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Los sesgos que engañan al cerebro durante la pandemia

Con incertidumbre y ansiedad, tomamos atajos mentales que provocan decisiones poco afortunadas

Los sesgos son esos atajos maravillosos de nuestro razonamiento que hacen que seamos, por lo general, muy eficientes tomando decisiones. Nuestro cerebro actúa  por sí solo basándose en su experiencia, en los recursos que tiene más a mano, en el normal discurrir de las cosas, para ahorrarse energía. Y así funciona muy bien. “No podemos estar todo el día repensándonos, revisando nuestras decisiones, dedicando mucho tiempo a cada cosa del día a día”, explica la psicóloga experimental Helena Matute. Pero en determinados momentos, coger esos atajos nos lleva por caminos equivocados. Sobre todo, en situaciones en las que no es fácil pararse a pensar, como la que se sufre en pleno confinamiento por pandemia.

Los sesgos que engañan al cerebro durante la pandemia

Por ejemplo, uno de los sesgos más evidentes que se han puesto en marcha estos días es el sesgo de disponibilidad: a la hora de tomar decisiones ágiles, lo hacemos pensando en los ejemplos que tenemos más a mano. Por eso nos dan más miedo los viajes en avión que en coche, porque son mucho más habituales y espectaculares las noticias de accidentes de tráfico aéreo, aunque sea más probable morir al volante. Pero este sesgo nos pudo llevar a pensar que este virus no supone grandes riesgos (hasta ahora, las pandemias recientes no habían golpeado a España), minimizando su peligro; o al revés, ya que las repetidas imágenes de féretros puede provocarnos ansiedad y pánico.

“El mundo tuvo semanas de anticipación que desaprovecharon por otro principio de la psicología humana: el sesgo optimista. El mismo principio por el que muchos usamos el teléfono mientras conducimos, pensando que no nos puede pasar nada, hizo que los grandes estadistas de occidente perdiesen una magnífica oportunidad de actuar a tiempo”, asegura Mariano Sigman, neurocientífico de la Universidad Torcuato Di Tella. En Italia, durante la última semana de febrero, el 80% de la población creía que los medios estaban exagerando la importancia de la epidemia (Ipsos Mori). En España, el 43% opinaba el 5 y 6 de marzo que los medios habían fomentado alarmismo, el 39% que habían informado bien y solo el 5% que habían informado poco (YouGov). Sin embargo, los países asiáticos que sufrieron epidemias graves como la del SARS tenían a mano la lógica opuesta: estos brotes pueden ser terribles y se debe actuar rápidamente.

Además, las primeras descripciones de la enfermedad pudieron provocar el llamado efecto de anclaje: al decir que es como una gripe, e incluso al decir que no es como una gripe, nuestros pensamientos quedan anclados a esa referencia. Será difícil dejar de pensar que es una vulgar enfermedad común, por mucho que nos repitan el número de muertos y contagiados anuales por gripe común. Porque ahí entra en juego otro de los lastres más comunes del razonamiento humano: nos cuesta horrores entender los grandes números. Y más todavía el crecimiento exponencial: en un estudio recién publicado se pedía a los participantes que pensaran en la evolución del brote de coronavirus si cada enfermo contagiaba a dos personas. La mayoría se mostró incapaz de identificar cómo se dispararía la curva de contagios.

“No tenemos una gran capacidad de absorber ideas abstractas, entendemos mejor el problema viendo la foto de un niño desnutrido que con estadísticas y números de muertos de hambre”, explica la neurocientífica Susana Martínez-Conde. “Por eso se está pidiendo en esta crisis que junto a las estadísticas se difundan imágenes de los hospitales y sanitarios sobrecargados de trabajo, para que se entienda el problema”, añade Martínez-Conde, autora de  Los engaños de la mente (Booket). Esta científica también ha visto en marcha el sesgo de ilusión de control: “La propagación exponencial de una epidemia se nos escapa, no podemos controlarlo, y de ahí lo de acumular papel higiénico y otros bienes, porque nos permite creer que ejercemos cierto grado de control sobre una situación que en realidad es incontrolable”. Un comportamiento que se vio reforzado por la naturaleza gregaria del comportamiento humano y la necesidad de imitar a los demás en situaciones de estrés.

Una treintena larga de los mejores especialistas en psicología social ha publicado un artículo de urgencia con claves para apoyar la respuesta frente al brote. “Las personas a menudo sufren de sesgo de optimismo, lo que puede llevarlas a creer que son menos propensas a contraer una enfermedad. Si es así, es posible que no participen en comportamientos de salud pública, como distanciamiento, que podrían propagar la enfermedad infecciosa”, advierten en el texto. Además, señalan otro sesgo común, el de suma cero, muy peligroso en este contexto: cuando pensamos que la ganancia de uno surge necesariamente de la pérdida de otro, y viceversa. “Este pensamiento encaja mal con la naturaleza decididamente distinta de la infección pandémica, donde el contagio de otra persona es una amenaza para él mismo y para todos los demás. El sesgo de suma cero hace que el acaparamiento de medidas de protección (desinfectante, mascarilla, etcétera) sea psicológicamente convincente pero en última instancia contraproducente”, señala este grupo de investigadores ?de Harvard, Yale, Stanford, Cambridge, entre otras universidades?, que advierte que la necesidad de comunicar esta percepción errónea “debería ser una prioridad”.

También apuntan otro sesgo peligroso, referido a las preferencias por el grupo propio, que puede degenerar en racismo y exclusión, algo que ha sucedido históricamente con otras epidemias. Por ejemplo, sentirse más vulnerable ante la enfermedad y padecer más miedo “se asocia con niveles más altos de etnocentrismo e intolerancia política y punibilidad hacia los grupos externos”, según este artículo. “Resaltar las divisiones entre grupos puede minar la empatía con aquellos que son socialmente distantes y aumentar la deshumanización o el castigo”, alertan. Como en otros casos, este sesgo de mirar por el propio grupo tiene su vertiente positiva. El sentimiento colectivo, el que se enciende con los aplausos a las plantillas de los servicios públicos cada tarde, ayuda y mucho a encauzar la preocupación del momento hacia el apoyo mutuo y el cumplimiento de nuestras responsabilidades hacia los demás.

La división entre grupos se puede exacerbar por culpa de otro atajo mental, tan común como nocivo: el sesgo de confirmación. Es tan sencillo como tomar la información que conviene a mi argumento previo e ignorar aquella que me lleva la contraria. Este pensamiento provoca que en momentos de gran agitación las posturas se extremen: en tiempos de crisis, todos creen tener los argumentos para tumbar dialécticamente al contrario, pero en realidad cada cual se reafirma más en su opinión previa. Como explicaba Manuel Jabois en un artículo, muchos de los que creían que este Gobierno es malo, lo acusarán de criminal; y quienes rechazan las políticas del PP, lo harían si gobernara. Por lo general, encontramos argumentos para atizar, con más fuerza, al que ya atizábamos antes. Sin embargo, como ha escrito en  The Washington Post el investigador Jay van Bavel, de la Universidad de Nueva York, no hay peor decisión que promover la polarización partidista en una situación como la actual: causa muertos. Ya se observó durante la epidemia de gripe porcina.

Esto lleva a otro recurso mental que se ha disparado estos días entre quienes critican la gestión de las autoridades, ya sea en España, en Reino Unido o en EE UU: el prejuicio de retrospectiva, también conocido como “se veía venir”. A toro pasado, sabemos lo que se tendría que haber hecho, sobrestimamos nuestra capacidad para preverlo y exageramos la probabilidad real de que algo así sucediera. El Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de Irlanda ha preparado un informe sobre la crisis del coronavirus para su Gobierno en el que advierte: “Las personas generalmente creen que un resultado siempre fue más probable una vez que saben que sucedió. Durante meses o incluso semanas, esto puede llevar a una percepción de que las autoridades “deberían haber sabido” hacia dónde se dirigían los eventos, cuando en realidad la incertidumbre era grande”. Este sesgo encuentra gran apoyo en su primo hermano, el efecto Dunning-Kruger, que estos días ha llenado las redes de epidemiólogos y virólogos de salón: personas poco preparadas o poco conocedoras de una materia que se perciben a sí mismas como expertas tras informarse superficialmente.

Matute está pensando en diseñar un estudio para analizar el crecimiento de la ilusión de control, porque ha detectado que se podría estar disparando. “El pensamiento mágico, las ilusiones de control, hace que mucha gente recurra a remedios inútiles, a pseudociencias y supersticiones. Creo que se están creyendo muchas más cosas estos días por la necesidad de agarrarse a un clavo ardiendo, priorizando el bienestar individual y de la familia”, explica la investigadora de la Universidad de Deusto. Esta necesidad de retomar el control, cuando no puedes ni salir de casa, debe reconducirse hacia comportamientos que sí son útiles contra la pandemia o para los demás, como la higiene meticulosa o toser en el interior del codo.



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