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¿Nos sientan bien los elogios?

Aceptar los cumplidos no resulta sencillo: exige grandes dosis de humildad, evitar caer en la tentación vanidosa y saber distinguir entre los interesados o tóxicos y los verdaderamente sinceros

En un rincón de su estudio, una chincheta sujetaba en la pared tres corazones de cartulina. Cada uno de ellos contenía un mensaje escrito con un grueso rotulador rosa: “Bonita sonrisa”, “Entusiasta” y “Divertida”. Cuando los ojos de María se cruzaban con esos corazones, se detenían un instante para sentir ese aire cálido que le dejaban dentro. Provenían de un taller de autoestima en el que había participado tres años atrás. Concretamente, de un ejercicio en el que los participantes anotaban en un corazón alguna característica positiva del resto de compañeros. De tal manera que cada uno recibía corazones anónimos con sus bondades.

¿Nos sientan bien los elogios?

Para conectarnos

Libros

‘La química de las relaciones’

Ferran Ramon-Cortés (Planeta, 2013)

Una fábula. Estaba un cuervo posado en un árbol y tenía en el pico un trozo de queso. Atraído por el aroma, un zorro que pasaba por ahí le dijo:

“¡Buenos días, señor Cuervo! ¡Qué bello plumaje tienes! Si el canto corresponde a la pluma, tú tienes que ser el Ave Fénix”.

Al oír esto el cuervo, se sintió muy halagado y lleno de gozo, y para hacer alarde de su magnífica voz abrió el pico para cantar, y así dejo caer el queso. El zorro rápidamente lo tomó en el aire y le dijo:

“Aprenda, señor Cuervo, que el adulador vive siempre a costa del que lo escucha y presta atención a sus dichos; la lección es provechosa, bien vale un queso”.


“Los elogios tienen peligro: creerse que uno se ha vuelto infalible y vuela por encima del bien y el mal. Hay que relativizarlos”. Javier F. Maroto




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