el origen de la mafia, la oferta de protección, no los mercados ilegales”.