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México es uno de los países con mayor mortalidad por covid

La estrategia mexicana contra la pandemia ha fallado tanto en lo económico como en lo sanitario: al exceso de mortalidad en 2020 (que podría alcanzar 300.000 fallecimientos) se suma una caída del PIB pronunciada

¿Salvar vidas de las garras de la covid a costa de destruir la economía, o salvar la economía (y con ello impedir el desgaste de muchas vidas al borde o inmersas en la pobreza) a costa de permitirle más espacio a la enfermedad? Así se ha planteado en el debate público durante toda la pandemia. Así se entendió por parte del Gobierno de México desde el principio. A las puertas de cumplir un año desde el primer caso detectado en el país, los datos empiezan a ser suficientes para hacer una valoración inicial comparativa de cómo ha actuado cada país en este (supuesto) dilema. Los resultados para México no son buenos.

México es uno de los países con mayor mortalidad por covid

Pero nada de ello cambia el hecho de que en México murió mucha más gente de la prevista, alrededor de 300.000 almas extra según los datos que pueden extraerse de un estudio comparativo publicado recientemente, a pesar de que la cifra oficial cuenta hoy 175.986 decesos. El exsecretario de Salud Salomón Chertorivski se ha mostrado de acuerdo con esta previsión. Otras estimaciones, aún provisionales por frenarse a mediados de diciembre, se sitúan en la órbita de 270.000, si bien a estas aún cabría añadirles las que provienen del pronunciado pico de final de año.

Las mentadas condiciones de salud previa de la población han sido argumento del Gobierno, como de otros que trataban de matizar los datos de la tragedia. Pero para todos ellos el argumento se puede volver en contra: si desde el principio se sabía del perfil de vulnerabilidad de la propia ciudadanía (comorbilidades en México, ancianos alojados por residencias en España, falta de acceso a emergencias en ciertas zonas de Perú o Brasil), ¿por qué no se reforzaron las medidas en favor de esta población vulnerable?

La pandemia no se va a limitar a 2020, sigue. Pero tras un año marcado por ella, las previsiones de caída interanual del PIB empiezan a ser un baremo aproximado de la solvencia de estos países en la dimensión económica. México, de nuevo, se sitúa en el vagón de cola según el último estimado del FMI.

Cualquier país aspira a estar en el cuadrante de la gráfica que conjuga el menor número de muertes con una caída baja del PIB. Algunos lo han logrado, casi todas naciones pequeñas de considerable capacidad estatal: Noruega o Uruguay se encuentran en ese ángulo. La teoría del binomio entre economía y salud debería, sin embargo, empujar a todos estos países hacia el lado en el que se registran menos muertes o bien hacia el que resguarda la economía. Dos naciones igualmente ricas como EE UU y Canadá, a priori con renta disponible para capear un temporal sanitario, han seguido direcciones distintas: la primera con muchas muertes, pero una caída económica amortiguada, la segunda al revés. Pero la verdad es que una cantidad considerable de países de tamaño medio o grande no han evitado lo peor de los dos mundos: fallecimientos y deterioro económico. Ahí está México, junto a España (peor en economía), Ecuador o Perú (peor en ambas).

Esta imagen sugiere que el dilema salud-economía no era inevitable, y plantearlo como tal fue un error de cálculo mundial. La estrategia óptima quizás consistía en tratar de evitar el mayor número de contagios posibles. Eso es lo que, con toda probabilidad, le habría hecho mejor servicio a la economía, como defienden algunos expertos del ámbito epidemiológico y como han puesto de manifiesto países exitosos que enfrentaron medidas restrictivas, pero precisas y ahora gozan de una economía que ha vuelto pronto a la normalidad. Un país con menos contagios puede seguir una senda de consumo quizás minorizada, pero razonable. En otro al borde de la saturación sanitaria llega un momento en que las restricciones, cuando no se imponen desde arriba, se deciden en cada hogar.

Queda la razón de las condiciones de partida, defendida tanto por los mandatarios mexicanos como por otros muchos en el mundo, desplazando culpas a la “herencia recibida” del pasado o a otros niveles (regional, local) de la gestión. Resulta difícil capturar en una única variable todo lo que implica una desventaja estructural acumulada por décadas: desde el sistema de salud hasta el acceso al mismo; desde infraestructura de transporte para movilizar recursos hasta la posibilidad de quedarse bajo un techo decente mientras el virus arrecia. México tiene hoy graves problemas de aislamiento que abocan a contagios masivos en una misma familia, a pesar de que el Ejército ha dispuesto de módulos para pasar un confinamiento voluntario.

El Índice de Desarrollo Humano (IDH) elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo puede servir como aproximación preliminar. De ser cierta esta idea, cabría esperar es una correlación negativa: a más IDH, menor exceso de muertes. Y, efectivamente, así se observa. De manera débil, pero clara.

México está, eso sí, por encima del nivel de exceso de muertes que le correspondería dado su IDH. Como lo está también EE UU. Uruguay se encuentra en el otro lado de la línea: tiene menos fallecimientos en exceso en 2020 de los que cabría prever por su condición de partida. Alemania está donde se le presuponía, Suecia también.

Esta gráfica informa, de alguna manera, sobre cómo ha trabajado cada uno de los países incluidos, en comparación con lo que cabía esperar de ellos. La distancia hacia abajo entre el punto y la línea, como se señala en la gráfica anterior, es una aproximación a la capacidad de mejora en el manejo de la epidemia. En 2021, año que se espera enfocado a la lucha sin cuartel contra el virus gracias a las vacunas, México, como el resto del mundo, tiene una nueva oportunidad.



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