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Nadal desmonta a Dimitrov

“No es la primera vez que me pongo a entrenar después de una victoria”, expuso.

Todo lo explica un detalle. “¡Vamos a pegar unos drives, directo, lo más cerca posible!”. Rafael Nadal acabara de ganar a Grigor Dimitrov (6-4 y 6-1, en 1h 32m) y ha alcanzado otra final en Montecarlo, pero después de alzar los puños hacia el cielo no se recrea y reclama a su entrenador, Carlos Moyà, al que se dirige en mallorquín. El número uno tiene todavía las pulsaciones a mil. Ha vencido, pero aun así demanda trabajo porque concluye que no está todo en orden.

Nadal desmonta a Dimitrov

Así funciona Nadal. La insatisfacción, la fuerza tractora del balear, no le permite saborear del todo de una victoria que le sitúa a un paso de su undécimo trofeo en el torneo, después de apear al ciclotímico búlgaro: una hora de engorro, otro aplastamiento y que pase el siguiente.

“No es la primera vez que me pongo a entrenar después de una victoria”, expuso después, sabiendo ya que este domingo (14.30 , Movistar+ D2) se medirá en la final al japonés Kei Nishikori (3-6, 6-3 y 6-4 a Alexander Zverev). “Hay veces que después de un encuentro estoy más nervioso que al principio. Solamente necesitaba relajarme y meter algunos winners de cara al partido de mañana. Hoy he perdido algo de agresividad en mis tiros, algunos golpes básicos, y necesito recuperarlos para mañana”, prolongaba tras batir a Dimitrov con un punto menos de brillo que en los dos días previos.

El búlgaro es, sin duda, uno de los mayores talentos que ha producido el tenis en la última década. Los tiene todo: muñeca, físico, inteligencia. Desde un punto de vista estético, seguramente haya pocos placeres tan embriagadores como el de verle tirar una derecha o pegar el revés. Su juego es impecable, hasta cierto punto aristocrático, como si hubiese sido diseñado únicamente para satisfacer a gradas tan distinguidas y hedonísticas como la de Montecarlo.

Sin embargo, existe una serie de intangibles que al número cinco todavía se le escapan y pueden emborronar una carrera que hace cuatro o cinco años apuntaba a ser extraordinaria, y de momento es más bien discreta: cerca de los 27 años, Dimitrov solo posee un título de alto valor, ningún Grand Slam.

En el tenis, la línea que diferencia a los buenos jugadores de los fenómenos no es excesivamente gruesa. Y él sigue ahí, persiguiendo eternamente el salto, soñando con el enclave que ocupan los fueras de serie como Nadal. Este infunde un respeto tan reverencial que cuando alguien tiene la posibilidad de sobrepasarle siente como si diera un paso hacia el vacío más profundo. A Dimitrov le ha ocurrido varias veces durante el último año y medio. Pudo conseguirlo en Melbourne, Pekín y Shanghái, e incluso este sábado en el Principado, pero todas esas veces la resolución fue la misma: al búlgaro le entró el vértigo de acceder a la nueva dimensión, y Nadal, el plenipotenciario Nadal, terminó en todos los casos llevándoselo por delante.

34 sets consecutivos en tierra: récord personal Durante una hora, Dimitrov planteó una hermosa batalla. Mantuvo el tipo pese a que el número uno salió a la pista como un toro bravo, lanzando rejonazos y abriendo hueco sin miramientos. 3-0 arriba en el primer parcial, un empellón tan fuerte que hacía presagiar un desenlace rápido y voluminoso. Sin embargo, Dimitrov no perdió la compostura. Ansía el gran salto y sabe que este solo puede llegar protagonizando grandes pasajes, como una victoria contra Nadal.

Por eso se reenganchó y replicó a la primera rotura del español para nivelar poco a poco el duelo. Con el 4-4 la cosa cambió de color, porque el búlgaro abarcaba pista y apretaba, imponiendo el ritmo que él quería, mientras Nadal se desteñía y perdía precisión con la derecha.

Pero fue un espejismo, un paréntesis que desapareció cuando el español abrochó el primer set, con una bola que besó la línea lateral por el exterior, y zanjó la historia. A partir de ahí, la tarde fue un calvario para Dimitrov (26% con segundos). Todo eran errores (39) y dolor, lo típico cuando la picadura letal de Nadal invade al rival e inmoviliza sus extremidades. Primero fue Bedene, luego Kachanov, ayer Thiem y ahora el búlgaro, completamente diluido y desmontado en la segunda manga.

Una víctima más del poder del mallorquín en la tierra, donde entre el año pasado y este ha enlazado 34 sets consecutivos; es decir, su mejor personal. Thiem, en los cuartos de Roma 2017, fue el último en arrebatarle un parcial.

Nunca había firmado Nadal una secuencia victoriosa tan larga sobre la arena y la fiesta todavía no se ha terminado: este domingo, en su 12ª final en Montecarlo (solo ha perdido una, contra Novak Djokovic en 2013), puede lograr su undécimo trofeo a orillas del Mediterráneo y desmarcarse de Nole (30) en la pugna por el récord de los Masters 1000. Enfrente estará Nishikori, al que domina por 9-2 en los precedentes. Ahora bien: ayer, hoy y mañana, sobre un tapiz rojo, no se adivina mayor rival para Nadal que el propio Nadal.







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