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Chamacos de la “Escuela Miguel Hidalgo” de Reynosa, durante la primera mitad del siglo XX

Antropólogo Martín Salinas Rivera / Cronista municipal de Reynosa

Hace unos cuantos años recolectamos algunos datos de alumnos que recibieron su educación primaria hace 74 a 91 años en este reconocido plantel de Reynosa, inaugurado en 1910. Ángel “El Nene” González de los Santos Coy, Jorge “El Yorgo” Orfanos Faraklas, Juan Francisco Ríos Salinas y Arnoldo de Gárate Chapa asistieron a esta escuela durante los años de las décadas de 1930 y 1940.  Solamente Arnoldo les sobrevive a los tres primeros (q. e. p. d.). De sus memorias rescatamos algunos detalles sobre la enseñanza que se impartía en esa época, especialmente sobre las vivencias estudiantiles de aquel austero Reynosa de la primera parte del siglo XX. 

Chamacos de la “Escuela Miguel Hidalgo” de Reynosa, durante la primera mitad del siglo XX

El edificio que se había construido desde el Centenario de la Independencia de México, estaba a unos cuantos metros hacia adentro de las calles Porfirio Díaz y Guerrero, en la esquina sur poniente. Los salones para los alumnos, para entonces, estaban colocados de tal forma que dibujaban una “u”; dos salones se encontraban por el frente de la escuela y colindaban por el oriente con la calle Porfirio Díaz, en donde se encontraba la entrada principal al plantel.

Por el lado sur de la propiedad se extendía hacia el poniente solamente un salón de clase, mientras que por la parte norte se extendían tres aulas donde se impartían los años avanzados. Las dos últimas, al fondo por la calle Guerrero, estaban separadas del resto del edificio por un pasillo. Enfrente de estas dos aulas se encontraba un piso de cemento que era utilizado como cancha de volibol o basquetbol. Esta se encontraba en el patio que formaba la “u” que hacían los salones. El patio de la escuela en su mayoría era de tierra.

Las aulas del edificio estaban construidas con muros de ladrillo y enjarradas con mortero, con techos y ventanales muy altos. Los techos era un entablado con piedra, los cuales eran enjarrados y preparados para que no se llovieran. Según documentos de Tesorería del Archivo Histórico de Reynosa, durante el mantenimiento sus paredes eran pintadas de blanco con cal. Inicialmente, tanto el ladrillo como la cal eran productos sacados del propio entorno de Reynosa. El edificio era típico de la arquitectura ribereña de nuestra región. 

“El Yorgo” nos contó que las ventanas se encontraban tan elevadas, que ellos de niños no podían ver hacia afuera del salón, también recordaba que nunca vio que los techos se llovieran en la escuela. Sabemos por fotografías de la época, que el perímetro del plantel estuvo delimitado por una cerca de madera con una malla de alambre; posteriormente se le sustituyó con una barda de ladrillo, la cual tenía una valla de estacas de madera en la parte superior.

Los servicios sanitarios se encontraban al fondo de la propiedad por el lado sur poniente, un tipo de letrina con varios agujeros. Concuerdan los entrevistados que estas estructuras eran conocidas en esos tiempos como las casitas aquí en Reynosa. No existían los rollos de papel higiénico, tan solo se colgaba en un gancho improvisado de cable o alambre pedazos cortados de papel estraza o de periódico. El papel estraza era utilizado para envolver mercancías en las tiendas, pues todavía no se utilizaban las bolsas de papel y menos las de plástico. Cuando se llenaba el pozo de la casita, se le echaba cal y se tapaba con tierra. Entonces se abría otro agujero en la tierra y se le cambiaba de lugar dentro del mismo patio.

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  • Frente de la Escuela Primaria Miguel Hidalgo, donde se aprecia la cerca de madera y malla de alambre.

Los alumnos

“El Yorgo” y “El Nene” estudiaron desde niños en las mismas aulas de la Hidalgo; otro compañero inseparable, recuerdan que era Rubén Leal. Ellos recordaron en el cuarto año a su Prof. Antonio Hernández Huerta y al Prof. Elías Robledo Pérez en el sexto año. Otros profesores de los que hicieron remembranzas fueron Vicente García Ortiz, Medardo Pérez, Leonor Reséndez, Miguel de Luna y una maestra de apellido Munguía.

Don Juan F. Ríos Salinas cursó sus estudios de primaria en la Escuela Miguel Hidalgo, entre los años de 1937 y 1943. Don Juan recordó que su profesor de sexto año fue don Agapito Cepeda, quien cumplía también el trabajo de director en esta escuela.  El profesor enseñaba en el salón de la esquina, que quedaba por la parte norte de la escuela, colindante a la calle Guerrero. El salón de enseguida era el del educador Antonio Hernández Huerta, quién daba cuarto año. El quinto año estaba al cruzar el pasillo y lo dirigía una profesora de la que no recordó su nombre. Otro profesor que mencionó era Gustavo H. Quintanilla, el hermano mayor de los dueños de la farmacia Quintanilla por la calle Hidalgo. Las clases eran en dos turnos, por la mañana y la tarde.

Don Arnoldo de Gárate Chapa había estudiado el primero y el segundo año en su pueblo natal, en San Fernando, Tamaulipas. En Reynosa, ingresó al tercero y cuarto año en el Colegio Allende con las maestras Estela y Elisa Barrera, durante los años de 1943 y 1945. En ese colegio, donde todos iban uniformados de blanco, no existían los últimos años de la educación primaria, por lo que se pasó a la Escuela Miguel Hidalgo. Ahí afirmó que su maestra de sexto año fue Georgina Cantú Peña, pero no recuerda a su maestro de quinto. Entre los años de 1945 a 1947, Agapito Cepeda era el director de la escuela. 

Los maestros en esos años eran muy estrictos. En la entrada a la escuela existía un granado, de donde los profesores(as) arrancaban varas para amonestar a los muchachos. La reprimenda del profesor no representaba gran cosa, comparada con la tunda cuando se enteraban los padres. Si te llegaban a ver fumando o que cometieras un daño, el maestro te daba una cachetada. Cuentan que el director Vicente García era el primero en dártela, era muy bueno para eso, comentó “El Yorgo.”

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  • Frontispicio de la Escuela Miguel Hidalgo, con la fecha de su inauguración.

El pasatiempo

Los juegos en el recreo eran las canicas y el trompo. No se contaba con dinero para conseguir una pelota y practicar volibol o basquetbol. Había una cancha en el centro del mercado Zaragoza donde se jugaban, por el lado de la calle Porfirio Díaz. Eran solo los muchachos mayores que jugaban ahí. Lo más que traía un muchacho en el bolsillo eran 20 centavos.

Los entrevistados coincidieron que los alumnos no utilizaban uniformes y que solo algunos utilizaban zapatos. Todos traían un paño amarrado en el dedo gordo, para protegerlo de los constantes golpes en los pies. “El Yorgo” mencionó que era común el pantalón de pechera, como esos que utilizan los menonitas. Los útiles escolares, como cuadernos y lápices, se compraban en la Casa Isassi o en la Casa Lupito, por la calle Porfirio Díaz y la calle Hidalgo respectivamente. En ese entonces, no daban los libros gratuitamente por lo que tenían que comprarlos.

“El Yorgo” y “El Nene” recordaron que había un dulcero de nombre Pilar que se ponía enfrente de la escuela. Este personaje, alto y delgado, vendía solamente pirulís, los cuales estaban encajados en una tabla. Los vendía a un centavo, pero algunos de estos dulces traían premio. Si la punta del pirulí contaba con un grano de arroz, no te cobraba el centavo.

“El Nene” y su familia vivían en la esquina de las calles Zaragoza e Hidalgo, enfrente de la plaza, mientras que “El Yorgo” vivía en la esquina de Juárez y Morelos, también enfrente de la plaza principal. Ambos desde esos años de su niñez regresaban de la escuela juntos, en su trayecto siempre cruzaban diagonalmente el Mercado Zaragoza. En otros años, Juan Ríos y Arnoldo, hacían un recorrido parecido, atravesando el mercado. Juan vivía hacia el río por la calle Juárez mientras que Arnoldo vivía al fondo por la Matamoros, hacia el poniente.

Según Juan Ríos, la competencia o apuesta entre sus compañeros de escuela era cruzar lentamente la plaza principal descalzos, en diagonal pasando por el quiosco. Esto lo hacían cuando el sol de mediodía ponía ardiendo el cemento de la banqueta. En esas décadas del siglo XX, la vida cotidiana de un niño de primeras letras estaba concentrada en las enseñanzas que le impartían sus profesores en la escuela y en sus frecuentes e inocentes pasatiempos en el centro de esta ciudad. A sus 93, 88 y 84 años, en ese momento de la entrevista concordaba que, a pesar de su austera niñez en Reynosa, la ciudad les recompensó con una vida próspera y holgada a ellos y a sus familias.



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