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Las políticas de EU alientan a migrantes

Los haitianos estuvieron en Brasil y Chile, pero antes enfrentaron los desafíos que representa el Necoclí, donde ya no hay recuerdos para los turistas

DEL RIO, Texas.- El número de personas en el campamento alcanzó su nivel más alto el sábado de la semana pasada, cuando luego los migrantes —impulsados por la confusión en torno a las políticas del gobierno del presidente Joe Biden y la desinformación difundida en redes sociales—se aglomeraron en el puente fronterizo.

Uno de los últimos autobuses que salieron del campamento en Del Río, fletado de haitianos.Las políticas de EU alientan a migrantes

Muchos migrantes enfrentan la posibilidad de ser expulsados a su país de origen porque no están cubiertos por las protecciones extendidas recientemente por el gobierno de Biden a los más de 100,000 migrantes haitianos que ya residen en Estados Unidos, citando preocupaciones por la seguridad y los disturbios sociales en el país más pobre de América. El devastador terremoto de 2010 obligó a muchos a dejar su patria. 

El secretario del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés), Alejandro Mayorkas, declaró el viernes que unos 2.000 haitianos han sido expulsados en forma expedita en 17 vuelos desde el domingo, y más podrían enfrentar la misma suerte en los próximos días, de acuerdo con facultades especiales por la pandemia con las que se niega a las personas la oportunidad de buscar asilo. 

EL MIEDO A MORIR Y LA ESPERANZA

En Necoclí, un pueblo costero del lado colombiano, esperaban más de 14.000 migrantes para iniciar su viaje al Darién. Las calles del pueblo se convirtieron en una pequeña colonia haitiana. Desde hace dos meses el flujo migratorio aumentó a tal punto en que los hoteles colapsaron y los nativos empezaron a alquilar sus casas para alojar migrantes hasta por 10 dólares la noche.

Sin dinero, a veces ni para comer, al menos 200 migrantes se instalaron en carpas apiñadas en la playa donde cocinaban y se bañaban en el mar. En medio de las tiendas la basura se acumulaba y con ello el mal olor.

En las calles de Necoclí ya no hay recuerdos para los turistas. En cambio, se ofrecen botas militares y de caucho, de entre 12 y 40 dólares, y todo lo necesario para cruzar la selva: carpas, ollas, comida, ropa, calcetines, protectores para celulares y cinta adhesiva para envolver las maletas luego de cubrirlas con bolsas plásticas.

Todos los días los migrantes buscan embarcaciones con destino a Acandí. Las filas comienzan en la noche alrededor de la empresa naviera porque los boletos se agotan rápido.

En agosto Panamá y Colombia acordaron dejar pasar por su frontera a 500 migrantes cada día. Sin embargo, a Necoclí llegan entre 1.000 y 1.500 diariamente, la mayoría provenientes de Chile y Brasil, países a los que emigraron tras el terremoto en Haití de 2010.

Del lado panameño las autoridades prevén que el flujo migratorio va a aumentar. “Países con problemas graves, nuevas políticas migratorias de Estados Unidos y Canadá y los haitianos que están en Brasil y Chile que migran, todo esto alienta ese flujo”, dijo recientemente a AP el ministro de Seguridad panameño, Juan Pino.

Los 500 que zarpan cada día recorren una hora en altamar para llegar a Acandí. El camino suele ser tranquilo, es el mismo que recorren los turistas. Sin embargo, un fuerte ruido los puso sobre aviso: un buque de la Armada colombiana perseguía una lancha que parecía estar cargada de combustible de contrabando. El operativo duró unos minutos, la Armada disparó sin lograr dar en el blanco y la embarcación desapareció.

Los migrantes consiguieron llegar hasta un puerto improvisado de Acandí. 

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La presencia militar fue determinante para disuadir a los migrantes haitianos.

‘VAMOS A LO QUE DIGA DIOS’

Con una mezcla de alcohol con agua un hombre los fumigaba para “eliminar el virus” del COVID-19, mientras una niña lloraba y corría en busca de su papá, a quien encontró minutos después. Los demás aplaudieron el reencuentro.

El inicio del Darién quedaba aproximadamente a 10 kilómetros del puerto, así que debían escoger entre caminar cinco horas, pagar una carreta tirada por un caballo por 20 dólares por persona o una motocicleta por 35 dólares. El sol ardía y la mayoría escogió un medio de transporte.

Ones Armonte, un dominicano de 36 años, pagó por una motocicleta. El camino no estaba pavimentado pero aún así los mototaxistas lo cruzaban con agilidad. En una hora Armonte llegó al pie del Darién.

“Vamos a lo que diga Dios, nadie quisiera arriesgarse en esta selva, pero necesito dinero para enviarles a mis cuatro hijos”, dijo Armonte, quien busca llegar a México y quedarse unos meses a descansar de la travesía que emprendió en Brasil.

Del otro lado, una familia prefirió pagar una carreta para que llevara a los bebés y las maletas, mientras ellos irían caminando. Así fue el comienzo de la historia que al final creó un campamento con mala suerte para los haitianos. 



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