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México aún no vence el analfabetismo

La segunda economía de Latinoamérica carga con un lastre en sus ansias de convertirse en una sociedad moderna: cinco millones de analfabetos, en su mayoría indígenas y mujeres

Entre los valles brumosos de los Altos de Chiapas, una región indígena localizada al suroeste de México, destaca un municipio cargado de triste celebridad: Chamula. Su nombre, tan literario, está escrito en sangre en la historia mexicana reciente, porque aquí las disputas políticas se saldan con linchamientos, como ocurrió en 2016, cuando su entonces alcalde, Domingo López González, fue asesinado a golpes dentro del palacio municipal por una turba enfurecida. Los indígenas tzotziles han sufrido por siglos la violencia, la humillación, el olvido de las autoridades, la manipulación de los políticos y la explotación de sus recursos. Han visto cómo sus comunidades se convierten en ruta de la droga y de trata de personas. Y cargan con un lastre que los ancla en la miseria: 20.000 de sus 50.000 habitantes son analfabetos, la mayoría mujeres. Es el espejo en el que México, que se pretende moderno, no quiere verse. En este país, la decimoquinta economía del mundo y la segunda de Latinoamérica, cinco millones de personas todavía no saben leer y escribir.

México aún no vence el analfabetismo

Como la neblina que cubre estas tierras altas de bosques fríos, el analfabetismo nubla el desarrollo de sus comunidades. La aparente imagen de postal de Chamula, con la plaza convertida en mercado los días festivos, sus indígenas ataviadas con vestidos de colores intensos, la iglesia que es visitada por turistas de todo el mundo, el sincretismo entre la fe católica y las creencias indígenas ancestrales parecieran denotar una vida idílica, pero en realidad es el contraste de dos mundos dentro de un país. En México el rostro del analfabetismo es indígena. Son comunidades similares a Chamula las que conviven con la calima de la ignorancia, en los Estados de Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Veracruz. “En esos Estados hay municipios donde la mitad de su población no sabe leer ni escribir”, explica Edgar Vielma Orozco, director general de Estadísticas Sociodemográficas del Inegi, el instituto de estadísticas mexicano. Vielma Orozco lo tiene muy bien medido y menciona un rosario de comunidades. En Cochoapa (Guerrero), el 56% de sus 10.000 habitantes son analfabetos; en Sitalá (Chiapas), el 42% de 7.900 personas; en Xochistlahuaca (Guerrero), el 41% de sus 18.500 vecinos; en Tehuipango (Veracruz), el 46% de 15.700 personas…

“Todo este rezagado se identifica más en poblaciones de menos de 15.000 personas, comunidades pequeñas donde la educación es difícil”, explica Vielma Orozco, quien no esconde su reproche al sistema que mantiene tanta desigualdad. “Si nos jactamos de vivir en una sociedad democrática, tenemos que entender que una democracia no funciona con parte de su población analfabeta. Erradicar este mal de la sociedad se vuelve fundamental”. El funcionario vuelve a hacer uso de las estadísticas para demostrar las consecuencias que conlleva ser analfabeto. La más apremiante, el ingreso salarial. En un país donde el ingreso trimestral promedio es de 18.000 pesos (750 dólares), este baja a los 8.500 (350 dólares) entre quienes apenas terminaron la educación primaria. Cuanta más educación, más altos los sueldos. Un mexicano que ha cursado preparatoria puede ganar 19.000 pesos y una persona que en este país tenga una licenciatura puede acceder a un salario de 37.000 (1.540 dólares) y si tiene un posgrado sube a los 80.000 (3.330 dólares). Para las mujeres el panorama es peor, porque el ingreso trimestral promedio de ellas es de 13.500 pesos. Y disminuye si la educación es baja y depende del número de hijos que tengan. “El mejor anticonceptivo es la educación: se erradica la pobreza. La educación es un parteaguas para el desarrollo humano”, afirma Vielma Orozco. Las mujeres también son las más golpeadas por el analfabetismo: las estadísticas del Inegi muestran que el 6,2% de los 48 millones de mexicanas no sabe leer ni escribir. Y entre las mujeres mayores de 60 años ese porcentaje se eleva al 20%.

Aunque México ha hecho un gran esfuerzo para erradicar el analfabetismo, aún no lo vence. El país mide la tasa de iletrados desde 1895, cuando apenas contaba con 12,6 millones de habitantes, de los que más de ocho (el 82% de su población) eran analfabetos. En 1980, la tasa se había reducido al 17% y en la actualidad es de 5,3%, según los datos del Inegi. La mayoría de la población analfabeta en México es gente mayor de 60 años, mientras que esta carencia ha sido casi erradicada entre la población de 15 a 29 años, en la que la tasa es del 1,1%, y afecta a más de 300.000 jóvenes. “Ese porcentaje también nos debería alarmar, porque se supone que la educación básica es obligatoria en México y se espera que no haya jóvenes analfabetos”, afirma Sylvia Schelkes, vicerrectora de la jesuita Universidad Iberoamericana.

Aunque las autoridades educativas se muestran triunfalistas, los intelectuales y expertos en educación consideran una afrenta que en el país haya todavía millones de analfabetos. “A mí me indigna que mi país cuente con cinco millones de habitantes mayores de 15 años que no saben leer ni escribir, no sé si se dan cuenta de lo que significa eso: que, en el mundo contemporáneo, para esas personas, la exclusión será todavía más fuerte que en el pasado”, decía a este periódico hace unos años José Narro, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Esa misma indignación la comparte Manuel Gil Antón, del Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México (Colmex), una de las instituciones académicas de más prestigio del país, fundada en 1940 por exiliados españoles. Y la resume de esta manera: “El analfabetismo va a disminuir, decían, por razones biológicas, se van a morir los analfabetos y no vamos a producir nuevos porque tenemos sistema escolar. Pero esos cinco millones ya no son los de hace 20 años, son nuevos, un signo espantoso de que nuestro sistema social produce obstáculos de ingresos a los sectores más pobres. No hay manera de mejorar la educación sin mejorar las condiciones sociales. Sí, hemos avanzado, pero de una manera muy desconcertante. No hemos resuelto el derecho elemental a la educación”.

¿Cuáles son las explicaciones de este retraso? ¿Se debe a un problema político? ¿Se debe echar la culpa a los gobiernos? “Es un asunto político que tiene que ver con la forma en la que se distribuyen las oportunidades educativas”, explica la vicerrectora Schelkes. “No han considerado que la educación es un mecanismo de igualdad. Se necesitan políticas multisectoriales para alcanzar un desarrollo equilibrado entre las regiones, porque la educación por sí sola no puede resolver el problema, se necesitan beneficios sociales, oportunidades de desarrollo”, agrega. El sociólogo Gil Antón apunta a esa desigualdad social tan profunda en México y da una receta para intentar aliviarla: “Urge una reforma fiscal que reduzca la brecha entre estratos sociales, dar opciones laborales, recuperar el valor de la escuela en términos de un proyecto de vida”. Este académico dice que se debe poner el interés en aquellas comunidades excluidas del desarrollo, como el caso de la indígena Chamula, atrapada en la bruma del analfabetismo en el siglo XXI. “Necesitamos aspirar a un país que no tolere el nivel desigualdad que tenemos. Si no nos encabrona la desigualdad, si esta ya se ha naturalizado como ha pasado con la cantidad de cadáveres de cada día por la violencia, el país no va a tener futuro. Necesitamos que el país vuelva a tener vergüenza, que no nos parezca aceptable este nivel de oprobio”, concluye.



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